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29 de septiembre de 1960
Querido papá:
Según parece, disfruto escribiéndote. Mientras hago esperar a mi amiga, de quien te hablaré uno de estos días, aquí va otra carta que de algún modo es continuación de la de ayer.
Quiero ponerte al tanto de mi reunión con Fuertes. Necesito saber si lo consideras digno de confianza.
Primero, una palabra sobre el aspecto de Chevi. Cuando fue reclutado hace tres años en Montevideo, era un tipo excepcionalmente apuesto, delgado, más bien musculoso, muy popular entre las mujeres. En cuanto se convirtió en agente, se produjo en él un cambio drástico. Engordó muchísimo, se dejó crecer un largo bigote que parecía el manillar de una bicicleta (lo cual le daba un aspecto bastante cómico), y en general descuidó su apariencia.
Aquí en Miami sigue excedido de peso, pero se ha convertido en un petimetre. Viste ternos tropicales en tonos pastel y sombreros de paja. Fuma puros habanos con el aplomo de un verdadero habanero, y parece más cubano que los cubanos.
Si bien no diré que poseo la habilidad de Bob Maheu para recordar conversaciones, creo que lo que te relataré es correcto al menos en un noventa por ciento. No tomé notas mientras Fuertes hablaba.
Me desconcierta todo lo que sabe sobre nosotros y lo que hacemos. Es un frecuentador nato de bares y conoce todos los restaurantes cubanos, desde el Versalles hasta los tugurios más sórdidos de la calle Ocho. No sólo posee chismes en abundancia sino que, como buen hombre de Inteligencia, los evalúa. Para que veas hasta qué punto está informado, el día que lo invité a una casa franca me dijo que sabía que el 19 de septiembre es la fecha que fijamos para completar el campo de instrucción de Guatemala, que el lugar se llama TRAX y que se adiestrará a una brigada de exiliados compuesta por cuatrocientos hombres.
Sin dificultad describe el componente sociológico de TRAX. El noventa por ciento de reclutas para la brigada, me dice, son estudiantes y profesionales de clase media. El diez por ciento son trabajadores, campesinos y pescadores. (Esto es correcto, pues he estado en las estaciones de reclutamiento.) Incluso, puede especificar la vestimenta y las armas de los reclutas: uniformes de combate, gorras negras de béisbol, pistolas engrasadoras.
—Todo correcto, Chevi —le dije—. Pero, ¿de dónde sacas la información?
No era difícil imaginarlo. Para los cubanos, la revolución es un asunto de familia, y en la familia todo se discute. Aun así, Chevi me sorprendió con su siguiente observación.
—Supongo —dijo— que el día de la invasión no habrá más de mil quinientos hombres.
Sonreí. Yo no tenía ni idea de eso, pero decidí actuar como abogado del diablo.
—Es imposible —repliqué—. Esa cantidad de hombres no podría tomar Cuba.
—Podría —respondió—, en el caso de que Castro sea verdaderamente detestado por las masas. No olvide que la gente odiaba a Batista y que Castro necesitó menos de mil barbudos. Por supuesto, ahora la realidad es diferente.
Procedió a darme una conferencia. Cuando Castro aún estaba en las montañas, en la isla sólo había un médico por cada dos mil personas.
—Hay un viejo refrán cubano —me informó—. «Sólo se vacuna el ganado.»
Luego siguió un discurso más o menos izquierdista. (Creo en sus estadísticas, pero desconfío del aspecto litúrgico. Aun así, las cifras me sorprendieron.) Bajo Batista, el cuatro por ciento de los campesinos cubanos comía carne con regularidad; el dos por ciento comía huevos; el tres por ciento, pan; el once por ciento, leche. Verduras frescas, cero. Arroz y frijoles, todo el mundo. La mitad de los hogares carecía de agua. Sin embargo, en La Habana había embotellamientos y televisores. Ser habanero significaba creer que Cuba era un país latinoamericano adelantado. La Habana, no Cuba, es el centro espiritual de sus exiliados. Todos son de clase media.
—Hablas como un partidario de Castro —dije.
—No —dijo Fuertes—; como siempre, mi corazón está dividido.
Debo advertirte que no carece de cierta tendencia latina a la baladronada metafísica.
—El hombre que se pasa la vida en una contienda entre su mano derecha y su mano izquierda —continuó en tono solemne—, se siente interiormente desgarrado.
—¿Por qué no estás con Castro? —pregunté.
—Porque acabó con las libertades. Un hombre como yo, viviendo en La Habana, estaría muerto, o en la clandestinidad.
—Entonces, ¿por qué no estás en contra de él?
Aquí inició una disquisición interesante, aunque demasiado extensa, sobre la naturaleza de la revolución y el capitalismo.
Según Fuertes, el capitalismo es esencialmente psicótico. Vive para el momento. Puede planear con anticipación sólo a expensas de su propia vitalidad; delega todas las cuestiones morales esenciales al patriotismo, la religión o el psicoanálisis.
