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Los espíritus como yo pueden asistir a acontecimientos en los que no están presentes. Por consiguiente, yo estaba en otro lugar la noche en que Adolf fue concebido. Aun así, ingerí la experiencia exacta recurriendo al demonio (de rango inferior) que había estado en la cama de Alois la noche original. Debo decir que siempre disponemos de esa opción de compartir un acto carnal con posterioridad. Por otro lado, un demonio menor puede implorar al Maligno, en las ocasiones más cruciales, que esté presente a su lado durante el clímax. (El Maestro nos exhorta a llamarle el Maligno cuando decide participar en actos sexuales, y aquella vez no cabe duda de que estuvo allí).
Más adelante, en cuanto comencé a hacerme cargo del joven Adolf Hitler, el demonio que había asistido al momento de la fecundación lo revivió para mí. Mis sentidos percibieron con tal perfección el olor e impacto físico que cabe calificarla de absoluta. Así pues, me sucedió a mí. Entre nosotros, la transmisión de un recuerdo exacto es lo mismo que haberlo vivido. Del mismo modo, gracias a la intensidad incomparable del instante, supe que el Maestro se había sumado por un momento al demonio asistente (de igual manera que Jehová ofreció Su inmanencia a Gabriel durante otro acontecimiento excepcional).
Si bien estuve varios años sin que me asignaran exclusivamente a Adolf Hitler, siempre lo tuve en mi perspectiva general. Por tanto, estoy en condiciones de escribir sobre su infancia con una confianza que no poseería ningún biógrafo convencional. En realidad, debe de ser evidente a estas alturas que no hay una clasificación clara para este libro. Es más que unas memorias y sin duda debe ser muy curioso como biografía, puesto que es tan privilegiado como una novela. Poseo la libertad de entrar en muchas mentes. Hasta podría decir que especificar el género carece de verdadera importancia, porque mi preocupación mayor no es la forma literaria, sino mi miedo a las consecuencias. Tengo que realizar esta tarea sin llamar la atención del Maestro. Y esto sólo es posible porque en la Norteamérica actual está más acostumbrado a la electrónica que a la imprenta. El Maestro ha seguido el progreso humano en las cibertecnologías mucho más de cerca que el Señor.
Así que he decidido escribir en papel: lo cual ofrece una pequeña protección. Mis palabras no pueden asimilarse tan deprisa. (Hasta el papel procesado contiene un atisbo ineluctable de la ternura que Dios puso en Sus árboles).
Aunque el Maestro no tiene intención de agotar ninguno de sus recursos controlando hasta el último de nuestros actos —hay demasiados demonios y diablos para eso—, tampoco es muy partidario de dejarnos acometer empresas que él no haya escogido. Hace años yo no habría osado embarcarme en esta crónica escrita. Habría tenido un temor inmenso. Pero ahora, en las inundaciones y confinamientos de la tecnología, se puede tratar de obtener un poco de secreto, una zona privada para uno mismo.
Ergo, me siento con ánimo de continuar. Presupongo que conseguiré ocultar mi producción al Maestro. Cabe entender la labor de inteligencia como una lucha entre el código y la confusión del código. Puesto que el Maestro está muy atareado, y su existencia actual es más ardua que nunca —creo que se considera más cerca de una victoria final—, me siento libre de aventurarme. Tengo mayor seguridad en que podré ocultar la existencia de este manuscrito hasta que esté terminado, como mínimo. Después me veré obligado a imprimirlo o… destruirlo. La segunda alternativa siempre ha sido la solución más segura (excepto por el golpe casi mortal a mi vanidad).
Claro está que si lo publico tendré que huir de la cólera del Maestro. Hay varias posibilidades. Podría optar por acogerme al equivalente, en nuestra vida de espíritus, del programa federal de protección de testigos. Es decir, los Cachiporras me esconderían. Por supuesto, tendría que colaborar con ellos. Su especialidad son las conversiones.
Ergo, tengo que elegir: traición o extinción.
Pero tengo menos miedo. Al revelar nuestros procedimientos, disfruto del placer insólito (para un demonio) de no sólo describir, sino explorar la naturaleza esquiva de mi propia existencia. Y si logro terminar mi obra, todavía tendré la posibilidad de destruirla o pasarme al otro bando. Diré que esta última opción empieza a atraerme.
Como soy desleal con el Maestro, no debo dar pistas. Cumplo de una forma impecable mis modestos deberes en Estados Unidos, aunque facilite estos detalles adicionales de la obra que realicé en la educación temprana de mi cliente más importante.