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La BlackBerry volvió a sonar. Clara se cubrió el bolsillo con las dos manos, intentando amortiguar el sonido, pero pronto se dio cuenta de que era inútil.
En la oscuridad, advirtió la presencia de personas moviéndose a su alrededor, seres humanos. Los engendros, como los vampiros, eran criaturas antinaturales. Podías saber cuándo estaban cerca porque se te erizaba el vello de los brazos, se te ponía la piel de gallina, todo tu cuerpo reaccionaba contra la aberración de su existencia. Las personas que percibía a su alrededor eran seres humanos. Sólo oía los ruidos que hacían al moverse, el sonido de unas zapatillas arrastrándose por el suelo de cemento, su respiración.
Dicen que cuando te encuentras totalmente a oscuras, se te agudiza el resto de los sentidos. En aquel momento, Clara descubrió que también ayudaba mucho estar muerta de miedo y convencida de que ibas a morir.
El artilugio sonó por tercera vez. Clara tuvo la sensación de que el tiempo se ralentizaba, como si fuera a pararse. Esperaba que en cualquier momento toda su vida le pasaría ante los ojos como un fogonazo.
—¿No vas a contestar? —preguntó alguien desde las sombras. Por mucho que tuviera un timbre humano, no era una voz agradable. Otra persona se rió, y desde luego no fue una risa amable.
Clara metió la mano en el bolsillo y sacó la BlackBerry. La pantalla iluminó la oscuridad que la rodeaba, aunque no lo suficiente para revelar lo que se escondía entre las sombras. De hecho, la luz sólo logró herirle los ojos. Clara manoseó el artilugio en un intento por encontrar la tecla que le permitiera responder a la llamada.
—Conecta el altavoz, para que podamos oírlo —le ordenó la voz desde la oscuridad.
La estaban viendo, estaba segura de ello. Podían verle la cara iluminada por la luz de la BlackBerry. Clara asintió, estudió un instante el teclado luminoso y pulsó los botones necesarios.
—¿Hsu? Hsu, ¿está ahí? —preguntó la BlackBerry.
Clara se mordió el labio. Era Fetlock.
—Esto… Hola, marshal. Ahora no es un buen momento…
—Eso me pareció por su llamada —dijo—. Glauer no ha podido contestar, lo mandé a buscar comida mientras planeábamos qué hacer en su ausencia. Tiene usted suerte de que yo escuche todos sus mensajes, entrantes y salientes. ¡Parece que está metida en un buen lío! Me he puesto en contacto con las autoridades locales del condado de Tioga. Están a la espera de que dé la orden de asaltar la prisión. En cuanto Glauer regrese saldremos hacia allí. Tardaremos un par de horas. ¿Cree que podrá aguantar hasta entonces?
Clara apretó los dientes.
—No estoy sola en estos momentos —dijo con la esperanza de que Fetlock pillara la indirecta—. No puedo hablar.
—Necesito información, Hsu. Debo saberlo todo para preparar la estrategia correcta —insistió Fetlock, que no era de los que se conforman con un «no» por respuesta—. ¿Qué hay de Caxton? Glauer me ha contado ya que fue a visitarla… En fin, es muy encomiable por su parte. Seguro que le dan una estrella de oro por ser tan buena novia, aunque parece que no eligió el mejor momento. En su mensaje dijo que Caxton andaba suelta. ¿Ha matado ya a algún vampiro?
—No —respondió Clara—. Está…
En aquel instante una mano salió de la oscuridad y le arrebató la BlackBerry.
—Va a tener que volver a llamar, poli. Ahora mismo está demasiado ocupada suplicando que le perdonemos la vida.
Antes de que Fetlock pudiera añadir nada más, una mano pulsó un botón y puso fin a la llamada. La pantalla de la BlackBerry se apagó.
Al cabo de un instante empezó a sonar de nuevo. Clara sabía que se trataba de Fetlock, que volvía a llamar para recabar más información aunque no fuera el momento más oportuno. Entonces la mano que agarraba la BlackBerry la apagó y la hizo desaparecer.
—Os advierto que soy agente federal —dijo Clara y sacó la pistola—. Si me atacáis vais a tener problemas y podríais…
—¿Podríamos qué? —preguntó alguien. Clara tuvo la sensación de que era la misma persona que se había reído hacía un momento—. ¿Ir a prisión?
Una cara salió de la oscuridad. En un primer momento, Clara pensó que pertenecía a un engendro, pues tenía la piel agrietada e irritada. Pero pronto se dio cuenta de que se trataba de marcas de quemaduras. La mujer llevaba unos pendientes en forma de esvásticas… Pero no, Clara se dio cuenta de que no eran pendientes, sino tatuajes. Con una mueca horrorizada, Clara levantó la pistola y apuntó al rostro quemado de la mujer.
—Pienso hacer uso de la fuerza si no…
Un pie descalzo apareció por la izquierda, a una velocidad y con una fuerza suficientes como para partir tablones de madera. Golpeó la pistola de Clara, que soltó un grito de dolor. La pistola cayó rodando por el suelo.
—No te he roto ningún hueso —dijo la propietaria de aquel pie, que dio un paso hacia la luz y le sonrió a Clara. Era una sonrisa digna de un tiburón dando vueltas alrededor de un marinero medio ahogado.
Clara estaba desorientada por el dolor en la mano, aunque no lo suficiente para no caer en la cuenta de que su atacante tenía los pies ligeramente separados, en una posición clásica de artes marciales, y un puño cerrado a la altura de la cintura, a punto para atacar al menor signo de provocación.
La mujer tenía tatuajes en la cara, unos tatuajes azul oscuro típicamente carcelarios. De hecho, parecía más bien como si se le hubiera corrido el maquillaje y le hubiera ensuciado las mejillas. Clara se acercó un poco más y vio que tenían forma de lágrima.
—Soy Guilty Jen —se presentó la mujer, con una leve inclinación.
Clara había tomado cuatro clases gratuitas de taekwondo antes de decidir que no tenía la disciplina necesaria para continuar. Había esperado que le enseñaran a golpear a un oponente, pero en lugar de eso la obligaban a adoptar varias posturas y a mover los pies hacia delante y hacia atrás, una y otra vez, durante horas. En cualquier caso, había aprendido una valiosa lección sobre el combate sin armas: si alguien te hacía una reverencia como aquélla, no debías devolvérsela, pues eso significaba que querías luchar.
A la vista de la precisión y la fuerza de la patada que la había desarmado, Clara decidió que no quería luchar contra aquella mujer por nada en el mundo.
—Agente especial Hsu —dijo Clara, muy erguida.
Guilty Jen le dedicó una amplia sonrisa y su posición de combate se relajó ligeramente.
—De modo que eres la famosa novia de Caxton. Vaya, vaya. No sabes la suerte que has tenido de que te hayamos encontrado justo ahora.