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Empezó a berrear pidiendo leche menos de treinta minutos después de que Klara se hubiese sumido en el mejor sueño que había conocido en años.

¿Debemos suponer que un niño no puede tener reacciones muy profundas porque su vida media no dura más de treinta minutos? Debido a aquella traición, quizás no volviera a amar a su madre tanto como antes. Sin embargo, sus sentimientos se fortalecieron. En su amor había ahora sufrimiento, y una rabia que se manifestaba mordisqueando la teta con los dientes. De hecho, durante unos días se sintió próximo a Lutero, y cuando se adormilaba dormía toda la tarde al lado del perro. Ciertamente, veía al animal como a un hermano, y su afecto fraternal duró hasta que Adolf empezó a aprovecharse demasiado y a aporrear a Lutero en la barriga, a tratar de meterle los dedos en los ojos y, en ocasiones, a darle patadas en las costillas. Si el perro empezaba a gruñir cuando se acercaba, corría lloriqueando donde Klara. Hubo un período en que cesó el placer que a ella le producía amamantarle. Los responsables eran los mordiscos. Los días del destete se acercaban.

En aquellos consejos privados que se celebraban en la cabeza de Klara y que nunca serían accesibles al niño, a sus hijastros, a su marido y ni siquiera al confesonario, había llegado a la conclusión de que tenía que tener otro hijo. Si bien este deseo nacía de su antiguo temor, que persistía, de que Adolf no sobreviviera, también temía que nunca volviese a amarle tanto, no como le había amado, y por eso quizás debería concebir otro hijo.

Además, su matrimonio estaba comenzando una nueva época. Aguardaba impaciente la llegada de Alois al lecho conyugal. Aquellas noches, al cabo de tantos años, ¡el deseo renacía, resurgía en el tuétano, en lo más hondo!

Recordaremos que la última vez que vimos a Alois estaba sepultando la nariz y los labios en la vulva de Klara, con una lengua tan larga y demoníaca como el falo de un diablo. (Digámoslo: no nos abstenemos de hacer nuestra aportación a estas artes). Alois, desde luego, contaba con nuestra ayuda. Hasta entonces nunca se había entregado tan totalmente a aquella práctica, y pronto había llegado a dominarla, y tan deprisa que sin nuestra contribución el hecho resulta inexplicable. (Por eso hablamos del Maligno cuando participamos en el acto: tenemos la facultad de transmitir esos dones lúbricos a hombres y mujeres, incluso cuando no tratamos de convertirles en clientes).

A la mañana siguiente, Alois no acertaba a creer que hubiese hecho aquello. ¡Rebajarse hasta aquel extremo! Para vengarse de su degradación en Klara, había —recordemos— aposentado sus posaderas una vez más sobre la nariz y la boca de la cónyuge: justamente la escena espantosa que incitó a Adolf a volver a la cama y a berrear pidiendo leche menos de media hora más tarde.

Sin embargo, a la mañana siguiente, Alois también sintió ternura por Klara. Aquella deferencia inesperada, unida al placer asombroso que él le había causado por medio de la lengua, un gozo cuya insospechada exquisitez le había elevado hasta, sí, regiones casi ocultas, la predispusieron asimismo a perdonar la parte ingrata. (En realidad, el pesado trasero de Alois olía mejor que el de Adi).

Como demonio que soy, estoy obligado a vivir en íntimo contacto con excrementos en todas sus formas, físicas y mentales. Conozco el desperdicio emocional de sucesos feos y decepcionantes, el agrio veneno inherente del castigo injusto, la corrosión de los pensamientos impotentes y, por supuesto, también tengo que tratar con caca. Es cierto. Los demonios vivimos en la mierda y trabajamos con ella. Así que muchas veces procuramos entender un matrimonio a través del ojo de la cloaca, y añadiré que no es el peor enfoque, ya que los deberes parentales no son sólo la corona sino el anexo de la coyunda. Como San Odón de Cluny declaró en una observación inolvidable y digna del mejor de los diablos: inter faeces et urinam nascimur (entre heces y orinas nacemos). Lo cual me lleva a decir que el estudio apropiado del matrimonio reside no sólo en la asociación, armonía, afecto, aburrimiento, costumbres previsibles, disgustos cotidianos, refriegas verbales y desesperación diaria, sino en las tripas y la mancha de todo ello: el conocimiento como camaradas de todos los sabores, olores y recovecos anatómicos prohibidos. De hecho, si faltaran todos estos elementos, el sacramento tendría cimientos más frágiles. El matrimonio se basa en la caca. Es lo que yo afirmaría. El lector, a su vez, es libre de rechazar mi opinión porque soy un demonio, a fin de cuentas, y buscamos el mínimo común denominador de cualquier verdad. Nada tiene de extraño que las merecidas propiedades del desecho entren dentro de nuestra competencia.

El castillo en el bosque
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