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Como debía enviar al Cuartel del Ojo un informe cifrado de la reunión que Hunt y yo mantuvimos con el Frente, era necesario volver a Zenith. Una vez allí, sólo tenía que caminar hasta el final del corredor para iniciar la búsqueda del señor Flood.
En el I-J-K-L había una gran ordenador llamado PRECEPTOR al que se podía acceder desde cualquier ordenador de Zenith conectado con el Cuartel del Ojo. Se decía que PRECEPTOR contenía cincuenta millones de nombres en su banco de datos. Por lo tanto, no me sorprendí cuando me llegaron dieciséis listados referidos a Sam Flood por la impresora. Pero quince no parecían correctos: un mayor de las Fuerzas Aéreas destinado en Japón, un lampista de Lancashire, Inglaterra, un oficial de la Real Policía Montada de Edmonton, un operador del mercado negro en Beirut, también conocido como Aqmar Aqbal. ¿Para qué seguir? El dato de interés era: «Flood, Sam, reside en Chicago y Miami. Ver AVENTAR».
AVENTAR era un ordenador de nivel superior al de PRECEPTOR, y para ingresar en él se necesitaba un número de acceso codificado. Esta información estaba bajo llave en la caja de seguridad de Hunt. Como no quería esperar hasta la mañana, decidí llamar a Rosen, quien seguramente poseería cuarenta o cincuenta códigos de entrada que se suponía no debía poseer.
Para mi agradable sorpresa, Rosen no sólo estaba, sino que tenía invitados. Se hallaba obligado a reunirse con ellos.
—Aborrezco tener que dar un código sin enterarme del motivo —dijo, quejoso.
—Hunt necesita el pasado de un exiliado cubano que, según creemos, tiene antecedentes criminales.
—En ese caso, de acuerdo. Haces bien en confiar en mí. AVENTAR te dirigirá a VILLANOS. Probablemente necesites a ambos. Espera. Aquí está. Los códigos son XCG-15 y XCG-17A, A mayúscula.
—Gracias, Arnie.
—Ya hablaremos cuando no esté tan ocupado sirviendo copas a amigos borrachines —dijo a modo de despedida.
Rosen sabía muy bien dónde estaban las cosas. AVENTAR me dirigió a VILLANOS, y allí localicé al señor Flood. La impresora me ofreció la siguiente información:
SAM FLOOD (uno de numerosos alias) de MOMO SALVATORE GIANGONO, nacido en Chicago el 24 de mayo de 1908. Más conocido como SAM GIANCANA.
Más de setenta arrestos por crímenes desde 1925.
Fichado por asalto a mano armada y lesiones, intento de asesinato, sospechoso de haber puesto una bomba, sospechoso de robo, juego ilegal, hurto, asesinato.
Actualmente, el personal de G. en Chicago se estima en mil «soldados». G. también mantiene posición de dominio sobre asociaciones de personal menor como ladrones, rateros, policías corruptos, extorsionadores, jueces amigos, políticos amigos, sindicalistas amigos y hombres de negocios, jugadores, secuestradores de aviones, asesinos a sueldo, prestamistas, traficantes de drogas, etcétera, en un número aproximado de cincuenta mil.
Entradas anuales estimadas en el condado de Cook: dos mil millones de dólares.
NOTA: los anteriores son datos de la Policía de Chicago y/o Miami, sin verificar.
Evaluación del FBI: Giancana es indudablemente el único jefe del sindicato de Chicago con intereses que se extienden desde Miami, La Habana (ahora extinta), Cleveland, Hot Springs, Kansas City, Las Vegas, Los Angeles, hasta Hawai.
Giancana es una de las tres figuras principales en el mundo criminal de los EE.UU. (estimación del FBI).
Me fui a acostar de un excelente humor. ¡Bastaba estar en la Agencia para conocer los palacios subterráneos del mundo! Pero me desperté a las cuatro de la mañana con una frase lívida en la mente: «¡Giancana es la encarnación del mal!». Las palabras me perforaron como el sonido agudo de un silbato. ¿A qué me estaba enfrentando? Pensé en la primera pared de roca a la que tuve que hacer frente hacía más de diez años. De hecho, también en esa ocasión pensé que no era necesario hacerlo. Cuando llegara el día, cogería el teléfono y le confesaría a Modene Murphy que había fracasado. Ella podría tomar el vuelo de las seis de la tarde y no verme más. Después le daría a Harlot un informe negativo y también terminaría con él. Continuar con lo que me había propuesto (¡pescar la sirena!) podía resultar catastrófico. Era evidente que a Modene le encantaba hablar. Lo que más me había gustado de ella unas horas antes —su indiscreción, que me permitía adelantar con mi trabajo— había dejado de parecerme tan atractivo. Si llegábamos a tener una relación y se lo contaba a Sam Flood, ¿cuál de sus cincuenta mil malhechores o mil soldados me quebraría las piernas? Sentí una punzada de terror. Necesitaba una copa. Traté de estimar el riesgo. Considerado fríamente, ¿qué podía suceder? Me parecía oír el comentario de Harlot: «Mi querido muchacho, no lloriquees. No eres miembro de la banda del señor Giancana, y no te hará ningún daño. Nunca olvides que perteneces al campamento de la Gran Gente Blanca; Sam, mal que le pese, nació en el rebaño de los rufianes. Puedes estar seguro de que se sienten honrados cuando condescendemos a mezclar nuestra carne con la de ellos».
Con una segunda copa me quedé dormido. Desperté a las siete de la mañana del día siguiente sintiéndome otro hombre. Estaba a la vez nervioso y lleno de expectativas. La excitación me acicateaba. Pensé otra vez en el montañismo, y en aquellos días en que cada mañana me despertaba pletórico de vida (porque, después de todo, ése bien podía ser mi último día en la Tierra.) Empezaba a recordar que sentirse amenazado y valioso no es la peor emoción que puede experimentarse.
También desperté deseando a Modene. Tenía una monumental erección. Llegué a la conclusión de que por grande que fuera mi amor por Kittredge, no podía subsistir sobre la base de cartas raras veces escritas y jamás enviadas. Aun así, me sentía visiblemente infiel a una parte de mí mismo.