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Pero antes hablaré del sueño que infiltré en Adi mientras dormía. Fue la noche de sábado que precedió al encuentro de Alois el domingo con el apicultor, e introduje el sueño por orden directa del Maestro. Añadiré que crear un sueño, en particular uno que no tenga ninguna relación con la experiencia previa del durmiente, no es tarea fácil. Si bien en ocasiones especiales podemos insertar guiones completos en el sueño del cliente, también es verdad que las obras oníricas producidas ex nihilo suponen graves quebrantos en nuestro presupuesto. ¡Exigen un desembolso desproporcionado de tiempo!

Además, cuando el cliente es joven existen riesgos. Los Cachiporras que también tienen tratos con el cliente pueden armar más trifulca si se enteran de lo que estamos tramando. En condiciones de campo de batalla no deben realizarse manipulaciones delicadas con objeto de alterar las reacciones futuras de la psique de un sujeto. Pocas personas se benefician de una pesadilla.

Mi experiencia me dice que la inserción de sueños que son tan intensos como visiones nocturnas pueden deparar muchos efectos deseados, pero el mayor éxito consiste en poder proceder poco a poco a lo largo de muchas noches con el fin de no llamar la atención de los Cachiporras. A buen seguro, a los ángeles les enfurece cualquier sueño que insertamos. Ha sido así desde el comienzo de la existencia humana. El D. K. considera primordial tener el mando sobre todos los sueños. Con ánimo de controlar a los primates a los que inspiraba para devenir humanos, insufló alucinaciones en su sueño que resultaron esenciales. Aceleraron el proceso.

Mucho más tarde, durante lo que el Maestro llama la era de Jehová (que va —perdonen estos cálculos históricos aproximados— desde 1200 a. C. hasta la llegada de Jesucristo), el D. K. dispensó gran cantidad de premios y castigos (algunas veces por medio de milagros, pero más a menudo mediante sueños). Lograba transmitir visiones tanto a profetas como a plebeyos. De este modo llevaba a sus pupilos por muchos itinerarios elegidos, con frecuencia, sospecho, sin más motivo que un capricho imperioso.

Sin embargo, nuestra aparición en la vida en desarrollo de la humanidad redujo estos poderes. Jehová ya no podía emplear sueños con tanta eficacia. Ahora, gracias al uso abundante que hacemos de este medio, los sueños rara vez parecen visiones. Más bien invaden al durmiente como relatos truncados, recortados. Las intrusiones de un lado chocaban contra los objetivos del otro.

Por consiguiente, había quedado anulado el uso imperioso que el D. K. hacía antaño de los sueños. Rara era ya la ocasión en que sus órdenes se transmitían directamente. En cambio, el moderno episodio nocturno proporciona un aviso de trastornos que se avecinan. Si es probable que un amigo de confianza cometa una traición en un futuro próximo, un sueño puede alertar de este peligro. Por otra parte, si es el durmiente quien se dispone a traicionar a un amigo íntimo, un guión imaginario puede dramatizar este acto. De este modo, el D. K. ha descubierto un método de guiar a los seres humanos. Las situaciones falsas creadas por el sueño tal vez no sean totalmente comprensibles, pero ponen a prueba la capacidad que tiene el sujeto de soportar una inquietud intensa. Incluso cuando la interpretación es incompleta, conserva una conciencia nebulosa de que posee menos valentía, lealtad, devoción, amor o menos salud de lo que se suponía. El sueño sirve ahora como una especie de sistema de protección imperfecto que advierte a un hombre o a una mujer de situaciones que no puede controlar o ni siquiera tolerar.

En la medida, sin embargo, en que podemos interferir en el impacto real, el sueño estándar se convierte en un molinete, un desparrame, un caos producido por la refriega entre los Cachiporras y nosotros.

Así pues, la tarea de crear un sueño claro para un niño exigía una atención especial. Como he señalado, el Maestro casi nunca alentaba estas operaciones con niños. Se recordará que cuando la familia Hitler se trasladó desde Passau, me ordenaron que dejase de prestar atención al pequeño Adolf. Él y su familia serían controlados por mis ayudantes en sus viajes rutinarios. Salvo en la única ocasión en que me introduje en el cerebro de Alois el tiempo suficiente para hurgar en su fascinación por la apicultura, estuve trabajando con otros clientes en aquella región de Austria. La información que facilitaron mis asistentes sobre los Hitler de Hafeld demostró ser adecuada.

Ahora había llegado una comunicación directa del Maestro: yo tenía que implantar un sueño particular en la cabeza de nuestro niño de seis años. El verbo destacado era grabar.

—Quiero que grabes en el cerebro de Adi una idea permanente —dijo—. Es probable que logres acceso. Llevamos tanto tiempo inactivos en ese campo que no creo que los Cachiporras se inmiscuyan.

El castillo en el bosque
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