El beaujolais, campeón de la superconductividad

En el año 2011, el mundo de la física celebró los cien años del descubrimiento de la superconductividad, esa sorprendente propiedad que tienen algunos materiales de conducir la corriente eléctrica sin resistencia alguna. El fenómeno, que permite esperar que algún día se pueda transportar la electricidad sin pérdidas, es de evidente interés industrial, pero la superconductividad solo funciona con temperaturas muy bajas y numerosos laboratorios en todo el mundo buscan materiales que faciliten este procedimiento. Un equipo japonés, sin duda para brindar por el centenario, exploró un camino inesperado al tratar de determinar si el hecho de empapar aleaciones con bebidas alcohólicas podía «dopar» la aparición de la superconductividad. Por desgracia, el artículo que recoge sus experimentos, publicado en marzo de 2011 en la revista Superconductor Science and Technology, no precisa el número de botellas que el equipo sopló antes de poner a punto este improbable proyecto de investigación.

He aquí el detalle de su protocolo experimental: tras haber fabricado unos granulados a base de hierro, de telurio y de azufre, el equipo los zambulló durante veinticuatro horas en varias bebidas alcohólicas comercializadas, cuya temperatura se elevó hasta los 70°C. Las pastillas dieron la vuelta al bar —a todas luces bien provisto— del laboratorio, «probando» la cerveza, el vino blanco, el vino tinto, el whisky, el sake y el shochu, un aguardiente japonés que se destila a partir de diversos ingredientes como el arroz, la cebada o la batata. Los investigadores sometieron también sus granulados al agua y al etanol puro, así como a distintas mezclas de ambos, para saber si el grado de alcohol desempeñaba algún papel.

El resultado de esas degustaciones fue pasmoso, como explican los autores del estudio: «Averiguamos que las bebidas alcohólicas que se pueden adquirir en las tiendas, una vez calentadas, eran eficaces para inducir la superconductividad, comparadas con el agua pura, el etanol y las mezclas de agua y etanol». La concentración en alcohol no es una nadería en el asunto, puesto que, en este concurso de empinar el codo, el vino tinto ganó ampliamente, mientras que el shochu fue el farolillo de cola a pesar de sus 35o de graduación alcohólica. Pero los investigadores nipones no podían limitarse a esta simple constatación. Necesitaban saber qué elemento del vino tinto favorece la superconductividad.

De ahí el segundo experimento. ¡Otra ronda, camarero! Esta vez, el equipo se centró en el buen tinto que mancha: se pusieron a prueba seis vinos procedentes de distintas cepas (cuatro vinos franceses, uno italiano y otro japonés…), como relata el estudio, que acaba de publicarse en la página web de prepublicaciones científicas arXiv. El misterioso compuesto que contribuye a la superconductividad es el ácido tártrico y la medalla de oro del experimento correspondió a… ¡el beaujolais! Aunque estemos aún lejos de empapar las líneas eléctricas con tintorro, el caso es que se abren insospechadas perspectivas para la viticultura francesa. Si la ciencia improbable sigue metiéndose en eso, pronto habrá que elegir entre beber y superconducir.