6

Es difícil decir si habría podido cumplir con la primera fase de mi misión de no haber sido por la suerte. En la sala de espera de la Eastern, justo antes de subir al avión, me encontré con Sparker Boone, un viejo condiscípulo de St. Matthew's. No era un tipo brillante, y parecía una pera con dientes. Ahora había agregado una calva prematura. Por supuesto, no tenía ningún deseo de viajar a Miami en el asiento contiguo de Bradley Sparker Boone cuando tenía la esperanza de presentarme como Harry Field, pero al subir al avión no pude evitar su invitación de que nos sentáramos juntos, ya que la primera clase estaba casi vacía. Tuve que conformarme con conseguir el asiento del lado del pasillo.

Pronto me contó que era fotógrafo de la revista Life, y que viajaba a Miami para fotografiar a algunos de los principales exiliados cubanos. Antes de poder digerir lo preocupante que esto podía ser para la Agencia (ya que Life, según me habían asegurado varias personas, Kittredge entre ellas, era considerada menos confiable que Time).

—Me he enterado de que estás en la CIA —dijo de pronto.

—Por Dios, no —exclamé—. ¿De dónde has sacado esa idea?

—De St. Matt's.

—Alguien va por ahí diciendo mentiras —dije—. Soy representante de ventas de una compañía electrónica. —Iba a presentar la evidencia cuando recordé que el nombre impreso en la tarjeta era el de Roben Charles. Mi única excusa para ese cuasidescuido era que estaba preocupado. Sentí pánico al ver que las dos azafatas de la primera clase se adecuaban a la descripción de Harlot: cabello negro, atractivas. No estaba preparado para entablar conversación antes de estar seguro de cuál de las dos era Modene Murphy.

Sin embargo, el dilema pronto se resolvió. Una de las azafatas estaba cuidadosamente arreglada y tenía rasgos regulares; la otra era tan llamativa, que bien podía haber sido una estrella de cine. A medida que recorría el pasillo revisando los compartimientos superiores y constatando si todos teníamos los cinturones abrochados, se veía satisfecha de sí misma, y atendía las necesidades de los pasajeros con un sutil desdén, como si el solo hecho de necesitar algo fuera de segunda clase. No parecía adecuada al trabajo que hacía, sino más bien una estrella desempeñando un papel. Lo peor de todo es que me pareció sensacional. Su pelo era tan negro como el de Kittredge, y los ojos, de un verde tan brillante como insolente, parecían sugerir que podía competir en todo con uno, desde una carrera matinal a un juego de rummy. Sparker describió su figura como «la clase de cuerpo por el que sería capaz de matar». Eso dijo Sparker, sí, con su mujer, su calva y sus dos hijas, cuyas fotos me fueron exhibidas; Sparker, con su casa en Darien, estaba dispuesto a matar por el cuerpo de Modene Murphy. Sí, ya tenía la chica correcta. Llevaba el nombre en una placa sobre la solapa de la chaqueta, y pude leerlo cuando se inclinó para decirme que me abrochara el cinturón.

Empecé a quitarme la chaqueta.

—¿Podría colgarla, señorita? —pregunté.

—De momento consérvela con usted —respondió—. Estamos a punto de despegar.

Y sin una mirada para ver a qué hombre correspondía la voz, se dirigió a su asiento.

Una vez que estuvimos en el aire, tuve que llamarla. Recogió mi chaqueta, y desapareció. Fue Sparker quien atrajo su interés. Con una sonrisa experimentada, como si el procedimiento hubiera ya sido comprobado antes, buscó en el suelo, se puso los estuches de las cámaras sobre las rodillas y procedió a cargar la película, primero en su Leica, luego en una Hasselblad. Ella volvió antes de que él hubiera terminado.

—¿Puedo preguntarle para quién trabaja?

Life —respondió Sparker.

—Lo sabía —dijo ella. Llamó a la otra azafata—. ¿Qué te dije, Nedda, cuando éste señor subió al avión?

—Dijiste: «Es un fotógrafo de Life o de Look».

—¿Cómo se dio cuenta? —preguntó Sparker.

—Siempre me doy cuenta.

—¿Cuál diría que es mi ocupación? —pregunté yo.

—No lo he considerado —respondió.

