El extraño caso del pato homosexual necrófilo

La literatura científica no es avara en estudios de casos increíbles, desde el obrero que, sin darse cuenta, se ha plantado un clavo de varios centímetros en el paladar con una pistola de clavos hasta ese ladrón que, a punto de ser detenido, se traga un diamante con la esperanza de recuperarlo más tarde y se ve obligado por la justicia a sufrir una operación quirúrgica en presencia de las fuerzas del orden. La mayoría de las veces, el comportamiento de las personas descritas es pasmoso, pero otras acabas preguntándote, también, por la motivación de quienes lo describen.

Eso es lo que sucede con el neerlandés Kees Moeliker, conservador en el Museo de Historia Natural de Rotterdam y especialista en pájaros. El hombre entró en el panteón de la ciencia improbable gracias al estudio de un caso extraño como ninguno. Todo por culpa de los arquitectos que concibieron la nueva ala del Natuurmuseum: no calcularon que, totalmente cubierta de cristal, la fachada se transformaría en una trampa mortal para las aves que, de forma regular, se rompen allí los huesos.

El 5 de junio de 1995, a las 17:55h, Kees Moeliker escuchó un «plaf» que era sinónimo de recién llegado a la colección ornitológica del museo. Bajó al pie del edificio y descubrió un pato silvestre que yacía en el suelo, aparentemente un macho. Junto a él, otro macho que comenzó a pellizcarle la parte trasera de la cabeza y, luego, se le encaramó para llevar a cabo una sesión de cópula que duró setenta y cinco minutos. Kees Moeliker tomó algunas fotos de la escena y acabó interrumpiéndola, violando así de paso el principio científico de neutralidad y no intervención… Se llevó el cadáver y lo puso a buen recaudo.

Al abandonar el museo poco después, comprobó que el pato necrófilo seguía allí, que languidecía añorando a su complaciente compañero y soltaba graznidos que éste no podía oír, en parte porque había palmado y en parte porque estaba en un congelador. La autopsia demostró que se trataba, en efecto, de un macho que había muerto tras un violento choque. Padecía varias hemorragias en el cerebro, lesiones en el pulmón derecho, en la tráquea y el hígado, se le habían roto los dos omoplatos y casi todas las costillas, sin que fuera posible determinar si las fracturas se debían a la colisión o al tratamiento post mórtem que le había hecho padecer su pimpante congénere.

Al final de la primavera, las persecuciones entre patos son frecuentes, los machos acosan a las escasas hembras no fecundadas para intentar, casi, violarlas. Por otra parte, no es raro ver comportamientos homosexuales entre los patos salvajes (entre el 2% y el 19% de las parejas, según las poblaciones), aunque por lo general solo se trata de aproximaciones. Kees Moeliker comparó ambos fenómenos y supuso que, en esa ocasión, el pato había llegado hasta el final porque su compañero no podía más.

El neerlandés tardó seis años en dejarse convencer y publicar ese primer caso de necrofilia homosexual en el pato salvaje. A veces la ciencia se toma su tiempo, pero su progreso es inexorable. El artículo apareció en el año 2001 y le valió a su autor un Ig Nobel, que recompensa una hazaña de la ciencia improbable. Kees Moeliker se lo tomó bien, él que, además de pájaros, colecciona murciélagos, gemelos (instrumentos de óptica, no personas) y también sus propios órganos. Esta última colección todavía no es muy rica porque solo cuenta con un espécimen, su vesícula biliar.