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Durante un tiempo le escribí a Kittredge cartas apasionadas que ella no contestaba. Finalmente, me escribió una en que hacía referencia al Talmud. «Harry: he aquí un consejo sabio para la parte judía que hay en ti. Cuando los antiguos hebreos de Babilonia no querían ceder ante una tentación poderosa, construían una cerca alrededor del deseo. Cuando una cerca nunca era lo suficientemente fuerte para contener el impulso, construían otra cerca alrededor de la primera. Por lo tanto, no te veo, y tampoco aliento la producción de cartas de amor. Cuéntame, más bien, qué estás aprendiendo.»
Sin muchas ganas, obedecí. La carta siguiente sirve como muestra.
—Aun así —dije—, si Helms quiere que lo hagas, no te puedes rehusar.
—Bien, puedo pedirte que me representes. Si envío a mi hijo, el gesto demuestra respeto.
—Podría terminar en un cuerpo a cuerpo con Bill.
—Rick, yo no te daría esta misión si creyera que no eres capaz de llevarla a cabo. Un par de horas desagradables, sí, pero eres mi hijo. Cuando llegue el momento, tendrás que hacerlo. Esperemos que renuncie por propia voluntad.
No seguimos hablando sobre el tema, pero por primera vez en la vida no confío en mi padre. Creo que su temor está relacionado con su carrera. Creo que teme que Harvey pierda la cabeza, y el consejero Hubbard, futuro subdirector, no quiere verse involucrado. Ojalá me equivoque. Yo también espero que Bill Harvey renuncie, o haga algo para mejorar. El problema reside, según me parece, en la forma en que le fue adjudicado ese cargo. Si recuerdas la situación, Helms tenía que alejar a Harvey de McCone. El único destino disponible era Roma. Para tentarlo, Helms le ofreció un menú ambicioso a Harvey. «Roma es un lugar con muchas posibilidades —le dijo—. La Inteligencia que recibimos nos es servida en bandeja por los servicios italianos. Es una desgracia. En diez años no hemos descubierto un solo hombre del KGB. La situación exige el ejercicio de tu talento, Bill. Ve allí, duro como un toro, sutil como un Médicis, Tú puedes transformar esa estación.»
Según Cal, Helms no hacía más que estimular al hombre para que no considerara que lo que hacían al enviarlo era degradarlo. Pero Harvey atacó con fuerza. Si bien es verdad que hasta nuestros mejores hombres en la estación de Roma no eran más que diestros adjuntos del circuito del Departamento de Estado, y no se recibía Inteligencia verdadera, Harvey transformó el lugar en un infierno. Después de todo, Roma se había convertido en el lugar ideal para viejos oficiales de caso. Se podía vivir con cierta comodidad. Harvey acabó con todo eso. No hacía más que provocar a la gente. «¿Ha reclutado a algún ruso hoy?», preguntaba. Por supuesto, nada de eso sucedía. Para empeorar las cosas, Harvey hirió el orgullo romano. Hizo toda clase de malabarismos para situar a un italiano de su confianza a la cabeza del servicio de Inteligencia local. Cuando finalmente logró su cometido, todos sus colegas italianos se burlaron de él, razón por la cual el hombre se volvió en contra de Harvey. Empezó a obstruir el trabajo. Finalmente, informó al Rey Bill que no se permitirían intervenciones clandestinas de las líneas telefónicas de las embajadas soviética y de los países de Europa Oriental. Bill había provocado un desastre. Luego de una serie de episodios como éste, adquirió fama de borracho. Roncaba, hasta que había que despertarlo.
Más tarde tuvo un ataque cardiaco. Se recuperó. Siguió bebiendo. Una mañana se oyó un disparo en su despacho. Nadie se movió. Nadie se atrevía a abrir la puerta. ¿Quién quería ver las paredes ensangrentadas de la oficina de Bill? Por fin, una secretaria valiente se animó a abrir la puerta. Allí estaba Harvey, sentado ante su escritorio, limpiando su arma. Se había disparado accidentalmente. Harvey le guiñó un ojo.
Kittredge, creo que se aproxima el fin. Días atrás, Cal me comunicó que Helms le dijo: «Me gustaría coger a Harvey por esa cabeza gorda que tiene y estrellarlo contra la pared».
Bien, al parecer tendré que hacerme cargo de la misión. Las probabilidades de regresar con vida deben de ser cien a una a mi favor, pero esa una asusta, ¿no?
Mi amor para ti y para Christopher.
HARRY