Estaba inclinada sobre mí para acercar la cara al fotógrafo de Life.

—¿Cuánto tiempo estará en Miami? —le preguntó.

—Alrededor de una semana.

—Le haré preguntas. No me gusta cómo salen mis fotos.

—Puedo ayudarla con eso.

—Usted parece tomarse la fotografía muy en serio —intervine yo. Me miró por primera vez, pero la única respuesta fue una levísima curva en el labio.

—¿Dónde se hospedará en Miami? —preguntó dirigiéndose a Sparker.

—En el Saxony —respondió él—, en Miami Beach.

Ella hizo un gesto.

—El Saxony —dijo.

—¿Conoce bien todos los hoteles? —preguntó él.

—Por supuesto.

Se marchó, y al cabo de un rato regresó con un papel.

—Puede llamarme a este número. O yo lo llamaré al Saxony.

Sparker hizo una exclamación apenas ella se hubo marchado por el pasillo. Vi cómo Modene conversaba animadamente con un hombre de negocios con un traje de seda cuyas uñas brillaban a tres asientos de distancia. Eso bastó para deprimirme. Desde que Harlot la mencionó en el almuerzo, me había sentido ansioso por conocerla. Una de las cosas que jamás había hecho en mi vida era conquistar a una chica. La mano de hierro de St. Matt's aún me tenía en su poder. Me sentí desvalido ante esta Modene Murphy. En comparación, parecía increíblemente sofisticada y de una ignorancia abismal, dos características evidentemente contradictorias.

—Sparker, dame el número de la chica —dije.

—No puedo hacer eso —contestó.

En St. Matt's, Sparker era fácil de dominar. De pronto recordé que en nuestras sesiones de lucha siempre lo vencía. Ahora que, como adultos, nos encontrábamos en un plano de igualdad, trataría de mostrarse testarudo.

—Debo tenerlo —insistí.

—¿Por qué?

—Siento que he conocido a una persona que significará mucho para mí.

—Sí —dijo, mirándome a los ojos—, puedo darte el número. Me doy cuenta. No es una chica adecuada para mí. —Sentí su aliento agrio cuando me habló al oído—. Parece terriblemente cara.

—¿Crees que habría que pagarle?

Sacudió la cabeza.

—No, pero estas azafatas exigen un alto nivel de diversión si salen con uno. No me sentiría cómodo gastando dinero que mi mujer y mis hijas podrían necesitar.

—Ésa es una buena razón —dije.

—Sí —convino—, pero ¿qué harás tú por mí?

—¿Qué querrías que hiciese? —pregunté.

—Que me presentes a una buena puta cubana. Me han dicho que en la cama son inolvidables.

Eso me trajo el recuerdo de Sparker Boone acariciándose la picha en los buenos y marchitos años dorados.

—¿Qué te hace pensar que estoy en condiciones de hacerlo? —pregunté.

—Eres de la CIA. Tienes esa clase de información.

No era del todo mentira. Podía preguntarle a alguno de los líderes exiliados. Ellos tendrían cuando menos un amigo en el negocio de los burdeles.

—Bien, me ocuparé de eso —dije—. Tienes mi palabra. Pero debes hacer algo más por mí.

—¿Qué?

—Hay que tener cuidado con las putas cubanas. Las peores pueden resultar venales y apáticas. —Estaba improvisando—. Hay que preparar el terreno. Tendré que esforzarme para presentarte como el amigo de un hombre muy influyente. Eso ayudará mucho.

—De acuerdo. Pero todavía no me has dicho qué más quieres que haga por ti.

—Hablarle bien de mí a Modene Murphy. Es obvio que te escuchará.

Frunció el entrecejo.

—Lo que me pides no es nada fácil —dijo.

—¿Por qué?

—Porque ya se ha formado una opinión de ti.

—Sí. Y ¿a qué conclusión ha llegado?

—Que no tienes dinero.

Volví a deprimirme al pensar en Modene Murphy.

—Sparker —dije—, ya encontrarás el modo cuando hables con ella.

Meditó acerca de esto el tiempo suficiente para hacerme pensar que se acordaba de nuestras sesiones de lucha.

—Creo que tengo algo —dijo al fin.

—¿Sí?

—Le diré que, si bien no lo admites, eres de la CIA.

