Prólogo
Septiembre de 2009
Todo empezó hace nueve meses, cuando me llegó la noticia de la muerte del padre de mi padre. Un hombre más que centenario, que vivió una vida extraña y peligrosa, por lo que yo sé de las crónicas familiares. A través de los relatos de quienes le conocieron y oyeron hablar de él, mi abuelo parece haber sido al mismo tiempo un solitario, un benefactor y un aventurero; un hombre de gran cultura, apasionado por todos los campos del saber, un comecuras y un hombre religiosísimo. Un mujeriego también, en vista de que abandonó a mi abuela y a mi padre aún en pañales, pero que según se dice intentó —no se sabe por qué ni en qué modo— seguir en contacto con ellos. Murió en la ermita de Camaldoli, como me contó en una breve carta el prior general de los cenobitas camaldoleses. La carta iba acompañada de un texto mecanografiado, con la recomendación de que lo leyera con atención, y de un antiguo volumen, sellado, quizá de valor.
Nunca tuve un trato de confianza con él: lo habré visto tres o cuatro veces en mi vida; la muerte prematura de mis padres probablemente influyera en esta lejanía. Al principio fue únicamente la curiosidad la que me impulsó a leer el libro. Sin embargo, página tras página me fui dando cuenta de que la historia que narraba me cambiaría la vida para siempre. A mi pesar, ahora sé que es un misterio que persigue desde hace siglos a mi familia y del que es protagonista y víctima al mismo tiempo. Un secreto terrible, que remite a hechos lejanos en el tiempo, pero de posibles consecuencias devastadoras en caso de que fuera a parar a manos erróneas y usado de un modo insensato. Si hubiera sido revelado al mundo en su tiempo, nuestra historia habría sido muy diferente; no podemos saber si mejor o peor, pero hoy en día el peligro es aún mayor. En estos momentos no estoy en disposición de saber ni de demostrar cuánto hay de cierto en lo que se cuenta en el libro. Sólo sé que he dedicado estos últimos meses a documentarme sobre todo lo que se relata en él, y todo ha sido descrito y anotado de forma correcta. No estoy seguro siquiera de si el libro lo escribió mi abuelo o alguna persona cercana a él. Pero ahora mismo no tiene mucha importancia. Ahora todo depende de mí; tengo a mis espaldas una enorme responsabilidad. Algunos indicios me hacen pensar que alguien, desde las sombras, quiere que yo recoja el testigo de mi antecesor y que, precisamente yo, el último de mi familia, resuelva el enigma que hay tras este misterio. Porque hay un enigma, no sólo una historia. Lo he comprendido desde el momento en que he abierto el segundo pliego, el antiguo. Ahora tengo miedo, porque sé que cuando encuentre la solución nada será como antes.