Cincuenta años estudiando los chasquidos de los dedos

«¡No bizquees: si pasa una corriente de aire, te quedarás así!» «Deja ya de tocarte o te volverás sordo» (o ciego, o calvo, depende del país…). Si estableciéramos un palmarés de los tópicos ineptos, los padres se llevarían de largo la medalla de oro en la categoría «Medicina». Sin duda alguna, es preciso ser muy indulgente y sentir cierta inquietud por la salud de los niños a través de esas frases hechas, de las que una de las más célebres es: «Cómete las espinacas, tienen mucho hierro». Por mucho que sepamos, desde la década de 1930, que se trata de una leyenda debida a una coma errónea, mal colocada, que multiplicó por diez el contenido en hierro de esta planta hortícola, el ejemplo de Popeye —que, para lograr su dosis, habría hecho mejor masticando las latas de conserva antes que su contenido— sigue teniendo repercusiones en el círculo familiar…

Si existe un médico profundamente marcado por la influencia de su parentela, ése probablemente sea Donald Ungen Nacido a finales de la década de 1920, este alergólogo californiano escuchó durante mucho tiempo la cantinela de «No hagas crujir las articulaciones de los dedos, produce artrosis». Como explicó en una correspondencia publicada en 1998 por la revista especializada Arthritis and Rheumatism, escuchó la advertencia sucesivamente de su madre, sus tías y, por último, su suegra, hasta el punto de renunciar para siempre a hacer estallar las pequeñas burbujas de gas que se forman cuando uno se retuerce los dedos. Pero Donald Unger es un investigador de corazón. ¿Había algo que fuera científico o —como mínimo— acertado en ese consejo de buena mujer?

Desde luego, lo mejor era probarlo. Consigo mismo. He aquí el protocolo que puso en marcha nuestro médico estadounidense, tal y como lo describe en la carta: «Durante cincuenta años el autor ha hecho crujir las articulaciones de los dedos de su mano izquierda al menos dos veces al día, sin tocar las de su mano derecha para que sirviera de testigo. Por consiguiente, las articulaciones de mi mano izquierda han crujido, por lo menos, 36 500 veces, mientras que las de la derecha, soto unas pocas veces y de modo espontáneo. Cincuenta años después, se compararon las manos para evaluar la presencia o no de artrosis». Resultado de medio siglo de experimento: ningún signo de artrosis y ni la menor diferencia entre ambas manos.

Donald Unger reconoce que la muestra estudiada —cinco dedos de una sola mano— es bastante restringida y que, aunque su estudio a largo plazo no ha demostrado que exista relación alguna entre el crujido de las articulaciones y la artrosis, sería necesario, para confirmarlo, practicar el mismo tipo de análisis con un grupo más amplio. Su llamamiento fue escuchado, puesto que, en el año 2011, un artículo aparecido en el Journal of American Board of Family Medicine demostró que, en una muestra de más de doscientas personas de edad avanzada, las que hacían crujir regularmente las articulaciones no padecían más artrosis que las otras.

En cuanto a Donald Unger, gracias a su estudio vivió su cuarto de hora de gloria en 2009, al recibir un Ig Nobel, el premio que recompensa a los campeones de la ciencia improbable. Por aquel entonces, a sus ochenta y tres años, se tomó la recompensa con humor: «Mamá —dijo dirigiéndose al cielo, sé que me estás oyendo. ¡Mamá, estabas equivocada! Y, ya que me escuchas, ¿puedo dejar de comer brócoli, por favor?»