—Esto es lo más ridículo que he escuchado —exploté—. ¿Por qué iba a interesarle una cosa así?

Pero yo sabía la respuesta.

—Si no es por dinero —opinó— debe de ser por espíritu de aventura. Conozco su tipo. A esta clase de mujeres la CIA le resulta tan atractiva como Life.

Estaba recordando que mi billete de avión estaba a nombre de Harry Field. Debía serle presentado con ese nombre.

Me sentía descompuesto. Ya era malo que Sparker estuviera convencido de que yo pertenecía a la Agencia. Ahora, se lo demostraría. La regla básica de la Agencia era resistir. A toda costa.

—Boone —dije—, tengo que confesarte algo. Estoy en la electrónica, pero no trabajo en Miami. Mi compañía está en Fairfax, Virginia. Voy a Miami a ver a una mujer casada cuyo marido es terriblemente celoso.

—Eso es muy fuerte.

—Mucho. Mi amiga me advirtió que no usara mi verdadero nombre. Su mando trabaja para una compañía de aviación y tiene acceso a las listas de pasajeros. Ella dice que sería peligroso que él se enterase de que yo voy a Miami, de modo que di el nombre de Harry Field. Harry Field, ¿lo has oído?

—¿Para qué diablos quieres el número de la azafata si ya tienes una mujer en Miami? —Tuvo que meter la mano en un bolsillo de su chaqueta para sacar el pedazo de papel y leer el nombre—. ¿Por qué esta Modene Murphy?

—Porque me ha cautivado, sencillamente. Te aseguro que es la primera vez que me pasa algo como esto.

Sacudió la cabeza.

—¿Qué nombre debo darle?

Cuando se lo dije, disfrutó haciendo que lo deletreara.

—H-A-R-R-Y-F-I-E-L-D —me oí decir.

Habíamos entrado en una zona de turbulencia. Durante la hora siguiente, nadie pudo levantarse de su asiento. Para cuando emergimos al claro cielo nocturno, faltaba media hora para llegar. Sparker se dirigió al compartimiento de la cocina, y pude oír que hablaba con Modene Murphy. Se rieron juntos un par de veces, y en una oportunidad ella me miró. Luego él volvió para el descenso.

—Misión totalmente cumplida —dijo.

—¿Qué le has dicho?

—Es mejor que no lo sepas. No harás más que negarlo. —Sonrió de una manera que indicaba que cuando él hacía algo, lo hacía bien—. Le di a entender que Harry Field es el mejor en su esfera de actividad.

—¿Te ha creído?

—Ante la sugerencia de un trabajo secreto, hasta el más escéptico deja de serlo.

Estaba en lo cierto. Después de que aterrizamos, Modene se acercó con mi chaqueta y me la entregó sin decir una palabra. Le brillaban los ojos. En ese instante comprobé la verdad de un cliché: el corazón me dio un vuelco en el pecho.

—¿Puedo llamarla? —le pregunté en la portezuela del avión.

—No sabe mi número —susurró.

—Puedo conseguirlo —dije, y me alejé rápidamente. Sparker me esperaba en la sala de recogida de equipajes.

—¿Cómo se llama la muchacha cubana que vas a presentarme? Para que me diera la dirección de Modene, tuve que jurarle que al día siguiente dejaría un mensaje para él en el Saxony. Se alojaba en el Fontainebleau.

—Alguien debe de pagarle el alojamiento —dijo antes de que nos separáramos.

Me volví para mirarlo. Puede que yo no estuviera demasiado bien en mi papel de vendedor de materiales electrónicos, pero ciertamente él estaba fuera de foco como fotógrafo de Life. Apenas nos separamos, compré un ejemplar de la revista y busqué la lista de colaboradores. Su nombre no figuraba entre los fotógrafos sino entre los editores de fotografía. Había mentido a medias, lo cual me alegró. Modene Murphy no tenía un ojo tan clínico, después de todo.

Para reforzar mi confianza, pensé en ello cuando la mañana siguiente la llamé a su habitación en el Fontainebleau. Se mostró tan amable y dulce como cuando nos despedimos en el avión.

—Me alegro de que llamara —dijo.

—¿En serio? —pregunté, sin poder disimular mi incredulidad.

