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La Unidad de Alojamiento Especial del correccional estatal de Marcy, conocida simplemente como la UAE, era una construcción circular articulada alrededor de un puesto central de vigilancia de dos pisos de altura. Las celdas daban a la construcción acristalada de guardia y eran todas idénticas: unos estrechos rectángulos de dos metros y medio de ancho por cinco de hondo, equipados con una letrina al fondo y una robusta puerta de acero en la parte delantera. Las puertas tenían un grosor de ocho centímetros y estaban acolchadas por la parte interior. Había una mirilla cuadrada, situada a la altura de la cabeza y, debajo de ésta, un estrecho tablero móvil y una ranura a través de la cual los guardias podían proporcionarles la comida a las reclusas. La UAE no disponía de cafetería, pues las internas comían en sus celdas. De hecho lo hacían casi todo dentro de las celdas, donde pasaban veintitrés horas al día.
En la UAE había tres tipos de prisioneras. Estaban los casos de segregación administrativa, como Caxton: las internas más violentas o locas de la cárcel, que suponían un peligro evidente para el resto. En segundo lugar estaban las prisioneras en custodia preventiva, que suponían un peligro para sí mismas. Generalmente, o bien se habían enfrentado a alguna banda particularmente vengativa, o bien habían proporcionado pruebas que incriminaban a otras internas, o habían cometido algún crimen tan odioso que la población de la penitenciaría quería verlas morir. En el correccional estatal de Marcy había tan sólo dos presas acusadas de abusar sexualmente de menores y ambas estaban bajo custodia preventiva. Dos tercios de las mujeres ingresadas en la prisión eran madres que la ley y las circunstancias habían separado de unos hijos a quienes amaban. Estar tan lejos de sus hijos hacía que algunas se volvieran locas. Algunas de ellas querían demostrar que seguían siendo buenas madres atacando a cualquier condenada por estupro que se les pusiera por delante.
Las tres mujeres de la UAE que no estaban ni en segregación administrativa ni en custodia preventiva eran prisioneras ejemplares, no se comunicaban casi con nadie y pasaban el tiempo como buenamente podían. Eran las tres únicas internas que gozaban de lo que se conocía como una celda «Cadillac», una habitación privada con pequeños lujos. Tenían unas ventanas con barrotes con vistas al campo de ejercicio e incluso se les permitía tener radios siempre y cuando mantuvieran el volumen bajo. Sin embargo, nadie en la UAE se quejaba de que recibieran un trato especial, pues esas tres mujeres constituían el único corredor de la muerte exclusivamente femenino de todo el estado de Pensilvania.
Cuando Caxton entró por primera vez en la UAE, quedó prácticamente cegada al instante. Las paredes estaban llenas de arañazos, pero pintadas de un blanco reluciente que magnificaba la luz que proyectaba un potente círculo de focos instalados en el techo. La luz era implacable, despiadada. La hicieron entrar por la única puerta de acceso a la UAE, donde la esperaban una hilera de funcionarios de prisiones con uniforme de antidisturbios por si decidía echar a correr o, lo que habría sido aún más estúpido, intentaba escapar usando la fuerza.
Sin embargo, en aquel momento comprendió que a veces algunas internas lo intentaran. Para las pocas afortunadas castigadas a régimen de segregación administrativa temporal por haber apuñalado a alguien o introducido drogas en la cárcel, la estancia en la USE duraba tan sólo unos días o unas semanas. En cambio, para las mujeres en custodia preventiva y para las inquilinas del corredor de la muerte, la USE sería su hogar durante varios años.
Era el caso de Caxton.
El funcionario de prisiones que ocupaba el puesto de guardia levantó una mano y los que llevaban el uniforme de antidisturbios retrocedieron un paso para dejar pasar a Caxton. Llevaba los tobillos atados entre sí y las manos esposadas a la espalda con esposas de plástico. Un guardia la agarró por las muñecas y se la llevó hacia la izquierda. Había una línea roja pintada en el suelo que marcaba el centro exacto entre las puertas de las celdas y la torre de guardia, y la obligaron a seguirla, con un pie a cada lado de la línea. La condujeron hasta una celda identificada con el número «7». En la puerta de la celda había dos plastiquillos de plástico. Uno estaba vacío y el otro contenía la fotografía de una mujer con la cara marcada por el acné y su nombre: stimson, gertrude r: Debajo había una lista de alergias conocidas (cacahuetes) y de restricciones especiales (cero estimulantes) y las iniciales «PC», que Caxton supuso que significaban que aquella mujer estaba ahí dentro en custodia preventiva.
