Los casados son sembradores de oro
Georg Steinhauser es un hombre concienzudo. Y más aún. En 2006, este joven químico austríaco tuvo un problema. Los análisis, extremadamente sensibles, que sus colegas y él llevan a cabo a menudo estaban contaminados por… oro. El investigador tenía una ligera idea del origen de las partículas del metal precioso: de las manos de los propios químicos. Las alianzas que llevaban, al igual que los matrimonios que simbolizan, sufrían los ultrajes del tiempo, eran maltratadas por la vida e irremediablemente perdían —ínfimos— jirones…
Puesto que la ciencia es un sacrificio, Georg Steinhauser se casó para verificar esta hipótesis. Digamos más bien —sin duda, resultará más políticamente correcto— que aprovechó su unión con una tal Veronika para llevar a cabo un experimento de largo recorrido con su propia alianza. En el estudio, que publicó en 2008 el Gold Bulletin, el investigador austríaco describió su protocolo. Al inicio del experimento, es decir, cuando le pusieron el anillo en el dedo, éste pesaba exactamente 5,58387 gramos. Estaba hecho de oro de 18 quilates, algo que verificó en una minúscula muestra (un consejo a los joyeros: nunca intenten estafar a un químico). Siguiendo la tradición austríaca, Georg Steinhauser, que es diestro, lleva la alianza en la mano derecha. Para evitar que se desgastara mientras dormía por el roce de la sábana, por la noche se la quitaba.
Una vez a la semana, durante un año, pesaba el anillo para calcular cuánto oro había perdido en siete días. Para evitar cualquier depósito de grasa o de jabón que podría falsear la medida, primero lavaba la alianza con agua destilada y luego la secaba con un chorro de aire. Transcurridas cincuenta y dos semanas, llegó la hora de hacer balance. La joya había perdido 6,15 miligramos, es decir, un volumen total de 0,39 milímetros cúbicos. Al mismo tiempo, su grosor había disminuido una centésima de milímetro.
Durante el primer año de matrimonio, Georg Steinhauser llevó un diario de sus actividades para saber qué había podido producir las diferencias con respecto a la abrasión semanal media, que era de 0,2 miligramos. Y advirtió que durante su luna de miel la pérdida de material resultó más elevada. No porque el anillo hubiera servido para algún juego erótico, sino por razones más prosaicas, porque el joven matrimonio Steinhauser viajó a Malta, donde la arena de las playas no se mostró demasiado tierna con un elemento, el oro, que lo es bastante. La alianza sufrió también por la práctica del esquí (por el rozamiento con el guante y el bastón), el cuidado del jardín y… un concierto de rock (los químicos tienen extrañas pasiones), sin duda a causa de los frenéticos aplausos. Al final, el investigador calculó que había perdido un miligramo de oro en el laboratorio. Así, pues, decidió no llevar la alianza en el trabajo y convenció a sus colegas para que hicieran lo mismo.
Para concluir, Georg Steinhauser cedió a la curiosidad haciendo otro cálculo. Dado que, explica, en una gran ciudad como Viena viven más de trescientas mil parejas casadas y que, aproximadamente, el 60% de los casados llevan una alianza de oro de 18 quilates, cada año caen más de 2,2 kilos de metal precioso por los suelos, entre el polvo y las pelusillas de las secadoras de la capital austríaca. Es decir, con la actual cotización del oro, el equivalente a casi cien mil euros. ¡Rácanos, a vuestras escobas!