SOCIOGÉNESIS DE LA «MASCULINIDAD AGRESIVA»
En la medida en que las estructuras de las comunidades de clase obrera baja correspondan a una «segmentación ordenada», estas comunidades tienden a generar unas normas que, en relación con las de grupos más altos en la jerarquía social, producen y/o toleran un alto nivel de agresividad abierta en las relaciones sociales. En esta dirección operan algunos aspectos de la estructura de tales comunidades. Por ejemplo, la comparativa libertad del control adulto que experimentan los niños y adolescentes de la clase obrera baja, el hecho de que gran parte de su primera etapa de socialización tenga lugar en la calle, en compañía principalmente de otros niños de su misma edad, significa que tienden a interactuar agresivamente entre ellos y a desarrollar jerarquías de dominio basadas más que nada en la edad, la fuerza física y el valor[262]. Este modelo se refuerza por el hecho de que, en relación con la tendencia de los adultos de los puestos más altos de la escala social, los padres pertenecientes a la clase obrera baja presionan menos a sus hijos para que practiquen un autocontrol estricto y continuo sobre su conducta agresiva. Cuanto más intentan estos padres reprimir a sus hijos en este aspecto, mayor es la tendencia en ellos de recurrir a los castigos físicos. Por si esto fuera poco, tales niños están más acostumbrados desde temprana edad a ver a sus padres y demás adultos, varones sobre todo, comportarse de modo agresivo y, con no poca frecuencia, violento. Por consiguiente, crecen con una actitud más positiva hacia la conducta agresiva que los otros niños de posición más alta que la suya en la escala social y tienden a inhibirse menos cuando se trata de presenciar o participar públicamente en actos violentos[263].
Decisiva también para la formación de esta pauta de conducta es la tendencia en estas comunidades hacia la segregación de los sexos y el dominio del varón. Esto significa, por una parte, que tales comunidades tienden a caracterizarse por un índice comparativamente alto de violencia masculina contra las mujeres y, por la otra, que los varones no están sometidos de forma constante a la presión «suavizadora» de las mujeres. De hecho, dado que las mujeres de tales comunidades llegan a la madurez siendo también ellas relativamente agresivas y valoran muchas de las características machistas de sus hombres, la propensión de estos hacia la agresividad se ve reforzada. Y todavía más debido a las enemistades y vendettas que, con relativa frecuencia, estallan entre familias, vecindarios y, sobre todo, bandas callejeras. En resumen, las comunidades de los estratos más bajos de la clase obrera como las que describimos, especialmente los sectores a los que de la forma más literal se aplica el término «rudos», se muestran caracterizadas por procesos de «retroalimentación» que fomentan el recurso a la conducta agresiva en numerosos campos de las relaciones sociales, especialmente por parte de los varones.
Uno de los efectos de tales procesos es el prestigio que obtienen los varones si demuestran habilidad para pelear. Correlativamente, existe en estos hombres la tendencia a gozar con las peleas. Para ellos y sus iguales, que tratan de emularlos, el hecho de pelear constituye una importante fuente de sentido, posición y agradable tensión emocional. La diferencia central en este aspecto entre tales sectores «rudos» de las comunidades pertenecientes a la clase obrera baja y sus «respetables» equivalentes de la clase obrera media y alta es claramente que, en las últimas, la violencia en las relaciones cara a cara tiende a condenarse por norma general, mientras que en la primera existe un mayor número de contextos y situaciones en los que la expresión abierta de la agresión y la violencia es tolerada o sancionada de manera positiva. Una diferencia más es que las clases «respetables» tienden a empujar a la violencia «tras bambalinas» y, cuando esta estalla, tiende a adoptar, como contrapeso, una forma más obviamente «instrumental» y a suscitar sentimientos de culpa. En las comunidades más «rudas» de la clase obrera, por el contrario, la violencia suele manifestarse en mayor medida en público e ir cargada, en cambio, con cualidades «afectivas» o «expresivas» más pronunciadas, es decir, con cualidades más íntimamente asociadas al