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Aunque me deleita escribir sobre estas personas como un buen novelista, y por ende las observo, por turnos, sardónica, objetiva, irónica, comprensiva, crítica y compasivamente, debo no obstante recordar al lector que si bien no me presento como alguien siniestro (ya que no deseo refrendar la idea superficial de cómo se supone que debe comportarse un demonio), sino como un diablo, no un novelista. Mi interés por los personajes es, sin embargo, sincero. Desde el principio de nuestro servicio, el Maestro nos enseñó a hacer de la humanidad un estudio continuo. Hasta nos alienta a sentirnos cercanos al sentimiento religioso de la gente. Si hay que estar alerta a los despojos que pueda haber más tarde, es provechoso captar las sutiles diferencias entre la nobleza verdadera y la falsa. Si en nuestra asamblea tuviéramos órdenes religiosas, yo podría ser el equivalente de un jesuita. Comparto con ellos un conocimiento fundamental. Siempre trato de adquirir una comprensión compasiva de un oponente; en efecto, considero mi deber saber más de sentimientos religiosos que todos los ángeles, salvo los más dotados.
Tal vez por eso el Maestro nos incita a llamar a Dios D. K. (Al menos a los que trabajamos en países de habla alemana. En Estados Unidos es el D. A.: dumb ass! En Inglaterra, el B. F.: bloody fool! En Francia, A. S.: l’âme simple. En Italia, G. C.: gran cornuto. Entre los hispanos, G. P.: gran payaso.). De modo que D. K. significa Dummkopf[2]. No es que consideremos estúpido a Dios: ¡nada de eso! Además, sabemos por experiencia (y batallas perdidas) que los Cachiporras son, algunas veces, tan listos y mordaces como nosotros. El empleo que hacemos de la palabra Dummkopf proviene, supongo, de la determinación que tiene el Maestro de curarnos de nuestra debilidad más grande: la admiración involuntaria que sentimos por el Todopoderoso. El Maestro no nos consiente olvidar que Dios quizás sea poderoso, pero no es Todopoderoso. De eso nada. También nosotros estamos aquí, al fin y al cabo. El D. K. es el Creador, pero nosotros somos Sus más profundos y exitosos críticos.
No obstante, debemos reconocer que los ángeles han conseguido convencer a la mayoría de la humanidad de que nuestro caudillo es el Maligno. De modo que el Maestro nos propone que lo mejor es tener a gala el título. Cuando escribo E. M., o hablo del Maligno, lo hago con pleno conocimiento de la ironía del concepto. El Maestro, nuestro sutil amo, nos ha dado muchísimo.
—Dejad a los que adoran a Dios la reverencia excesiva —nos dice—. La necesitan. Siempre están de rodillas. Pero nosotros tenemos trabajo que hacer, y es peliagudo. Os recomiendo que sigáis considerándole el Dummkopf. Es lo que es, en realidad, si se piensa en lo que podría haber logrado. Recordad: se trata de ganar nuestro universo. De que Él pierda el Suyo. Seguid llamándole Dummkopf. No ha sacado de Sus hombres y mujeres todo lo que quería.