—Sí. Realmente quiero hablar con usted. Necesito un hombre sabio en quien confiar. —Se echó a reír—. Un experto.

Tenía una risita provocativa y directa que me pareció agradable, pues sugería que había en ella cierta carencia de pulimento capaz de ser mejorada.

Me explicó que la noche anterior se había acostado tarde y que saldría de compras todo el día. Había fijado una cita para esa noche.

—Pero tengo un espacio libre entre las cinco y las seis y media, y puedo ubicarlo allí —agregó.

Elegimos el bar del Fontainebleau. Sin embargo, antes de verla me llevé un buen susto. La reunión con miembros del Frente en un piso franco daba señales de prolongarse hasta la noche. Perdería mi cita con Modene.

Estábamos enzarzados en una discusión por dinero. Cuanto más consultaba yo el reloj, más odiaba al hombre que no paraba de hablar. Era el ex presidente del Senado cubano, Faustino Toto Bárbaro, quien había preparado un presupuesto para el Frente de setecientos cuarenta y cinco mil dólares al mes para «necesidades elementales». Nuestros contables, le replicó Hunt, estaban listos para asignar ciento quince mil dólares mensuales.

La reunión se convirtió en una disputa a gritos.

—Informe a sus ricos americanos que nos damos cuenta de sus subterfugios —bramó Toto Bárbaro—. No necesitamos limosnas. Somos capaces de conducir nuestro propio vehículo histórico. Me permito recordarle, señor Eduardo, que derrocamos a Batista sin ayuda de ustedes. Muy bien, dennos el dinero para las armas. Nosotros haremos el resto.

—Por Dios, Toto —dijo Hunt—, usted sabe que nuestra ley de neutralidad nos pone toda clase de trabas.

—Simples legalismos. Esgrimí el martillo en un Senado lleno de abogados, de abogados cubanos. Cuando nos convenía, usábamos el modo legal para paralizar ciertos asuntos, pero, señor Eduardo, cuando estábamos listos para la acción, suprimíamos esas restricciones. Usted se está burlando de nosotros.

—Habla tú con él —dijo Hunt, furioso, y salió de la habitación. Howard sabía cuándo usar un estallido de genio. Las cuentas del Frente debían pagarse, y el único estadounidense con poder para negociar se había ido. Con gran despliegue de mal humor, la oferta de ciento quince mil dólares fue aceptada pro tem, y conseguí que la reunión finalizase. Gracias a Bárbaro, también conseguí el nombre de una joven viuda cubana que, según me prometió, no sería demasiado cruel con mi viejo condiscípulo Sparker. Fue otra lección de política; gracias a este favor, Bárbaro me obligó a aceptar una invitación para cenar esa semana. Empezaba a descubrir que la política era una forma de hipotecar el futuro. Aun así, me esperaba una cita inmediata con Modene. A las cinco menos cuarto iba por la carretera hacia Miami Beach, y a las cinco en punto le entregaba el coche al portero del Fontainebleau para que lo aparcara.

El fantasma de Harlot
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
Section0135.xhtml
Section0136.xhtml
Section0137.xhtml
Section0138.xhtml
Section0139.xhtml
Section0140.xhtml
Section0141.xhtml
Section0142.xhtml
Section0143.xhtml
Section0144.xhtml
Section0145.xhtml
Section0146.xhtml
Section0147.xhtml
Section0148.xhtml
Section0149.xhtml
Section0150.xhtml
Section0151.xhtml
Section0152.xhtml
Section0153.xhtml
Section0154.xhtml
Section0155.xhtml
Section0156.xhtml
Section0157.xhtml
Section0158.xhtml
Section0159.xhtml
Section0160.xhtml
Section0161.xhtml
Section0162.xhtml
Section0163.xhtml
Section0164.xhtml
Section0165.xhtml
Section0166.xhtml
Section0167.xhtml
Section0168.xhtml
Section0169.xhtml
Section0170.xhtml
Section0171.xhtml
Section0172.xhtml
Section0173.xhtml
Section0174.xhtml
Section0175.xhtml
Section0176.xhtml
Section0177.xhtml
Section0178.xhtml
Section0179.xhtml
Section0180.xhtml
Section0181.xhtml
Section0182.xhtml
Section0183.xhtml