38
En el Palais Royal, la mujer que estaba de turno en el mostrador de entrada, lloraba. En mi habitación, el teléfono parecía una presencia más evidente que la cama, la ventana, la puerta, o yo mismo. Saqué de mi cartera un papelito doblado, y le di el número a la telefonista del hotel, quien me informó que la línea al exterior hacía media hora que se encontraba accomblé, pero que intentaría conectarme. En menos de un minuto, sonó el teléfono. La línea ya no estaba accomblé.
—Modene —dije—. Soy Harry.
—¿Quién?
—Harry Field. ¡Tom!
—Oh, Tom.
—Te llamo para decirte cuánto lo siento.
—¿Por lo de Jack? —Por lo de Jack.
—Está bien, Harry. Me tomé tres valiums apenas oí la noticia. Ahora me siento bien. Antes me había tomado otros tres valiums.
Mejor así. Jack era un hombre cansado. Solía sentir lástima por él, pero ahora creo que es mejor, porque yo también estoy cansada. Entiendo que necesitase tanto descansar.
—¿Cómo estás tú? —pregunté como si debiéramos empezar la conversación otra vez.
—Bien —dijo—, teniendo en cuenta las limitaciones de mi condición. Pero no sé si quieres que te hable de ello.
—Sí quiero —dije—. Pensé en ponerme en contacto contigo apenas oí la noticia sobre Jack.
—¿Sabes? Yo estaba acostada, mirando por la ventana. Hace un día magnífico hoy en Chicago. Es extraño que pase algo así en un día de sol.
Estuve a punto de preguntarle por Sam Giancana, y después de vacilar unos instantes se me ocurrió que no importaría demasiado lo que yo dijera, considerando todas las píldoras que había tomado.
—¿Cómo está Sam?
—Ya no lo veo más. Me manda un cheque todas las semanas, pero no lo veo. Se enfadó tanto conmigo que dejamos de dirigirnos la palabra. Creo que fue porque yo me cortaba el pelo cada vez más corto.
—¿Por qué lo hacías?
—No lo sé. Bien, sí que lo sé. Una amiga mía llamada Willie me dijo que el pelo largo absorbe demasiada energía de nuestro organismo. A mí me pareció que no podía permitirme el lujo de derrochar mi vitalidad. De modo que empecé a cortarme el pelo. Luego me lo afeité. Me parece más sencillo usar una peluca. Una peluca rubia. Me quedaría muy bien si no estuviera excedida de peso. Por otra parte, la semana que viene me harán una histerectomía.
—Modene...
—¿Tienes lágrimas en los ojos, Harry? Yo sí. Deberían incluirme en el libro Guinness. Derramar lágrimas después de seis valiums.
—Sí, tengo lágrimas en los ojos —respondí.
Era casi verdad. Sólo con que me esforzase un poco más, no tendría que decirle una nueva mentira.
—Fuiste tan amable conmigo, Harry. A veces pienso que tú y yo podríamos haber tenido una buena oportunidad, pero siempre estuvo ahí Jack. Quiero que te sientas bien, Harry. ¿Sabes? Nos conocimos demasiado tarde. Jack y yo éramos un par de desdichados. Ahora él ha muerto. No me impresiona. Yo sabía que no viviría mucho.
—¿Cómo lo sabías, Modene?
—Porque a mí tampoco me queda mucho. Está escrito en la palma de mi mano, y en mi carta astrológica. Lo siento en mi interior. Siempre supe que envejecería rápido, que tenía la mitad de tiempo para todo.
Se hizo una pausa. No se me ocurrió qué decir.
—Si alguna vez voy a Chicago, ¿quieres que te visite?
—No —respondió—. No quiero que me veas como estoy. Es demasiado tarde. Si no fuese demasiado tarde, tal vez podríamos vernos, Harry, pero ya es demasiado tarde. Se acerca el final del camino. Donde habitan las sombras. —Hizo una pausa—. ¿Sabes? Ahora me doy cuenta de que Jack ha muerto. Ese hombre maravilloso. Está muerto. Fuiste tan considerado en llamarme, Harry, y darme tus condolencias. Si no lo hubieses hecho, sería la única en saber que me he quedado viuda. En cierto sentido, es así. ¿No lo crees?
—Sí —respondí.
—Eres un buen hombre — dijo.
Y después de decir esas palabras, colgó.