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12 de septiembre de 1964
Queridísimo Harry:
¿No fue Fidel Castro quien dijo que una revolución debe ser sellada con sangre? Supongo que, en una escala personal, el equivalente debemos buscarlo en la manera en que una mujer casada certifica su seriedad hacia su amante mediante un acto de traición no necesariamente carnal contra su marido. Hoy deseo consumar ese acto. El contenido de esta carta te brindará un material excepcional referido a Bill Harvey. Se trata de la información más privilegiada que Hugh me haya suministrado jamás, y ahora que la comparto contigo, el círculo de posesión se limitará a Hugh y a Harvey, a ti y a mí, y a nadie más.
He aquí uno de los secretos de Hugh. Cuatro páginas de transcripciones de una conversación que mantuvo con Harvey en Berlín. Como conoces al Rey, pues has trabajado con él, sin duda tendrás mucho para reconstruir en tu mente, pero yo sólo sentí el orgullo de una nueva posesión y el vacío que suele acompañar a ese orgullo. Mi reacción interna fue lamentable. Pensé: «Un año refunfuñando, y ahora, ¿qué importa?». Sólo me he enterado de un profundo secreto oscuro sobre ese insondable y tenaz Bill Harvey. Sin embargo, no debo despreciar el favor. Estoy fascinada.
Cuando acabé con las cuatro páginas de la transcripción (de la cual hay una sola copia, y Hugh me la quitó apenas terminé de leerla), le pregunté quién más había visto esas páginas, y entonces me confesó que había dejado que echases un vistazo a las dos primeras hacía más de ocho años. «Por supuesto —aclaró—, las dos primeras páginas no cuentan mucho. El pobre muchacho se sintió horriblemente frustrado.»
Bien, Harry, haré lo mejor que pueda para curar tu frustración. Como no tengo la transcripción, tendré que resumir lo que recuerdo. Al principio de la página tres, Hugh le menciona a Harvey que ha tenido una charla con Libby, la primera mujer de Bill. Es mucho lo que surge de esto. ¿Recuerdas el escándalo por lo del coche y el charco de agua causado por la lluvia? ¿Lo recuerdas? Libby llamó al FBI porque su marido no había ido a dormir, y estaba preocupada. En la versión que Harvey dio a la Agencia en 1947, optó por renunciar al FBI porque el Buda lo enviaba a Indianápolis como castigo por quedarse a dormir en un coche con el motor calado y no avisar al Buró. Bien, cuando unos nueve años después Hugh habló con Libby sobre el tema, ella seguía tan amargada como puede estarlo una ex esposa. Ella nunca llamó al FBI, afirmó. ¿Por qué iba a hacerlo? Bill estaba fuera todas las noches, entre las tres y las cuatro de la madrugada. Hugh constató la historia de Libby con su contacto en el FBI, que tenía acceso a los archivos. Verdad: Libby Harvey no hizo ninguna llamada durante aquella mañana de 1947. La conclusión de Hugh: la historia del Buda había sido una comedia montada por él mismo para instalar al Rey Bill en la Agencia. Hugh me dijo que Hoover había intentado por varios medios infiltrar una docena de sus mejores hombres entre nosotros para que actuaran como agentes especiales, y logró hacerlo muy bien al principio, cuando, como dice Hugh, «éramos buenos, simples e inocentes». De todos ellos, Harvey fue el mejor. Le había estado pasando a la Agencia material de valor incalculable durante casi diez años.
Al final de la transcripción de cuatro páginas, uno se da cuenta de que Harvey está empequeñecido. Recuerdo el diálogo perfectamente, y lo que te ofrezco es una versión casi literal.
—Usted no va a creerlo —le dijo a Hugh—, pero odio al Buda.
—Sí —dijo Hugh—. J. Edgar Hoover no es un buen hombre, y usted nos aprecia a nosotros, los imbéciles de la CIA, aunque todos estos años no ha hecho más que pasarle los mejores informes a él.
—Tengo mejores amigos aquí que allá —dijo Bill.
—¿No sucede lo mismo con todos los buenos agentes dobles? He aquí la sombría consecuencia, Bill. Voy a creer en lo que dice. Nos aprecia más que al Buda. De modo que conseguirá informes de sus archivos secretos. No me importa cómo lo logre. Y si alguna vez J. Edgar descubre lo que está haciendo, y le da la espalda, bien, los agentes triples nunca resultan. Yo recurriría a los mandriles gigantes. ¿Está claro?
—Está claro.
Esto es lo que sucedió, Harry. Por supuesto, podrás imaginar qué fue lo primero que le pregunté a Hugh.
—¿Has estado manejando a Bill desde entonces?
—Desde mi viaje a Berlín en 1956. Fue un desayuno genial. Pobre Bill. Como todos estos años ha tenido que vivir con dos caras, se ha visto obligado a beber por las dos.
Supongo, Harry, que esto te dará mucho en qué pensar. La traición me produce escalofríos. Acabo de decir adiós a uno de mis más serios votos matrimoniales. Eso debería mantenerte tranquilo por un tiempo, voraz minino.
Tu
KITTREDGE