¿Es bueno para la salud leer en el retrete?

De los confines del Universo a los clubes de alterne, ningún lugar escapa a la ciencia. Los retretes no son una excepción. Allí donde el rey cree estar solo, lo acompañan los investigadores. Así, se han explorado numerosos aspectos de las costumbres defecatorias para determinar su impacto sobre ciertos problemas de salud como el estreñimiento y las hemorroides. Pero durante mucho tiempo una de estas costumbres ha sufrido un déficit de atención por parte del mundo científico: leer en los lugares donde uno se alivia. En 1989, un breve debate ocupó las columnas de la célebre revista médica The Lancet. Un artículo acusaba a la lectura de dificultar el esfuerzo de empuje. El intelecto no debe interferir en los actos físicos primarios: no hay que leer en la mesa, en el lavabo, haciendo el amor o jugando al fútbol. Otro artículo afirmaba lo contrario.

Un estudio israelí aparecido en 2009 en Neurogastroenterology & Motility quiso aclarar las cosas. El equipo de seis médicos envió un cuestionario a una muestra representativa de la población israelí que comprendía unos quinientos adultos. Se les preguntaba si leían en el retrete, el tiempo que pasaban sentados en el trono, el número de veces que iban, el vigor de su tránsito, el estado de su ano y una caracterización de sus deposiciones, esto último gracias a la célebre escala de Bristol, que evalúa del 1 al 7 la forma y la consistencia de la producción intestinal, desde la grava al aguachirle pasando por lo bien moldeado.

El resultado de este sondeo tan peculiar es de una extremada banalidad. La mitad de la muestra considera el retrete como un gabinete de lectura. El retrato robot del bibliófilo de cagadero describe a un hombre más bien joven, diplomado y laico. En cambio, las mujeres, las personas de edad, los agricultores, los obreros y los fervientes creyentes están menos inclinados a leer en ese lugar. Pero tal vez solo sea el trivial reflejo de los hábitos de lectura de unos y otros… Volviendo a la pregunta «¿Leer en el retrete es bueno para la salud?», el estudio debe concluir con un «ni sí, ni no». Una pizca menos de estreñimiento para los lectores, pero un poquito más de hemorroides. Nada significativo para gran decepción de los autores, a quienes, tras haber formulado la hipótesis de que la lectura actuaba como un relajante, les habría encantado curar el estreñimiento con Proust o Joyce.

Tuvieron que llegar a la conclusión de que, en ese marco, el libro o el periódico no tienen virtudes terapéuticas y solo sirven para matar el tiempo. Coinciden así con el pensamiento de lord Chesterfield, que, en sus Cartas a su hijo, describe a «un hombre que se preocupaba tanto por su tiempo que no quería perder ni siquiera esa pequeña porción que la naturaleza le obligaba a pasar en el guardarropía, sino que empleaba todos aquellos momentos en repasar los poetas latinos. Compraba, por ejemplo, una edición ordinaria de Horacio de la que desgarraba sucesivamente algunas páginas, se las llevaba con él a ese lugar, comenzaba leyéndolas y, luego, las mandaba hacia abajo […]. Así, ganaba tiempo; le recomiendo mucho seguir este ejemplo. Esta ocupación vale más que limitarse a aquello de lo que no podemos en absoluto dispensarnos durante esos momentos».

Gracias por haber llegado hasta el final de esta crónica escatológico-literaria. No olviden tirar de la cadena.