III

En el interior del cilindro, el ser del satélite Akra abrió los ojos. Cuando se dio cuenta de que los horribles escarabajos secuestradores le habían encerrado en un tubo de acero, volvió a interrogarse por enésima vez, lleno de terror, qué pretenderían hacer con él. Intentó moverse sin poder conseguirlo, porque todos sus músculos se hallaban bajo los efectos de una droga paralizante. Agudizó el oído: su presunto féretro vibraba, pero no se escuchaba nada.

—¡Oh, Bulbu de las Cavernas Blancas, apiádate de mí! —gimió. De nuevo las imágenes últimas de su memoria le llegaron con toda nitidez. Recordó que una fuerza extraña le había apresado cuando andaba de regreso a su hogar por la carretera principal de Iván, después el vacío y la negrura, más tarde aquel horrible encierro y su gran congoja al pensar en sus mujeres y los niños. Estarían llorando. Andarían buscándole. Nadie sabría jamás cómo fue posible su desaparición. ¿Quién podría suponer que unos repulsivos entes de negro cuerpo y rojiza pupila le tenían secuestrado?... Repentinamente comenzó de nuevo a sentir mucho sueño y una rara sensación por todo el cuerpo que agudizaba su parálisis muscular. ¿Pensaban probar su resistencia? ¿Pensaban matarlo? Intentó oponerse, pero el sueño se apoderó de él...

Mucho tiempo después abrió los ojos y vio que el techo del cilindro tenía corrida una compuerta, y allá arriba se distinguía el cielo violeta. ¿Estaba ya en casa? ¿Para qué entonces todo aquello? Se incorporó con una gran sensación de agotamiento y miró furtivamente afuera. El paisaje, aunque familiar, le era totalmente desconocido. ¿Dónde se hallaba? Diose cuenta que a un lado del cilindro tenía algunas armas y otras cosas. Sí, le habían dejado un fusil adormecedor, cajas con medicamentos y utensilios para una larga permanencia en zona deshabitada. Nada de comida. Llegó a la conclusión de que el arma le sería de utilidad para supervivir con la caza y que con toda seguridad idéntico pensamiento bullía en la mente de los negros secuestradores. Inició una cautelosa exploración de los alrededores. No podía saber si se hallaba en su tierra. El sitio era muy parecido a Vilma. pero existían diferencias de proporción, allí todo parecía minúsculo. ¿Dónde estaría?... Pensó averiguarlo más tarde, ya que de momento lo más importante era cazar algo para comer... Llevaba quince círculos sin probar bocado. Tomó el arma y caminó procurando no hacer crujir demasiado el quebradizo terreno que se hundía bajo su séxtuple pisada. Al poco distinguió a lo lejos un grupo de Bibis muy parecidos a los de su tierra, aunque bastante más pequeños y con un color menos oscuro. Estaban flotando alegremente en el centro de un llano entre remolinos de blancos hongos. Experimentó una enorme alegría al descubrir tan buena comida. Sabía que los Bibis eran muy listos y desconfiados; por esto, se agachó para no ser descubierto, y dejó de caminar para arrastrarse como una culebra.