IV

—¡Fuego!

Bajo el impacto de las balas el joven cayó de espaldas como si hubiese recibido una coz en mitad del pecho, dando casi una vuelta de campana en el aire y mostrando una fracción de segundo el gastado fondo de sus pantalones. Se contrajo convulsivamente un par de veces y en seguida quedó rígido, con grandes manchas rojas repartidas por la camisa.

El Oficial se aproximó...

—¡Idiotas! ¡Ni uno le ha dado en la cabeza!

Luego puso su oído sobre el corazón del ajusticiado para comprobar si la víscera se había detenido.

—Bien, no le funciona. Tampoco respira...

Ya se había incorporado para avisar al médico encargado de certificar la muerte, cuando le pareció ver algo ilógico en el fusilado.

—No puede ser... ¿...?...

Una de las venas gruesas y la distendida arteria del cuello estaban latiendo.

—¡Esto no puede ser!

Fue llamado el doctor rápidamente, pero no supo qué certificar ante un fusilado muerto y vivo a un mismo tiempo.

—A la enfermería con él. Avisen al Coronel, para que ordene la inmediata presencia de un especialista en homínidos.