Mientras tanto, en Florencia, el mismo día
En aquel momento De Mola tuvo la sensación de que le observaban; eso le decía la capacidad de percepción que había desarrollado con los años de estudio. Se detuvo, se abanicó con el periódico y miró a su alrededor, como si buscara a otras personas que, como él, no soportaran más el calor. Fue así como los vio, apoyados en una bicicleta, tomándose un helado junto a un banco, frente a la farmacia de la Piazza Santa Maria Novella, la más antigua de Florencia. Les sonrió a propósito, con una invitación tácita a la complicidad, pero ellos se volvieron, evitando su mirada. Tenía que averiguar con seguridad si estaban allí por él. Con el periódico bajo el brazo se acercó a los dos hombres y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo, apoyándose en la pared a la sombra, junto a la farmacia, como si buscara un poco de fresco. Luego los miró, fingiendo una especie de envidia por el helado que estaban lamiendo de un modo obsceno. Si tienes la sensación de que te espían y no quieres que piensen que te has dado cuenta, muéstrate sin más dilación, entabla incluso conversación, si puedes, y registra sus reacciones. Te creerán muy ingenuo o extremadamente astuto: en ambos casos tendrás ventaja sobre ellos.
Los dos respondieron inmediatamente a aquel acercamiento y le lanzaron una mirada fugaz; justo después, tiraron el helado aún a medias y se alejaron juntos, montados en la única bicicleta que había allí. El grande pedaleaba con el de la melena rubia sentado sobre el bastidor. Giacomo se encendió un cigarrillo: sí, aquellos dos estaban allí por él, y por el modo en que habían reaccionado no debían de ser tipos demasiado peligrosos. Quizás un par de granujas recién reclutados por la OVRA, la policía secreta de la que todo el mundo hablaba. Era posible, pues, que alguno de sus inofensivos comentarios antifascistas hubiera llegado a oídos de algún jefecillo, quizás alguna palabra que se le hubiera escapado a algún miembro de la Accademia dei Georgofili.
Desde luego no podía ser por el libro. Podía ser que una noche de aquéllas recibiera un porrazo en la cabeza, o quizá le obligaran a beber un poco de aceite de ricino en algún cuartelillo de la policía. Nada más. Tenía que acelerar la preparación de Giovanni, aunque de momento aquello representaba un riesgo mucho mayor que el de ganarse una purga algo más violenta de lo habitual o una paliza.
También Pico se había llevado palizas en su tiempo, reflexionó, antes de que su recorrido hacia la sabiduría se interrumpiera a causa de una mujer. Mujeres… Aquél sí que era un tema delicado, y antes o después tendría que hablar de ello con Giovanni.