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Maricona dio un respingo cuando la aguja se le hundió bajo la piel del reverso de la mano, pero no hizo ningún ruido. Queenie no paraba de mirarla, como si tuviera miedo de hacerle daño. Entonces hundía de nuevo la aguja en la mano de Maricona e inyectaba otra gota de tinta bajo la piel.

Utilizaba una aguja corriente de coser acoplada a un bolígrafo y con un hilo empapado de tinta enrollado alrededor. Habían cortado el depósito del bolígrafo por la mitad y habían mezclado la tinta con ceniza de cigarrillos, para que adquiriera un tono más oscuro, y con saliva, para evitar que se secara mientras mojaban el hilo en ella una y otra vez, hasta que éste quedaba empapado.

La única concesión a la higiene de aquellas mujeres era aplicar la llama de un mechero a la aguja hasta que ésta quedaba cubierta de hollín, procedimiento que permitía que la tinta se oscureciera aún más. La primera vez que la aguja se había introducido bajo la piel de Maricona, Clara se había estremecido más que la hispana.

Se trataba de un tatuaje con el que pretendían cubrir otro tatuaje ya existente. Maricona tenía varios tatuajes, algunos de ellos de aspecto profesional, pero la mayoría hechos de aquella forma improvisada. Sus tatuajes carcelarios tendían a ser simples y solían limitarse a una retahíla de letras, mensajes cifrados que sólo los miembros de las pandillas eran capaces de descifrar. «TNLK» significaba Todopoderosa Nación Latin King, le contó Maricona a Clara, mientras que «DPV» significaba De Por Vida o, en otras palabras, que Maricona moriría antes que abandonar su banda. En el tatuaje que Queenie estaba cubriendo podía leerse «SM», Sólo Morenas, algo inaceptable en la pandilla multirracial de Guilty Jen. Por eso Queenie había dibujado un nuevo logo encima de las letras borrosas. En el nuevo tatuaje ponía «GJ», Guilty Jen, con una lágrima que caía de la curva de la «J».

—Luego te toca a ti, Featherwood —dijo Maricona con una mueca de dolor al tiempo que la aguja le arañaba la mano—. Vamos a borrar esa mierda nazi que llevas en las orejas.

—No me lo recuerdes —dijo Featherwood, que montaba guardia junto a la puerta, atenta a si algo se movía en el pasillo—. De todos modos el siguiente tendría que ser Marty.

El antiguo guardia estaba acurrucado en un rincón, como si temiera que pudieran pegarle una paliza, y ni siquiera levantó la mirada. Clara había intentado hablar con él pero pronto se había dado cuenta de que el tipo prefería que lo dejaran a solas. Cuando le preguntó si estaba bien, si las chicas le habían hecho daño, a Guilty Jen se le habían iluminado los ojos. Era evidente que estaba esperando una muestra de debilidad por su parte, algo que le permitiera atraparlo aún con más fuerza entre sus garras.

Ahora había encontrado una oportunidad.

—¿Qué me dices, cerdo? Si estás conmigo, tienes que llevar mi nombre en alguna parte. ¿Qué tal en la frente? ¿Te gustaría? O tal vez mejor aún en la palma de la mano derecha. Un tatuaje en la palma de la mano proporciona mucho respeto, se supone que es donde más duele.

Marty levantó la cabeza pero se guardó mucho de establecer contacto visual con ella.

—¿Y si lo marcamos en los huevos? —preguntó Queenie, y todas las mujeres se rieron—. Bueno —añadió Queenie—, siempre y cuando se los encuentre, claro.

Clara pensó que debía intentar apaciguar la situación. Si Marty reaccionaba, las mujeres lo acosarían sin piedad, pero si no respondía de ninguna forma probablemente le harían daño para provocar una reacción en él.

