Marciano, Val di Siena, martes, 2 de mayo de 1486

Antes del alba, el silencio se rompió con el correr del pesado cerrojo; después nada. Con cautela, Giovanni se dirigió hacia la puerta y la encontró abierta. Bajó la escarpada escalera de madera que pocas horas antes había afrontado con las manos atadas y salió al exterior. Un caballo ensillado y enjaezado parecía esperarle, un magnífico bayo salernitano, robusto y musculoso, con una tupida crin y anchos ollares de los que emanaba un ligero vapor. En sus grandes ojos vivarachos, en los que se reflejaban las primeras luces del día y las últimas estrellas de la noche, vio miedo y agitación. Le acarició el cuello, sin prisas, y cuando se ganó su confianza, montó en la silla. Todas las puertas estaban abiertas, incluida la de la barbacana, y Giovanni Pico salió rápidamente de Marciano y se dirigió al galope hacia la posada de la noche anterior.

Allí encontró la imagen de la tragedia tal como la había dejado: los criados que estaban en el exterior aún tenían la mirada perdida, incrédula ante una muerte que les había pillado por sorpresa. Les cerró los ojos, y lo mismo hizo con los que había dentro de la posada.

A continuación se dirigió a campo abierto hasta que encontró una higuera, árbol primordial, sagrado para todas las religiones. Se sentó con las piernas cruzadas a la sombra de sus hojas verdes y respiró su aroma. Esperó la llegada del día, la de la noche y la del día siguiente hasta que, hacia el ocaso, sintió que había alcanzado de nuevo un estado de conciencia superior. Era lo que los cristianos llamaban «éxtasis», los sabios del islam «despertar», los cabalistas hebreos «intuición mística» y los seguidores del Buda «iluminación». Sólo tenía que esperar, sin ninguna prisa: sabía que llegaría. Efectivamente, al poco tiempo vio la esfera de fuego, la misma que había aparecido, según numerosos testigos, el primer día de su vida. El médico que había asistido a su nacimiento había transcrito puntualmente aquel fenómeno con todo detalle. Astrólogos, científicos y sacerdotes, convocados a la corte de Mirandola, habían dado diversas explicaciones; no obstante, todas coincidían en el hecho de que el neonato sin duda tendría un destino especial. Ahora Giovanni Pico sabía por fin cuál.

Muchas otras veces, desde el día de la muerte de su madre, había percibido la presencia de la esfera, al igual que en cada uno de los momentos más difíciles de su vida. Sentirla de nuevo en su interior lo tranquilizó y le recordó que nada debía apartarlo de su objetivo. Toda su vida la había dedicado a aquel único fin, y el tiempo de las reflexiones había terminado. La esfera se apagó, lentamente, y Giovanni volvió a abrir los ojos. El dolor no lo detendría.