Se buscan alcohólicos para experimentar empinando el codo
En su libro Limonov, consagrado al escritor ruso del mismo nombre, Emmanuel Carrére describe los «maratones de borrachera», llamados zapoi, a los que se entrega su protagonista: «Zapoi es permanecer varios días en plena borrachera, vagar de un lugar a otro, subir a los trenes sin saber adónde van, confiar los secretos más íntimos a desconocidos, encontrados por casualidad, olvidar todo lo que se ha dicho y hecho». Ese gran agujero negro, esa amnesia que cierra el viaje al final de la cogorza, lo conocen bien muchos borrachos de sábado por la noche o de cada día. Hoy se cree que el alcohol, al perturbar el funcionamiento del hipocampo en el cerebro, impide la memorización de los acontecimientos. Pero hace cuatro decenios esta explicación era solo una de las dos hipótesis consideradas por los investigadores. La otra, más psicológica, tenía que ver con la ansiedad y el sentimiento de culpa.
A fin de decidirse entre ambas, un equipo de psiquiatras de Saint Louis (Missouri) tuvo la idea, en un estudio publicado por Nature en 1970, de empapar a algunos voluntarios y poner a prueba su memoria durante y después de una trompa médicamente asistida. Las reglas deontológicas de la época sobre los experimentos humanos eran algo menos rigurosas… No obstante, ni hablar, en aquellos tiempos del telón de acero, de recurrir a los especialistas rusos del zapoi, y ni hablar, tampoco, de practicar el experimento consigo mismos: los investigadores se habrían arriesgado a no recordar los resultados. Necesitaban encontrar voluntarios capaces de beber sin preocuparse algo más que «agua del grifo», siempre tan clorada. ¿Y qué mejor que unos pobres diablos reclutados en alguna empresa de trabajo temporal o en la cola del paro? Seleccionaron a diez candidatos a la borrachera —pagados además de abrevados—, ocho de los cuales resultaron ser alcohólicos y cinco habían caído ya en el agujero negro de después de la bebida: una cohorte magnífica.
Cada cobaya se quedó unos días en el hospital donde se llevaba a cabo el experimento. Día i: examen físico y psiquiátrico. Día 2: nada, para evacuar por completo los eventuales rastros de una trompa precedente. Día 3: comienzo de las operaciones. En cuatro horas, el candidato al viaje absorbe aproximadamente medio litro de bourbon de 43o, de modo que ingiere 2,4 gramos de alcohol puro por kilo de masa corporal. Cada media hora se llevan a cabo algunas pruebas. Se le enseña primero un juguete cuyo nombre se le pregunta dos minutos y media hora más tarde. Asimismo, se le muestra (para verificar los recuerdos «emocionales») una escena de una película erótica. Ponen a prueba también su memoria a largo plazo preguntándole sobre su escolaridad y le piden que resuelva algunas operaciones matemáticas sencillas (¿cuánto es una botella menos tres vasos?). En el día 4, se comprueba qué recuerda tras veinticuatro horas y se compara el resultado con el obtenido en sujetos sobrios.
Cinco de los diez cobayas cayeron en el agujero negro durante el experimento, y no «fijaron» en su memoria ni los juguetes mostrados ni las escenas picantes de la película (y ninguno vio a la señora desnuda jugando con un pato de plástico amarillo). Los autores del estudio descubren que los amnésicos eran los que asimilaban más lentamente el alcohol, y eso parecía indicar que la hipótesis fisiológica era la más verosímil. Sugirieron, pues, que se llevaran a cabo tareas complementarias en ese sentido. ¡Hip!