—Eso sí es lealtad —dijo Clara más fuerte de lo que habría querido—. Que Maricona se avenga a cubrir ese tatuaje, quiero decir…

Guilty Jen se giró lentamente hacia Clara. Entonces, con movimientos felinos, bajó de la mesa y se acercó hacia donde estaba Clara, que seguía la situación con la espalda apoyada en la pared. Empezó a agacharse delante de Clara y entonces dio media vuelta e hizo un amago de golpear a Marty al tiempo que daba una patada en el suelo.

El ex guardia pegó un salto. Fue un salto pequeño, pero bastó para que el hombre se ganara una carcajada.

—Mis zorras no distinguen entre colores —le contó Guilty Jen a Clara—. Eso es lo primero de lo que deben librarse si quieren pasar a formar parte de mi grupo. Odiar a otra persona por el color de su piel no le sirve a nadie, ¿verdad, Featherwood?

—Así es, Jen —asintió Featherwood—. Tú me ayudaste a darme cuenta de ello.

—Estoy impresionada —dijo Clara—. Sé que muchas bandas carcelarias se organizan alrededor de las razas porque…

—Lo que los tíos hacen en las cárceles es una mierda y no nos importa un huevo. Tener polla te hace perder la capacidad de pensar. —Guilty Jen se puso en cuclillas junto a Clara—. A veces pienso que las bolleras estáis en lo cierto: es mejor librarse de los hombres para que no puedan joderlo todo. Total, lo único que saben hacer es competir a ver quién es capaz de mear más lejos o tirarse el pedo más apestoso. Las mujeres se unen a las bandas buscando protección, nada más. En el fondo no les importa si alguien tiene el pelo liso o rizado, pues saben que la vida es más complicada que eso. Y sí, son capaces de memorizar todas las memeces que dicen los hombres: que si la pureza racial, que si diez mil años de historia… Y luego repetirlas sin parar. Pero las mujeres se unen a las bandas porque quieren que alguien les cubra las espaldas. Para que no puedan apuñalarlas por alguna historia que ni siquiera han empezado ellas.

—¿Es ése el motivo por el que Queenie se unió a ti? —preguntó Clara—. ¿O Maricona?

—No —respondió Guilty Jen—. Ellas acudieron a mí porque querían algo de respeto. Querían respetarse a sí mismas, compartir el respeto que yo impongo. Yo les enseñé que la vida no se reduce a sentirte segura y protegida. Cualquiera puede sobrevivir a una paliza si tiene que hacerlo. Al principio no se lo creen, pero pronto aprenden que es así. En cambio, no todo el mundo es capaz de contraatacar, de vengarse. Y eso es lo que te proporciona el respeto. Estas chicas saben que soy más dura que cualquier otra persona con la que puedan cruzarse. Saben que si alguien las molesta, que si alguien toca sus cosas o les mete mano en la ducha, yo estaré allí para partirle los dientes a ese alguien. Y eso es el respeto.

Clara echó un vistazo a las mujeres de la pandilla. Featherwood tenía la piel de la cara escaldada, Queenie tenía la mandíbula hinchada y llena de moratones, y Featherwood llevaba el ojo vendado.

—Has debido de partir muchos dientes últimamente —dijo.

—Deberías haber visto a Carol, tenía la pierna rota —dijo Maricona—. Y dijeron que Shanice va a necesitar cirugía plástica en la nariz, porque no la visitaron hasta que era ya demasiado tarde. Las dos estaban en el hospital cuando estalló todo esto. Gracias a tu novia.

Clara abrió la boca sorprendida.

—Ya veo —dijo—. Así pues todo esto fue obra de Caxton. Y, sin embargo, cuando yo la vi estaba tan tranquila.

El rostro de Guilty Jen no perdió la calma: no abrió los ojos, ni tampoco se le ensancharon las ventanas de la nariz. Pero Clara vio cómo cerraba el puño y, a continuación, abría los dedos de forma violenta. Era evidente que había puesto el dedo en la llaga.

