42

—Es un farol —dijo Caxton.

—¿Estás segura? Hay una forma de averiguarlo. —La directora metió el dedo en el gatillo de la pistola—. Voy a morir de todos modos. Tal vez no suceda hoy, es posible que tarde unos años, pero tengo un cáncer inoperable. Malvern era mi gran oportunidad. Dijo que podía volverme inmortal, me lo prometió. Dijo que tan sólo iba a costarme la vida de algunas internas, un precio que estaba perfectamente dispuesta a pagar. Pero al parecer me mintió. Al parecer nunca tuvo intención de convertirme en una vampira. Cuando despierte esta noche es probable que me mate y que luego me devuelva de entre los muertos convertida en un engendro más. Y eso es casi peor que terminar en un hospital con un gota a gota en el brazo. De modo que no tengo ningún motivo para no apretar el gatillo.

—¿En serio cree que me importa? —preguntó Caxton haciendo un esfuerzo para que no se le quebrara la voz.

—Pues yo creo que sí —respondió la directora. Inclinó la empuñadura de la pistola, pero la boca del cañón no se movió ni un milímetro—. Te conozco, Caxton. O, cuando menos, te conozco lo suficiente. He conocido a suficientes policías corruptas a lo largo de mi vida. Unas veces terminan aquí, como presas, y otras simplemente vienen a dejar a alguien. Pero se les huele a la legua, desprenden un olor muy particular.

—¿Olor a corrupción?

La directora soltó una amarga carcajada.

—¡Ja! No, más bien a dinero. Por eso sé que tú no eres corrupta, porque tú hueles a fracaso. Eres una poli buena. Eres de los buenos. O por lo menos eso es lo que te dices a ti misma. Así por lo menos puedes explicar por qué tu vida se ha convertido en una ruina, ¿no? Porque los buenos siempre terminan los últimos, pero da igual, porque son puros de corazón. —La directora se rió con desdén—. Te metieron aquí por secuestrar y torturar a un gilipollas que disponía de una información que tú necesitabas. A mí tu enfoque me parece perfecto, pero a ti no. Tú te sientes mal por lo que hiciste. Por eso lo confesaste todo, te declaraste culpable y te aviniste a cumplir tu condena como una buena chica. Todo eso es una gilipollez, naturalmente. Llevo veinte años observando la naturaleza humana desde primera fila. He visto a muchas buenas chicas que entraban aquí y se convertían en unas bestias en una semana. Nadie está limpio en este mundo, pero los polis os empeñáis en creer que es posible y haríais lo que fuera con tal de preservar esa ilusión. Y no vas a dejar que me pegue un tiro porque eso te convertiría en cómplice. Te atormentarías durante el resto de tus días pensando que dejaste morir a alguien cuando podrías haberlo salvado.

—La veo muy segura. El hombre que me enseñó a matar vampiros la habría ayudado a apretar ese gatillo. Y yo lo he aprendido todo de él.

—Lo veo en tus ojos, Caxton. Aún crees que podrás salir de todo esto sin haber matado a un solo ser humano. Crees que puedes matar a Malvern, dejar todo esto atrás y volver a tener una vida más o menos normal. O sea que no, no vas a dejar que me pegue un tiro. Y como te acerques un paso más a mi escritorio, juro que disparo.

La directora tenía razón.

Caxton no iba a dejar que se pegara un tiro. La directora tenía razón: si lo hacía, se atormentaría eternamente. Aunque hiciera lo correcto, aunque protegiera a la gente del mal, muchos de sus actos le provocaban pesadillas. Si permitía que aquella mujer se pegara un tiro, no iba a perdonárselo jamás.

Así pues, no le quedaba otra opción que ceder.

—En este caso, supongo que estamos en tablas —dijo Caxton—. Hemos llegado a un impasse.

—¿Qué? Pero ¿qué dices? —preguntó Gert, que levantó los ojos y echó un vistazo a la sala—. ¿De qué tablas hablas? ¿Qué coño dices?

Caxton suspiró.

—Te lo explicaré más tarde.

—¿Quieres que la mate? —preguntó Gert, apuntando a la directora con el cuchillo de caza.

—No, de momento no —respondió Caxton.

La cabeza de Gert se desplomó. Estaba de bajón. Caxton continuaba sin saber qué droga se había tomado, pero era evidente que se le estaba pasando el efecto. Probablemente iba a tardar poco en dormirse.