—Por eso soy un capitalista —dijo — . Porque soy un psicópata. Porque soy voraz. Porque necesito la satisfacción instantánea del consumismo. Si tengo problemas espirituales, puedo ir al cura y obtener la absolución, o le pago a un psicoanalista para que me convenza, año tras año, de que mi codicia es mi identidad y de que me he reincorporado a la raza humana. Puedo sentirme mal a causa de mi egoísmo, pero ya se me pasará. El capitalismo es una solución profunda al problema de cómo mantener una sociedad desarrollada. Reconoce el afán de poder en cada uno de nosotros.
Como te habrás dado cuenta, cuando se sienta en una silla, bebe un vino añejo y puede pontificar, se siente en un estado beatífico. Me habló también de una dicotomía en la que nunca había pensado: la diferencia entre los tontos y los estúpidos.
—Es una diferencia profunda —dijo — . Los tontos son débiles mentales, lo cual es triste, pero definitivo. Los estúpidos, en cambio, han decidido serlo. Ejercen una inteligencia negativa voluntaria. Gratifican su afán de poder obstruyendo los deseos de los demás. Bajo el comunismo, donde presumiblemente el presente se sacrifica en aras del futuro, los estúpidos obturan todos los poros industriales. La desidia y la ineficiencia son sus placeres secretos. En el sistema capitalista, un hombre codicioso pero estúpido se enfrenta a una dolorosa opción. Mientras siga siendo estúpido, no puede satisfacer su codicia. Es por ello que a menudo se ve obligado a abrir su mente a fin de buscar un modo de prosperar. Los hombres que en un sistema comunista serían obstructores, en la sociedad capitalista se convierten en hijos de puta ricos y exitosos.
No creas que aquí acabó todo. Siguió hablando.
—Los cuadros comunistas son indispensables para Castro. Sin ellos, su revolución estaría totalmente desorganizada. Con ellos, tiene una burocracia capaz de administrar el país hasta cierto grado.
—Pero, ¿no estás diciendo que el comunismo es malo para Cuba?
Es difícil conseguir que focalice las cosas.
—No —dijo—. No estoy seguro. Visité Cuba hace seis meses. Las mujeres me impresionaron. Se ven muy bien con sus blusas rojas y sus faldas negras, cantando mientras marchan. Para ellas el comunismo significa solidaridad.
Debo decir que en ese momento pensé en cómo había descrito Howard a esas mismas mujeres. Creo que dijo que eran «cacófonas como un rebaño de cabras».
—De hecho —continuó Chevi—, esas mujeres me parecen conmovedoras. Poseen un sentido de su propia existencia del que antes carecían. Castro es un experto en darle teatro a las masas, un teatro magnífico, grandioso, político. Cuando Batista huyó de Cuba a finales de 1958, Castro no se apresuró en ir a La Habana. Inició su marcha desde la Sierra Maestra, y se fue deteniendo en el camino, en cada ciudad o pueblo grande, para pronunciar un discurso de cuatro horas. Sobre su cabeza daba vueltas un gran helicóptero negro. Fue una idea sensacional. El ángel de la muerte, arriba. La muerte fue un elemento fundamental de su revolución. Por supuesto, las mujeres lo comprendieron de inmediato. Para la mentalidad española, estamos en la tierra para sangrar y morir. Si resulta que hay más médicos, más educación, más decencia en el plano económico, pues estamos ante una trinidad excelsa: la sangre, la muerte y el progreso, un programa revolucionario para los latinos.
—¿Por qué no sucede lo mismo con los exiliados? —pregunté—. Están a la izquierda de Batista, pero también defienden la libertad.
—Sí —respondió—, pero ¿puede lograrse una mejora radical en una economía pobre sin un reino de terror? El único motivo humano más poderoso que la codicia es el terror. Si los exiliados conquistan Cuba, los más corruptos entre ellos, es decir, la mayoría, formarán una red de codicia. Triunfarán sobre los idealistas.
—¿De modo que estás de nuevo con Castro?
—No estoy con ningún bando, y estoy con los dos. Estoy conmigo mismo.
Discutimos el pago. Pide trescientos dólares a la semana, más gastos. Puede que sea demasiado, pero creo que los vale. Evidentemente le gusta vivir en dos mundos a la vez, pero estoy seguro de que podré con él en el caso de que se le ocurra hacer un juego doble.
Necesito tu consejo.
HARRY
La respuesta de mi padre llegó al día siguiente. El sobre decía: SÓLO OJOS ROBERT CHARLES.
Comunicación del 29 de septiembre recibida.
Tu uruguayo me parece un comunista sofisticado, y un traidor redomado. Pero es tan corrupto que el dinero podría mantenerlo a raya. Lo aprobaré sólo si obedeces ciertos procedimientos básicos:
NO más discusiones políticas con él. Podría estar poniendo a prueba tus actitudes para transmitírselas al otro bando.
Limítate, siempre, a objetivos precisos y definidos. Te enviaré instrucciones específicas. No te desvíes. Por supuesto, constataré sus informes valiéndome de todos los medios de que dispongo.
No simpatices demasiado con ese tipo. No importa que le hayas salvado la vida.
Observa fielmente el protocolo del oficial de caso. Jamás lo relaciones con nadie de Zenith o del Cuartel del Ojo sin antes avisarme.
El primer objetivo en que debes usarlo es el cubano gordo —lo llamaremos REENCAUCHADO— al que invitaste a comer.
Para tu amigo charlatán usaremos el criptónimo BONANZA.
HALIFAX