3
7 de noviembre de 1956 (después de medianoche)
Querida Kittredge:
Intentar transmitir la sensación de estos campos de batalla del espionaje parece comparable, a veces, a tratar de rastrear una enredadera en medio de la maleza. Por ejemplo, ¿cómo describirte a AV/UTARDA? Es Gordon Gordy Morewood, uno de nuestros dos oficiales de Operaciones bajo contrato, un hombre de mucha experiencia que trabajó para los británicos en Hong Kong en la década de los treinta, y desde entonces ha hecho algunos trabajos para nosotros en Viena, Yugoslavia, Singapur, Ciudad de México, Ghana. Cualquiera pensaría que el hombre debe de ser fascinante: siempre solo, en un país desconocido, jamás dentro de una base o estación, igual que un detective privado que acepta trabajos y recibe su paga. Pues Gordy causa una terrible desilusión cuando uno lo conoce. Es un escocés pequeño y cerrado, de unos sesenta años, cojo (por la artritis, creo, no a causa de una herida de bala) y de carácter enojadizo. Un pobre representante de los espías viejos. Todo lo que parece importarle son sus emolumentos, que infla de manera desconsiderada. A juzgar por sus cuentas de gastos, este hombre come bien. Minot Mayhew se niega a tratar con él. Eso hace que pasemos muchas horas al teléfono. Gordy llama continuamente, preguntando por el jefe de estación, y debemos ocuparnos de él y recibir las bofetadas. Con su vocecita desagradable dice: «Mira, querido novicio bisoño, eres totalmente incapaz de ocultar el hecho de que Mayhew está en alguna parte de la Embajada, eludiéndome. No puedo hablar contigo. Estás demasiado bajo en la escala».
Mientras lo escribo, suena interesante, pero no lo es. Su voz es un gimoteo insoportable. Siempre quiere más dinero, y sabe que si nos molesta lo suficiente, lo obtendrá. Es, por cierto, muy hábil en valerse de su tapadera para incrementar sus entradas, y posee un negocio de importación y exportación en el centro de la ciudad. Es el arreglo perfecto para Morewood, quien importa productos de gastronomía para el economato de la Embajada, lo cual hace imposible llevar un control detallado de sus finanzas. Nuestra oficial administrativa, Nancy Waterston, una solterona dulce, fea, inteligente y trabajadora, totalmente fiel a Minot Mayhew (por la única razón de que él es su jefe) también le es fiel a Sonderstrom porque dirige la estación, y al resto de nosotros porque cumplimos con nuestro deber patriótico. No es necesario agregar que ama a la Compañía más que a su iglesia o su familia. Imaginarás cuan cuidadosa y remilgada es. Mucho me temo que Gordon Morewood le cause un colapso nervioso. Revisa al detalle sus cuentas, pero el hombre ha tejido una telaraña en la que se enredan todos y cada uno de los buenos principios contables de la solterona. He visto a Nancy Waterston a punto de llorar después de una sesión telefónica con Gordy. Él siempre presenta nuevos proyectos, nuevos albaranes, nuevas facturas, nuevos gastos por los que pide rembolso. Se aparta tanto de las prácticas de contabilidad comunes y corrientes que no hay forma de seguirle los pasos. En una ocasión, Nancy estaba tan desesperada que importunó a Mayhew para que autorizara la llegada de un auditor de primera línea a Montevideo. A pesar de que Mayhew detesta a Gordy, no envió el cable, lo que me hace sospechar que Gordy tiene un respaldo influyente en Washington. Tomando cerveza con uno y otro de mis compañeros (Sonderstrom, Porringer, Gatsby y Barry Kearns, el oficial a cargo del economato de la Embajada), he oído que la posición de Gordy es sacrosanta. No podemos decirle adiós.
