¿En qué sentido bailan el vals los patagones?
¿Hacia la derecha o hacia la izquierda? No es una cuestión de política sino de lateralización. En la vida, están los diestros y están los zurdos. Los Mohamed Ali y los Rocky Balboa. Los Michel Platini, que ejecutaba los golpes francos con la diestra, y los Diego Maradona, que chutaba con la siniestra. En el mismo registro deportivo, la primera prueba que pasan los aprendices de portero consiste en determinar cuál es su ojo director, el ojo con el que apuntarán. Hay otras lateralizaciones más sutiles, como el lado hacia el que inclina usted la cabeza para besar a alguien en la boca (o para beber del grifo, si se trata de solteros recalcitrantes que no tienen pareja ni ánimo para fregar los platos). O como el sentido que adopta usted al girar sobre sí mismo.
Por esta preferencia desconocida acaba de interesarse un estudio publicado en junio por la revista Laterality. Sus autores, Han Stochl y Tim Croudace, investigadores en la Universidad de Cambridge, al no encontrar explicación alguna para esta lateralización, se preguntaron a qué podía atribuirse. Formularon hipótesis evidentes —una correlación con la mano y el pie predilectos— y otras no tan evidentes. También quisieron explorar la vía del sexo, puesto que un estudio demostró que los hombres diestros de pie, mano y ojo tendían a girar hacia la derecha mientras que las mujeres dotadas del mismo esquema de lateralización giraban preferentemente hacia la izquierda, algo que podría explicar, por fin, algunas épicas disputas conyugales cuando se trata de leer los mapas de carreteras.
La última hipótesis que quiso poner a prueba el dúo Stochl-Croudace es más improbable aún: la posibilidad de que, según su localización en la Tierra, el ser humano se vea influido por la fuerza de Coriolis, que hace girar los ciclones del hemisferio norte en sentido antihorario y los del hemisferio sur como las agujas del reloj. En el resto del reino animal, la fuerza de Coriolis se ha vinculado también a la navegación de los pájaros o al vuelo de los murciélagos al salir de las grutas, e incluso se la ha evocado para explicar por qué los delfines del norte parecían dar vueltas en el agua en sentido opuesto a las de sus primos australes.
Para aclarar de una vez las cosas y saber si los vieneses bailan o no el vals en el mismo sentido que los patagones, los investigadores colgaron en Internet un cuestionario al que respondieron 1526 voluntarios de 97 países y de ambos hemisferios. Además de contestar a las preguntas clásicas —con qué mano tira usted una pelota, en qué sentido remueve el café, qué pierna mete primero en los pantalones, etc.—, los internautas efectuaban una sencilla prueba para determinar su sentido preferido de rotación sobre sí mismos y, sobre todo, debían decir dónde habían crecido y dónde vivían desde hacía cinco años.
A fin de cuentas, el mejor modo de predecir en qué sentido le gusta a fulano hacer la peonza (o hacer que gire una) es saber si es diestro o zurdo. Las correlaciones más claras que el estudio puso de relieve se refieren, en efecto, a la mano y al pie. Y en cuanto a la fuerza de Coriolis, nada parece vincularla al sentido de rotación preferido. Los autores propusieron, como posible explicación para este resultado negativo, el hecho de que dicha fuerza es «demasiado pequeña para tener influencia alguna sobre los animales». Un buen investigador siempre acaba siendo lúcido.