Caxton levantó los ojos y vio que la mujer de la fotografía la observaba a través de la mirilla de la puerta. En persona tenía un cutis mucho más sano.
—¡Contra la pared! —gritó uno de los guardias. Caxton no comprendió a qué se refería, pero al parecer no iba dirigido a ella. La mujer de la celda (Gertrude Stimson) se apartó de la mirilla al instante—. Prisionera Caxton —dijo el oficial de prisiones, que se agachó para desatarle los tobillos. Si a Caxton le entraban ganas de pegarle una patada a modo de agradecimiento, le bastaba con volver la cabeza a un lado para ver la pistola eléctrica con la que otro funcionario de prisiones le apuntaba al cuello—. Bienvenida a la USE. Va a permanecer encerrada en la celda en todo momento a menos que le ordenemos que salga. En ese caso, gritaremos «contra la pared». Eso significa que debe colocarse al fondo con la espalda apoyada en la pared. Si no obedece, procederemos a realizar una extracción forzosa y le aseguro que no le gustará pasar por eso. Las comidas son a las seis y media, a las doce y a las cuatro y media. El período de ejercicio será entre la una y las dos. La acompañarán a las duchas una vez por semana, los jueves a las seis de la tarde. Por desgracia acaba de pasársele el turno semanal. Más tarde le traeremos una barra de desodorante. ¿Si le quito las esposas va a comportarse?
—Sí —respondió Caxton con la voz más sumisa de la que fue capaz.
El funcionario le quitó las esposas de plástico. Caxton flexionó los dedos para volver a activar la circulación.
—Aquí tiene una manta y una toalla limpias.
Ambas estaban hechas del mismo material, con toda seguridad ignífugo e irrompible.
—¡Prisionera en el pasillo! —gritó entonces, y el resto de los funcionarios que rodeaban la torre de vigilancia repitieron la instrucción—. ¡Abriendo puerta!
Sonó una alarma aguda durante diez segundos y a continuación se oyó el sonido seco de la cerradura electrónica de la puerta. El oficial de prisiones levantó una palanca que abrió una segunda cerradura mecánica y empujó la puerta.
En el interior, Gertrude Stimson estaba de pie contra la pared, con las manos detrás de la nuca. Cuando Caxton entró en la celda, la mujer no se movió más que para pestañear.
Antes de que la celda volviera a quedar herméticamente cerrada, Caxton se volvió hacia la puerta.
—Tengo que hacer una llamada telefónica —dijo—. Aunque me bastaría con un correo electrónico. ¿Hay alguna lista a la que tenga que apuntarme o…?
—Las llamadas están prohibidas, lo mismo que el uso de ordenadores. Si quiere escribir una carta, háganoslo saber y podrá dictárnosla a través de la abertura de la puerta. Y ahora póngase de cara a la pared de una puta vez para que pueda cerrar la puerta.
Sin perder un segundo, Caxton se dirigió al fondo de la celda y apoyó la espalda contra la pared.
El oficial de prisiones asomó la cabeza al interior y echó un vistazo a lado y lado, como si pudiera haber alguien más escondido ahí dentro.
—Que disfrute de la estancia —dijo.
La alarma volvió a sonar durante diez segundos y la puerta se cerró con el doble chasquido de las cerraduras.
Caxton permaneció en la misma posición durante un buen rato, con la espalda pegada a la fría pared. No se movió, ni dijo nada. Al final, se dio cuenta de que estaba esperando a que alguien le dijera qué tenía que hacer.
Aquello estaba empezando a afectarla, se estaba convirtiendo en una presa en toda regla, incluso dentro de su cabeza.
Finalmente, se apartó de la pared, se frotó las muñecas y miró a su alrededor. No había demasiado que ver. La celda no era lo bastante ancha para colocar dos camas, de modo que la mayor parte del espacio lo ocupaba una voluminosa litera de aluminio cubierta de arañazos. Estaba diseñada de tal forma que no tenía ángulos afilados y era imposible de desmontar, por mucho empeño que un preso con todo el tiempo del mundo invirtiera en dicha tarea.
La única otra pieza de mobiliario que contenía la celda era una combinación de lavamanos y letrina fabricado con el mismo aluminio de contornos redondeados. La letrina no disponía de asiento y la abertura tenía una forma más alargada que redonda.