Además, no podemos darnos ese lujo. Es muy bueno en su trabajo. Por ejemplo, sin Gordy no podríamos tener un equipo móvil de observación (AV/EMARÍA 1, 2, 3 y 4), que consiste en cuatro conductores de taxi. Gordy en persona adiestró a estos tipos (con un recargo del cien por cien sobre el precio que consumieron las horas de instrucción, lo sabemos), pero al menos los tenemos operando, y traen buena información. Sin la ayuda de Gordy, con todo el papeleo del despacho y nuestro deficiente español, ¿qué tiempo tendríamos (y qué experiencia) para adiestrar observadores móviles? Habría que traer expertos de México o de Washington, y eso sí que costaría mucho dinero.
De modo que no podemos darnos el lujo de decirle adiós a Morewood. Es el único profesional consumado entre nosotros, y cuando se presenta un verdadero problema, tenemos que llamarlo.
Tuvimos una operación que caracterizamos de engorrosa. Intentábamos que la Policía arrestase a un funcionario uruguayo convertido en agente soviético. Nada automático.
Pero permíteme ir por partes. Hace un mes, justo antes de que yo llegara, recibimos una alerta de la división del Hemisferio Occidental que nos dio buenos motivos para que nos interesásemos en un caballero llamado Plutarco Roballo Gómez. Un año antes, el FBI había informado que Gómez, entonces en Nueva York, destinado en la delegación uruguaya en las Naciones Unidas, estaba flirteando con los soviéticos. Cuando trasladaron a Gómez a Uruguay, con un buen cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, decidimos encargar a Gordy que averiguara un poco más acerca del hombre.
Gordy se ha enterado de que Gómez asiste todas las noches al casino de Carrasco, y siempre necesita dinero. Sin embargo, los martes por la noche visita a su madre en la casa que ésta posee cerca del parque José Batlle y Ordóñez, junto al cual está nuestra Embajada.
Requerimos los servicios de nuestro equipo de observación móvil, AV/EMARÍ A 1, 2, 3 y 4, e hicimos que se turnaran para seguir el coche de Gómez. Durante el último viaje que hizo a la casa de su madre, Gómez se internó en el parque, se apeó del automóvil y se puso a caminar. Como los senderos no estaban muy bien iluminados, Gordy pudo seguir a Gómez discretamente a pie, hasta que lo vio desaparecer detrás de una mata de arbustos. Al cabo de unos minutos, Gómez emergió y cruzó a un sendero próximo, donde enderezó un banco caído, obviamente una señal de que ya había dejado un mensaje secreto en alguna parte. El martes siguiente, justo después de que oscureciera, recorrimos el área alrededor de los arbustos. Porringer, Sonderstrom y Morewood tuvieron una larga espera, pero a las diez de la noche apareció un hombre que Sonderstrom reconoció como un agregado de la Embajada rusa, metió un sobre en el hueco de un árbol y, al pasar junto al mismo banco, se detuvo un instante y lo volteó. Gómez vino un cuarto de hora más tarde, cogió el sobre del hueco del árbol, enderezó el banco y volvió a su coche.
Gran parte de la semana siguiente nos la pasamos discutiendo sobre qué hacer. El tráfico de cables aumentó. Se discutió si convenía seguir utilizando a Morewood. Ya nos había cobrado una buena suma y, además, Sonderstrom tiene su orgullo. El viernes, en lugar de disfrutar de una buena tarde de golf con el jefe de Policía y su asistente, Gus los invitó a almorzar. Mientras tomaban el café, Sonderstrom introdujo el tema de las indiscreciones de Plutarco Roballo Gómez. Capablanca, el jefe de Policía (sí, el mismo apellido del campeón cubano de ajedrez), se enfadó incluso más que su asistente, Peones, y amenazó con escupirle la leche a la madre de Gómez. Se hicieron planes para sorprender a Gómez con las manos en la masa, y luego arrestarlo. Sonderstrom volvió a la estación de un humor excelente. Porringer, no. Al poco tiempo empezaron a discutir. Aunque la puerta estaba cerrada, se oían las voces. Pronto se abrió la puerta y Sonderstrom hizo entrar a Gatsby, Barry Kearns y a mí para que asistiéramos al debate. Supuse que quería refuerzos.
