El vello púbico va y viene

Al tener la enojosa tendencia a no permanecer en el cuerpo que los ha hecho crecer, el cabello y el vello perdido resultan valiosísimos aliados para la policía científica. A veces, su descubrimiento en el escenario del crimen o en una víctima permite identificar al agresor o reconocer la inocencia de algunos sospechosos. Sin embargo, en 1997, un estudio estadounidense publicado por el Journal of Forensics Sciences deploraba la falta de conocimientos sobre la pérdida de vello púbico durante las relaciones sexuales, dato que podría ser útil en los casos de violación. Los tres autores del artículo quisieron responder a una sencilla pregunta: ¿cuál es la frecuencia de la transferencia de esos elementos pilosos? Formulándolo con claridad: ¿los pelos del caballero van a menudo, como decía Brassens, «a hacer un poquito de alpinismo» en el monte de Venus de la señora y viceversa?

Para obtener una respuesta a esta cuestión crucial, los investigadores pusieron en marcha uno de los experimentos más picantes de la historia de la ciencia improbable. Seis empleados de un laboratorio de la policía científica y sus cónyuges se sometieron a un draconiano protocolo de investigación destinado a verificar, tras el acto de amor, a quién pertenecían los pelos púbicos caídos en el campo de batalla, comparándolos con las muestras proporcionadas por cada participante. De las seis parejas, cinco actuaron diez veces para el experimento, mientras que la última solo cumplió su deber científico en cinco ocasiones. Después de las relaciones sexuales, cada participante debía sentarse sobre una toalla mientras su compañero o compañera le rastrillaba, literalmente, el pubis. Luego, la toalla y su contenido, así como el peine utilizado, se guardaban en un sobre sellado al que se adjuntaba un cuestionario romántico que precisaba la duración de los arrumacos, la o las posiciones empleadas, el número de horas transcurridas desde las últimas relaciones y la última ducha.

Una vez abierto el paquete en el laboratorio, cada elemento recogido era examinado en el microscopio para saber si se había producido intercambio piloso. En los ciento diez rastrillados que se llevaron a cabo, se recuperaron centenares de pelos, y también algunos intrusos sobre los que no haremos comentario alguno, como cabellos o un pelo de animal… En el 17% de los casos se detectaron una o varias transferencias, y los investigadores advirtieron un claro desequilibrio entre los sexos: las damas eran más generosas, y se desprendían de vello dos veces más a menudo que los caballeros. Se trata de un dato importante, pues, aunque la frecuencia de las transferencias es bastante débil, los violadores, sin saberlo, podrían llevarse consigo uno o varios pelos de su víctima capaces de incriminarlos.

En la conclusión de su artículo, los autores reconocían que una muestra de seis parejas, todas ellas compuestas por blancos, no era demasiado representativa. No se pudo obtener ninguna correlación significativa entre las transferencias pilosas y los datos recogidos, como la duración de las relaciones sexuales o la postura adoptada. De ahí que pidieran, con la mayor seriedad del mundo, que se lleven a cabo otros experimentos que impliquen a más sujetos. ¿Una fiesta en el Carlton, querida?

Trae un peine, lo haremos por la ciencia… Además, precisaban también que la participación de los doce voluntarios en las pruebas «estuvo motivada únicamente por el deseo altruista de hacer avanzar la investigación». Tal vez las últimas seis palabras sobren.