V
Siete caras consternadas le rodeaban. Rostros de científicos intrigados ante un enigma, ante una protuberancia que si bien habían dictaminado como semejante a un ojo, nada tenía que ver con órganos de tal tipo, y menos aún con lo conocido. Era un intocable promontorio, luminiscente por instantes, que al menor movimiento de aproximación hacia él influía en Aticus, produciéndole agudos dolores generales, aunque se le aplicara un aerosol del más enérgico anestésico local. Ni siquiera le habían podido inyectar.
Aticus trataba con desesperación de que sus palabras fueran tenidas en consideración.
—Esto no es de mí. Ha llegado del espacio. Dice que se incrustó tanto en mi organismo que ahora no puede zafarse para demostrarlo. Pero que pronto llegarán más.
Las palabras de Aticus cayeron en vacío, pues fue levantado de la cama y trasladado casi con camisa de fuerza a la sala quirúrgica.
—¡Esto me grita que no lo hagan!... ¡Esperen a los demás!
Nadie le prestaba atención. Aticus sólo veía a su alrededor blancas batas y rostros iluminados por una sonrisa de conmiseración y afecto. Comprendió que le miraban como a cualquier loco.
Casi con violencia le colocaron la mascarilla de anestésico.
—¡No extirpen! ¡Lo van a matar!
El gas llegó hasta sus fosas nasales.
—Lo van aaaa..., a...