Porringer sostenía que Gómez era uno de los protegidos del presidente Luis Batlle, de manera que el jefe de Policía no lo arrestaría.
Sonderstrom estaba de acuerdo en que se trataba de un elemento molesto en la ecuación.
—Aun así, uno aprende a conocer a un hombre cuando juega al golf con él. Capablanca aborrece perder la oportunidad de asestar un buen golpe. Veo al jefe de Policía como a un profesional.
—Mi instinto —replicó Porringer— me indica que debemos ir con cautela.
—No sé si es posible —dijo Sonderstrom—. Capablanca está dando los primeros pasos en este mismo momento. No podemos permitir que quede como un tonto ante su propia gente.
—Eso es cierto —dijo Gatsby—. A los latinos, como a los orientales, no les gusta hacer el ridículo.
—De acuerdo —dijo Kearns.
—En América del Sur —dijo Porringer— el jefe siempre puede cambiar de opinión. Sólo significa que el dinero proviene de otra dirección.
—¿Quién está a favor del arresto? —preguntó Sonderstrom.
Kearns levantó la mano, y lo mismo hicieron Gatsby y Sonderstrom, por supuesto. Yo estaba a punto de imitarlos, pero algo me lo impidió. Un sentimiento extraño, Kittredge. Tuve la impresión de que Porringer tenía razón. Ante mi asombro, lo apoyé. Estoy unido a Oatsie.
Bien, tuvimos una respuesta. El martes siguiente no pude unirme a mis colegas en el parque porque es la noche en que trabajo con AV/ALANCHA, pero de todos modos me enteré más tarde. Sonderstrom, Porringer, Gatsby y Kearns pasaron un par de horas en los arbustos, junto con un pelotón de policías uruguayos. El agregado ruso apareció a la misma hora, lo que es tener poco oficio. (Evidentemente, el KGB local se siente tan lejos de Moscú que sus oficiales pueden darse el lujo de no prestar demasiada atención a la seguridad.) De todos modos, se dirigió de inmediato al lugar señalado, dejó su mensaje, dio vuelta el banco, y se marchó. Por radio llegó la información de que Gómez había aparcado su automóvil y se acercaba a pie. Se encontraba a veinte metros del árbol cuando por uno de los senderos del parque apareció un coche patrulla haciendo sonar la sirena a todo volumen e iluminando un amplio radio con sus luces rojas giratorias. Gómez, por supuesto, desapareció al instante. Levantando el polvo con las ruedas y haciendo un gran estrépito, el coche patrulla se detuvo junto al árbol. De él descendió Capablanca. «Ah —exclamó el notable defensor de la ley y el orden, pegándose en la frente con una mano poderosa como una maza—, no puedo aceptar esto. Por radio me informaron que nuestro hombre ya había sido arrestado.»
En la confusión general, Porringer se las arregló para llegar al hueco del árbol y apoderarse del sobre. Al día siguiente, Sonderstrom lo llevó al Departamento Central de Policía. La nota enumeraba los documentos que Gómez debía fotografiar la semana siguiente. Sonderstrom sostenía que eso bastaba para iniciar una investigación a gran escala.
No, señor, no podemos, le informó Capablanca. Es evidente que una potencia extranjera desconocida ha estado espiando al gobierno uruguayo, aunque es natural que tal cosa suceda. Se necesitaba más evidencia para proceder a una investigación. Debido a la lamentable falla en las comunicaciones del martes pasado, por la que él, Salvador Capablanca, asumía toda la responsabilidad, no veía modo de actuar contra Plutarco Roballo Gómez. De todas formas, no le quitaría el ojo de encima. ¡Puedo oír cómo se ríe Gordy Morewood!
Son ahora las tres y media de la madrugada, y estoy cansado. Me despido ya, y quedo a la espera de tu próxima carta. Escribe pronto, por favor.
Besitos.
HERRICK