—Caxton va a llevarse su merecido. Va a morir, de eso no hay duda. De hecho —dijo Guilty Jen, que esbozó otra sonrisa—, creo que podemos hacerle algo mucho peor que matarla. Por ejemplo, podemos obligarla a rendirse, o lo que sea, y entregársela a la vampira. Y entonces, justo cuando esté a punto de chuparle la sangre, te cortaré la garganta delante de sus ojos. Yo me conformaría con eso.

Clara notó cómo se le ponía la piel de gallina y un escalofrío le bajaba por el espinazo. No dudaba de que Guilty Jen era perfectamente capaz de cumplir su amenaza.

El teléfono empezó a sonar, y eso le evitó a Clara tener que seguir pensando. La líder de la banda conectó el altavoz para que todos pudieran oír la conversación.

En esta ocasión quien llamaba era la directora.

—Hsu —dijo la mujer—. Vas a morir, ¿me has oído? La única solución posible es que termine bebiéndome tu sangre. Sé que puedes oírme, he visto cómo me robabas el teléfono. No he podido detenerte, pero lo he visto todo.

Clara miró a Guilty Jen, pero ésta sacudió la cabeza.

—Hsu está aquí, sí —dijo Jen—, pero si tienes algo que decirme, dímelo a mí. Ya sabes quién soy, Augie. Soy Guilty Jen.

—¿Ah, sí? ¿Ha acudido a ti en busca de protección?

—No exactamente —respondió Guilty Jen—. Yo más bien diría que he accedido a no matarla en el acto porque se me ha ocurrido que podía tener algún valor para ti. ¿Quieres recuperarla? Te advierto que no va a salirte barata.

Clara meneó la cabeza. Si Guilty Jen la entregaba ahora a la directora, todo habría terminado. Pues ésta la mataría de inmediato. En cambio, si lograba aguantar unas horas más, hasta que llegaran Fetlock y los grupos del SWAT, a lo mejor (sólo a lo mejor) tendría alguna posibilidad de salir con vida.

—Tú pon el precio y lo pagaré.

—Es muy sencillo. Mis chicas y yo saldremos libres de aquí, sin condiciones. Nos proporcionarás ropa de paisano para que podamos cambiarnos, un coche, y nunca jamás volverás a vernos.

—Dudo mucho que no termines otra vez aquí, cuando vuelvas a matar a alguien por aburrimiento. Pero entonces yo ya no estaré, de modo que adelante. Tráela a…

Clara llevaba un buen rato diciendo «no, no, no» en voz baja y meneando su cabeza con tanto énfasis que, finalmente, a Guilty Jen le entraron dudas.

—Un momento —dijo y presionó el botón de silencio—. ¿Tienes algo que decir, Hsu?

Clara asintió con la cabeza.

—Escúchame bien. Te está mintiendo, no puede garantizarte nada de lo que te ha prometido. Ya no está al mando de la prisión, ahora es la vampira quien controla el asunto. Si me entregas ahora, la directora va a matarme. Y eso enfurecerá a Malvern, que os cazará a todas por haberle chafado el plan. Los vampiros también conocen el sentido del respeto… —dijo Clara.

Probablemente no era cierto: Malvern era demasiado lista para perder tiempo ajustando cuentas ridículas… Pero Jen no tenía por qué saberlo.

—Eso implica esperar hasta que anochezca, ¿no? Porque ahora la vampira está durmiendo…

Clara echó un vistazo a la pantalla de la BlackBerry.

—Son casi las tres, faltan apenas dos horas. Si me entregas a Malvern, te estará muy agradecida. Quien quiere a Caxton es ella, no la directora.

Guilty Jen reflexionó durante un segundo y, finalmente, volvió a pulsar el botón de silencio de la BlackBerry.

—Mira, Augie, la llevaremos a dondequiera que esté la vampira al anochecer. Se la entregaré directamente a la vampira. Vas a tener que esperar.

—Estás cometiendo un error, Jen —dijo la directora.

—Yo no cometo errores, yo cometo asesinatos —replicó Guilty Jen—. ¿Quieres que cometa uno más con Hsu ahora mismo? Porque lo haré.

Y entonces colgó.