La directora sonrió.

—Qué interesante —dijo—. Te metí en la celda de Stimson porque creía que así no podrías dormir y resulta que vais y os hacéis amigas.

—No habría llegado hasta aquí sin ella.

—Vaya. Y además lo crees de veras, ¿no? Crees que todo el mundo merece una segunda oportunidad, que hay un poco de bondad en todo el mundo. No te queda más remedio. La vi cargarse a Wendt, la guardia de la UAE. Tú también estabas ahí y lo has visto todo. Y, aun así, la has llevado contigo. Has confiado en ella. Por cierto, ¿sabes por qué la encerraron aquí? A lo mejor si se lo preguntas cambias de idea sobre tu criterio a la hora de elegir a tus socias.

—De momento no tengo queja —dijo Caxton, pero incluso ella se dio cuenta de su falta de entusiasmo—. ¿Si bajo la escopeta va a bajar la pistola?

—No —respondió la directora—. Si bajas la escopeta te frío ahí donde estás.

—Pero ¿por qué? —quiso saber Caxton—. ¿A quién beneficiaría eso?

—A lo mejor a mí. Malvern está obsesionada contigo. Quiere tenerte viva para poder convertirte en su juguete. Sí, tiene grandes planes para Laura Caxton. Pero si cuando despierta dentro de un rato estás muerta…

—Va a matarla a usted por haber frustrado sus planes.

—¿En serio lo crees? —preguntó la directora, que levantó la cabeza como si considerara esa posibilidad—. Estará cabreada, desde luego, pero es demasiado lista para cargarse a una persona que necesita sólo porque esa persona la haya desobedecido una vez. Cuando no se obceca en ti puede ser una criatura muy racional.

Caxton tenía que admitir que eso era cierto.

—Y entonces, finalmente, tendría ocasión de conseguir lo que tanto quiero: la maldición. En serio, tu muerte en este momento sería una gran noticia para mí. De hecho me estoy planteando dispararte ahora mismo, por mucho que me estés apuntando con la escopeta. Me pregunto si sería capaz de matarte antes de que tú me mataras a mí…

—Lo dudo mucho —dijo Caxton.

La directora frunció los labios.

—Sí, yo también lo dudo. O sea, que tampoco vamos a hacerlo así.

—De acuerdo —dijo Caxton—. Entonces dígame cómo quiere hacerlo.

—Voy a largarme de aquí y no vas a seguirme. Después de eso puedes hacer lo que te dé la gana. Ve a la planta inferior y haz que te maten. De esa manera aún saldré ganando yo.

—Pero existe una posibilidad de que no muera ahí abajo.

La directora se rió.

—Supongo que sí, una posibilidad muy remota. Pero pongamos que logras sobrevivir hasta la puesta de sol. ¿Qué harás entonces?

Caxton se encogió de hombros.

—Rescatar a Clara y matar a Malvern.

¿En serio crees que te lo pondrá así de fácil? ¿Crees que una mujer que lleva trescientos años sobreviviendo cuando todo el mundo quería matarla va a terminar sucumbiendo en su último enfrentamiento con su última Némesis? Es demasiado lista para dejarte siquiera intentarlo.

Caxton tenía que admitir que la mujer tenía parte de razón.

—Pero en esta ocasión ha cometido un error. Lo ha arriesgado todo para tener la ocasión de convertirme en vampira y ahora se encuentra entre la espada y la pared. No puede salir de la cárcel, en estos momentos debe de haber cien policías ahí afuera, esperando tan sólo a que se mueva. No puede ir a ninguna parte.

—A lo mejor la estás subestimando.

A Caxton se le subió la sangre a la cabeza. Desde luego, ése era siempre el peor error que podías cometer al enfrentarte con un vampiro, especialmente si éste era listo. Llevaba varios años aprendiendo hasta qué punto era una locura subestimar a Malvern, pero no lograba ver de qué modo la vampira podía tener un as guardado en la manga. Finalmente, se había quedado sin ideas.

¿O no?

—Si vives lo suficiente, descubrirás que las cosas no son exactamente lo que parecen, aunque imagino que cuando se trata de la señorita Malvern nunca lo son. —La directora se levantó lentamente de detrás del escritorio—. En fin. Ahora me voy a ir.

—Espere —dio Caxton cuando la mujer estaba a punto de llegar a la puerta—. ¿Dónde está Clara? Dígame sólo eso.

