III
Aticus despertó sintiendo un fuerte dolor de cabeza y bastante atolondrado; aún martilleado por los ecos de una desagradable pesadilla. Entre bostezos, se puso en pie. Arriba la luna le decía que una hora había transcurrido. Se colocó la mano sobre la frente para intentar calmar el martirio que le palpitaba hasta las sienes, y así se tropezó con su raro bulto inexplicable...
Mientras pensaba si podría habérselo hecho casualmente durante el sueño, cruzó la sala y llegó al baño donde, después de encender la luz, se miró en el espejo. No pudo frenar el espontáneo grito de miedo y sobresalto que nació en su garganta al verse entre ceja y ceja un tercer ojo, desorbitado y grande, que le miraba autónomo, con insistencia. Instintivamente hizo ademán de quitárselo, de borrar, de arrancar aquello, pero sintió el mismo dolor que si hubiese intentado extraerse algo propio.
Una voz en el psiquis le repetía lo mismo que durante la pesadilla...
—Por favor, doctor. Sea razonable. Es nuestro medio de contacto..., es...
El corazón de Aticus saltó con tanta violencia que el sonido de sus latidos creó ecos entre las piezas del baño. Convencido de que aún continuaba dormido, abrió todo el grifo de agua fría, metiendo acto seguido la nuca bajo el chorro y sosteniéndola allí aunque el líquido le corría por la espalda, empapándole la camisa y los pantalones. Mientras se restregaba la cara sentía al tacto que el cúmulo carnoso continuaba en su puesto elegido, pero, a pesar de la palpable prueba, prefirió repetirse interiormente que estaba padeciendo un tipo de autosugestión. Levantó el rostro despacio y con miedo de vérselo en el espejo. Cerró los ojos y, trincado con fuerza al lavamanos, los abrió de golpe. La protuberancia, algo más contraída por efectos del baño, continuaba entre sus cejas.
- Llamaré a mi colega Vilmagem para que me examine. Quizás he probado, sin darme cuenta, alguna droga nueva durante los experimentos que he realizado esta tarde en el sótano, y tengo el siquismo alterado.
Cerró la puerta del baño casi al mismo tiempo que pronunciaba la última de las palabras. Se detuvo al venirle la idea de llamar antes a dos de los auxiliares que estaban descansando en el piso superior de la residencia. Pero después de pensarlo bien se decidió por la primera iniciativa, y fue de prisa hacia el teléfono colocado sobre una mesita al final del pasillo. Casi lo había alcanzado cuando un auxiliar le surgió enfrente. Aticus bajó la cabeza para ocultar su defecto, pero el auxiliar, aunque de refilón, ya había visto el chichón blanco y negro que sobresalía entre sus ojos.
—¿Se ha caído usted? Tiene un golpe en la frente. ¿Necesita ayuda?...
—No, no es un golpe...
—Entonces, ¿está usted enfermo?
—Tampoco; váyase... Bueno, no, quédese... Sí, estoy enfermo...
—¿...?
Aticus cogió el teléfono y marcó un número...
—¡No se quede así! —le gritó al auxiliar, que se había embobado y le miraba boquiabierto.
La comunicación se hizo en el aparato.
—Oiga..., ¿eres tú, Vilmagem?
—Sí... ¿Quién me llama?
—Aticus...
—¿Qué diablos te ocurre?
—Estoy enfermo.
—Debe ser cosa grave cuando me llamas a las tres de la mañana.
—Yo no sé si es grave. Lo supongo. Aunque ahora estoy más convencido que antes de lo peor.
—¿Ahora? ¿Por qué?
—Porque tenía la esperanza de estar padeciendo una alucinación, pero me he cruzado con mi ayudante Stefan y su reacción ha cambiado mi idea.
—Pero ¿qué tienes?
—No lo sé... Otro ojo. Algo me ha nacido entre las cejas...
—Será un ántrax, un tumor sin importancia..., un lobanillo.
—No..., nada de eso habla... Yo escucho voces...
Un largo silencio se hizo al otro lado de la línea. Luego, la voz de Vilmagem volvió a llegar, extrañamente paternal.
—Tranquilo, Aticus... Voy en seguida... No te preocupes de esas voces...
—¡Pero, oye! ¿Por qué me hablas así? —le interrumpió Aticus indignado. Y agarrando violentamente de un brazo a su auxiliar—: Stefan está aquí. ¡Pregúntale!
—No... Me basta con tu palabra.
—No, ¡no te basta! —Y casi le incrustó el teléfono en una oreja al desconcertado Stefan—. ¡Stefan, dígale lo que ve! —ordenó fuera de sí—. ¡Dígaselo! —Y señalaba el bulto.
—Señor... Otro ojo...
—No le oigo, Stefan... Repita...
—Parece otro ojo, señor... Aunque, bien mirado...
—¡Diablos! —exclamó Vilmagem cortando de golpe la comunicación.