—Es rara, lo sé, y no resulta nada cómoda. Tiene esa forma para que no pueda meter mi cabeza ahí dentro —le explicó Gertrude Stimson—. Si alguna vez le dan ganas de hacerlo, ya me entiende.
Caxton se giró y observó a la mujer que le hablaba, su nueva compañera de celda. En la celda que había ocupado hasta entonces, Caxton tenía siete compañeras en un espacio unas tres veces mayor que aquél. Eran mujeres taciturnas, relativamente silenciosas a excepción de una que no paraba de repetir que se moría de ganas de fumarse un cigarrillo y otra que temblaba y gemía sin parar, afectada por el síndrome de abstinencia. Casi todas eran negras, a excepción de dos hispanas, y todas hablaban siempre en español, idioma que Caxton no comprendía.
Gertrude Stimson tenía la piel pálida y un pelo rojo grasiento que se recogía en una pequeña coleta. Caxton se dio cuenta de que tenía las uñas remordidas.
—Puedes llamarme Gert o Gerty, como más te guste —dijo.
—Caxton —respondió ella, que no le tendió la mano.
—Vaya, yo te conozco, claro que sí. Eres famosa. Hicieron una peli sobre ti y todos esos vampiros que mataste. Y luego, en la ciudad de Gettysburg…
—Prefiero no hablar de ello —gruñó Caxton.
—Es que nunca me habría imaginado que iba a conocer a una famosa aquí dentro —dijo Stimson con una sonrisita.
Caxton intentó ignorarla y se acercó a la litera. Era evidente que la cama de abajo era la de Stimson. En la pared había varias fotografías de bebés pegadas con cinta adhesiva. Sin embargo, no se trataba de instantáneas, sino de recortes de revistas. La cama estaba deshecha y la manta yacía a los pies hecha un ovillo. La litera superior estaba vacía y contenía tan sólo un colchón que cedió fácilmente cuando Caxton lo empujó con una mano, y una almohada hecha del mismo material ignífugo e irrompible que la manta y la toalla. A los pies del colchón había una bolsa que contenía sus efectos personales.
—Yo también soy un poco famosa, ¿sabes? —dijo Gert, que tenía ganas de cháchara—. Pero no debes creer todo lo que oigas.
Caxton se dijo que el nombre le resultaba vagamente familiar, aunque no lograba recordar dónde lo había oído. No le cabía ninguna duda de que pronto oiría el relato pormenorizado sobre las hazañas de Gert, de modo que no se tomó la molestia de hacer preguntas.
Hizo la cama a conciencia, sabedora de que disponía de todo el tiempo del mundo. La directora de la cárcel le había dicho que se encargarían de traerle sus cosas, pero la bolsa estaba prácticamente vacía. Le habían quitado el cepillo de dientes, el peine y prácticamente todos los libros. Le habían dejado un par de ellos, ediciones de tapa blanda y arrugada, y una fotografía. Era la fotografía de Clara que Caxton había tomado en una ocasión, durante un picnic de la oficina del sheriff. Estaba en un marco, pero éste había sido incautado. Al sacarlo, la foto había terminado rota por una esquina.
—¿Quién es ésa? ¿Una amiga tuya? ¿O es tu novia? —preguntó Stimson, subiendo ligeramente el tono de voz en la última pregunta—. Oí que eras lesbi. ¿Es ella o no? ¿Es tu novia?
—No es asunto tuyo —respondió Caxton, que subió a su cama y se tendió. «El desayuno es a las seis y media», pensó. Aún faltaba mucho tiempo. Se preguntó cuándo debían apagar las luces. Podía preguntárselo a Stimson, pero ésta habría aprovechado la ocasión para intentar entablar conversación con ella.
Aunque la verdad es que no necesitaba que la provocaran demasiado.
—¿Llevas mucho dentro? ¿Cuánto tiempo te queda?
—Si no te importa, me gustaría estar en silencio un rato —dijo Caxton—. Tengo muchas cosas en la cabeza.
—Cómo no —dijo Stimson, que desapareció en la litera de abajo. Caxton se relajó un poco. Cerró los ojos e intentó no pensar en nada. Podía hacerlo. Iba a ser fuerte, sobreviviría a la condena discretamente y sin perder el juicio. Podía hacerlo.
Del camastro de abajo le llegó un gemido agudo, seguido de un amortiguado gruñido de dolor. Al cabo de un segundo volvió a oír el gemido. Y luego otra vez. Al final comprendió que Stimson se estaba mordiendo las uñas.
Iban a ser cinco años muy largos.