despertar de sentimientos agradables. Por añadidura, mientras a los miembros de las clases «respetables», a los hombres «respetables» sobre todo, se les permite —de hecho se espera de ellos— que se comporten agresivamente en determinados contextos calificados de «legítimos», como el deporte formal, los miembros de los sectores «rudos» de la clase obrera o bien tienden a considerar el deporte formal como demasiado reglamentado y «domesticado[264]» o bien, cuando participan en él, a causa de su visión demasiado física, a veces violenta, tienden a chocar con los jueces, oficiales y jugadores del equipo contrario[265]. La identidad de los varones procedentes de los sectores «rudos» de la clase obrera baja tiende, así pues, a basarse en lo que, tomando en cuenta las normas dominantes hoy en Gran Bretaña, son formas abiertamente agresivas de la masculinidad machista. En el concepto que de ellos tienen sus familias, sus comunidades y, ya en la «acción del fútbol», sus «compañeros», muchos de esta clase de hombres están asimismo investidos de agresividad y rudeza. Este patrón se produce y reproduce no sólo por elementos constitutivos internos de la «segmentación ordenada» sino también —y esto es igualmente decisivo— por algunas de las formas en que sus comunidades están encerradas en la sociedad más amplia. Por ejemplo: a los varones de la clase obrera baja se les niega casi invariablemente status, significado y gratificación en las esferas educativa y ocupacional, que constituyen las principales fuentes de identidad, sentido y status de que disponen los hombres situados por encima de aquellos en la escala social. Esta negación es el resultado de diversos factores combinados. Por ejemplo, la mayoría de los muchachos de la clase obrera baja no tienen —o no valoran por regla general— las características ni los valores que contribuyen a alcanzar el éxito en los estudios y en el trabajo o que les haga esforzarse en estos terrenos. Al mismo tiempo, se les discrimina casi sistemáticamente en las escuelas y en los lugares de trabajo, debido en parte a que se encuentran a sí mismos en lo más bajo de una estructura jerárquica que, como rasgo constitutivo, parece necesitar de una «subclase» relativamente constante y relativamente empobrecida[266].
Dada la dificultad que para los hombres de los sectores «rudos» de la clase obrera baja entraña la búsqueda y consecución de sentido, posición social y gratificación así como la formación de una identidad satisfactoria en la educación y en el trabajo, se da en ellos una tendencia mayor a conseguir estos objetivos basándose en conductas que incluyen la intimidación física, las peleas, la ingestión de bebidas alcohólicas y las relaciones sexuales abusivas. De hecho, suelen tener muchas de las características atribuidas por Adorno y sus colaboradores a la «personalidad autoritaria[267]». Es posible, naturalmente, que estos «machos» de clase baja logren elevar de algún modo su autoestima si los demás, en su barrio y sobre todo en su grupo, reconocen públicamente su rudeza, su valentía en las riñas, su coraje, su lealtad al grupo, sus hazañas como bebedores y, en general, su capacidad para manejarse con lo que ellos y sus iguales consideran «sabiduría callejera». Al mismo tiempo, por estar en lo más bajo de la escala social global y por vivir su primera socialización según un modelo que —en relación con las pautas características de los grupos más «respetables»— conduce a un menor grado de interiorización de controles firmes sobre el empleo de la violencia, estos jóvenes suelen responder con más frecuencia en forma agresiva ante situaciones que ellos ven como amenazadoras para su autoestima. Las complejas exigencias del «saber estar en la calle» tienden a disminuir los contextos en que tales grupos consideran apropiado pelear. Sin embargo, los hombres como los que describimos propenden a intimidar y a pelear con mayor frecuencia que los varones de otros grupos. Por una parte, tienden racionalmente a buscar las confrontaciones físicas porque estas representan para ellos una fuente de identidad, posición, sentido y emoción agradable. Por la otra, tienden a responder agresivamente en situaciones amenazadoras porque no han aprendido a ejercer el grado de autocontrol que en este aspecto exigen las normas dominantes en la sociedad británica.