—Se ha escapado —respondió la directora—. La muy zorra me ha atacado, me ha hecho daño y se ha largado mientras yo estaba en el suelo, retorciéndome de dolor. Las últimas noticias que tengo de ella es que se ha unido a una de las bandas. No sé dónde está.

Caxton asintió con la cabeza, agradecida y aliviada. También se sentía orgullosa de que Clara hubiera sido tan dura.

—¿Y dónde está Malvern? Usted misma ha dicho que teme lo que pueda suceder en cuanto despierte. Dígame dónde está y yo me aseguraré de que eso no suceda nunca. Si la encuentro antes de que anochezca…

—No te lo diría ni aunque lo supiera. Aún albergo una pequeña esperanza de terminar saliéndome con la mía.

—¿Y convertirse en vampira? ¿De veras es eso lo que quiere?

—Todos tenemos sueños —dijo Bellows, y se encogió de hombros—. Té diré lo que sé, porque no te va a servir de nada. Al amanecer se ha marchado con un par de engendros, seguramente a su ataúd. Yo no sé dónde está. Sé que no está en mi despacho, que es el último lugar donde la vi. Les he preguntado a los siervos dónde la habían llevado, pero han jurado no revelarlo. Entonces me he dado cuenta de que no confía en mí y que es probable que no cumpla su promesa.

Caxton soltó un gruñido de frustración.

—Adiós, directora. Estoy segura de que nos volveremos a encontrar —dijo en el tono más amenazador del que fue capaz.

—Sí, yo también lo creo, aunque tal vez no de la forma que tú esperas. Y ahora, si me perdonáis, aún tengo que hacer muchas cosas antes de que anochezca. Me tengo que ir.

Bellows se dirigió hacia la puerta y Caxton fue girando sobre sí misma, sin dejar ni por un momento de apuntar a la mujer con la escopeta. Pero la directora salió de la sala sin volverse ni una sola vez.

Cuando ésta cerró la puerta, Caxton se acercó a la mesa y echó un vistazo a los papeles que había esparcidos. Había varias decenas de hojas y todas ellas eran conversaciones de chat impresas. Caxton se acordó de cuando había visto la BlackBerry de la directora y de cómo el lenguaje antiguo de la pantalla le había resultado vagamente familiar. Esas pocas palabras habían bastado para hacerle pensar (aunque fuera tan solo a nivel subconsciente) que Malvern andaba al acecho. Ahora constató que, efectivamente, la directora había estado hablando ni más ni menos que con la vampira.

Las transcripciones se remontaban a varios meses atrás, poco después del juicio de Caxton. Malvern debía haber seguido las noticias de cerca, había averiguado en qué prisión iban a encerrarla y se había puesto manos a la obra para seducir a la directora, prometiéndole de todo para convencerla de que faltara a sus obligaciones. No parecía que le hubiera resultado muy difícil. Las transcripciones revelaban lo mucho que la directora odiaba a las internas y cómo veía en ella sus propios defectos y los de todos los seres humanos a los que había conocido. En unas pocas páginas de conversación, Malvern había convencido a la directora de que sacrificarlo todo, su carrera, su vida y las vidas de todos sus guardias, valía la pena a cambio de recibir la maldición que ella le ofrecía como recompensa.

A Caxton le sorprendió un poco encontrar esos papeles. A la directora no le habría costado nada llevárselos. Se los podría haber metido en un bolsillo antes de marcharse, pero había optado por dejarlos allí, a la vista de todos.

Aquellas transcripciones eran poco menos que una confesión. Caxton se dijo que tal vez la directora los había dejado allí porque no tenía ninguna intención de ocultar su culpa. ¿O acaso estaba tan convencida de que Caxton iba a morir que le daba lo mismo que los viera?

Cabía aún otra posibilidad: que su decisión de dejarlos allí formara parte del malévolo plan de Malvern. ¿Era posible que ésta quisiera que Caxton viera esas transcripciones? ¿Que le hubiera ordenado a Bellows que dejara los papeles allí?

—¿Dónde… dónde estamos? ¿Y qué… qué hacemos ahora? —preguntó Gert. Se le estaban cerrando los párpados y apenas si se tenía en pie.

—Voy a ir abajo —dijo Caxton.

—Ah, vale… Espera un momento que recoja mis cosas y…

—No, tú no vienes conmigo —le dijo Caxton a su compañera de celda.