LAZOS SEGMENTARIOS EN LA CLASE TRABAJADORA Y SOCIOGÉNESIS DE LA AFICIÓN VIOLENTA Y DESMESURADA AL FÚTBOL
Comúnmente se cree que el fenóneno de la violenta afición al fútbol en Gran Bretaña se convirtió por primera vez en un «problema social» en los años sesenta del presente siglo. Las investigaciones realizadas muestran empero que no ha habido un solo periodo en la historia del juego sin que se presentasen desórdenes en escala importante. De hecho, su incidencia ha seguido una curva en «U», pues fue relativamente alta antes de la primera Guerra Mundial, descendió en el periodo de entreguerras y se mantuvo relativamente baja hasta el final del decenio de 1950. Luego, a lo largo de los años sesenta, aumentó de nuevo y fue ascendiendo con bastante rapidez desde mediados de la década hasta convertirse en un acompañante «normal» de los partidos profesionales. Pese a tales variaciones en su incidencia a lo largo del tiempo, una característica recurrente de la afición desmesurada al fútbol es el empleo de la violencia física, que puede consistir en ataques a los jugadores y árbitros o en choques entre grupos rivales de aficionados. En la etapa actual, son los choques entre grupos rivales de aficionados, y a menudo también contra los agentes de la policía que interviene, la principal modalidad de violencia en que incurren los hinchas futboleros. A veces, esta violencia va acompañada del uso de armas, sea en el combate directo cuerpo a cuerpo o en el bombardeo con lanzamiento a distancia de objetos o armas arrojadizas. Marsh, Rosser y Harré apuntan que la violencia de los hinchas del fútbol es una forma de «agresión ritualizada» y que, en general, no llega a ser grave salvo en la medida en que la intervención de la policía la distorsiona y le impide adoptar su forma «normal[225]». Evidentemente, creen que la violencia ritualizada y la «seria» son mutuamente excluyentes, pues cuesta trabajo concebir como «agresión ritualizada» el lanzamiento de monedas, dardos, latas de cerveza y, como ha ocurrido en ciertos encuentros, bombas de gasolina. Decir esto no es negar los efectos que la intervención oficial puede tener sobre las formas de agresión adoptadas por los hinchas. El enjaulamiento y segregación de los aficionados rivales, por ejemplo, probablemente haya aumentado la incidencia de los bombardeos aéreos. Pero lo que aparentemente Marsh y sus colaboradores desean negar es el hecho de que tales grupos quieran de forma expresa causarse daños serios el uno al otro, como los que, por ejemplo, es lógico que se causen con monedas, dardos y bombas de gasolina. Por otra parte, quizás el grupo de investigadores de Oxford quiera decir que, independientemente de sus intenciones violentas, los hinchas del fútbol están restringidos por mecanismos instintivos como los que operan por ejemplo en los lobos, según ha descubierto el etólogo Lorenz. Sin embargo, pese a los esfuerzos de Marsh por alejarse de las especulaciones más burdas de la socióbiología[226], es razonable concluir que el análisis de este equipo de Oxford identifica con exceso a los seres humanos que son el tema de su estudio con animales que ocupan un lugar más bajo en la escala evolutiva. De ahí que subestime el grado en que la conducta humana está controlada normativamente, es decir, socialmente y no instintivamente.
Quisiera formular la hipótesis de que la conducta violenta de los hinchas futboleros —contenga o no elementos rituales— está relacionada de manera central con normas de masculinidad que: a) resaltan hasta el extremo la rudeza y la habilidad para pelear; b) son, en ese aspecto, distintas en grado —pero no en clase— de las normas de masculinidad actualmente dominantes en la sociedad en general; y c) tienden, como consecuencia, a recibir la constante condena de los grupos socialmente dominantes. De hecho, tales normas recuerdan en muchos aspectos las normas de masculinidad que predominaban en la sociedad británica en una etapa anterior de su desarrollo, más concretamente, las normas de hombría que, si el análisis antes presentado es correcto, fueron generadas en la Edad Media y principios de la Edad Moderna por las modalidades de lazos segmentarios y por sus equivalentes en la estructura social más amplia.
Hay al menos cuatro aspectos de la actual afición violenta y desmesurada al fútbol que hacen pensar en la posibilidad de que sus características medulares se originaran en los lazos segmentarios. Son:
- El hecho de que a los grupos implicados les resulte tan interesante, y a veces incluso más, combatirse mutuamente como presenciar un partido de fútbol. De hecho, basta oírlos para pensar que disfrutan positivamente con la lucha y que, para ellos, la habilidad de pelear constituye la principal fuente de prestigio tanto en el nivel individual como en el de grupo.
- El hecho de que los grupos rivales estén constituidos principalmente por miembros del mismo estrato social, es decir, de los llamados sectores «rudos» de la clase obrera. Esto significa que, para entender el fenómeno, hay que explicar primero el hecho de que en su violencia hay un conflicto intraclase en contraposición con el conflicto inter-clases. Este hecho puede explicarse mediante el sistema de lazos segmentarios, si bien es necesario asentar claramente que decir esto no es negar ni que tales grupos participen en los conflictos entre las clases sociales —por ejemplo, se enfrentan regularmente con la policía, que es el representante de las clases dominantes—, ni que sean victimas de la explotación de grupos socialmente más poderosos.
- El hecho de que la lucha de tales grupos adopte la forma de una vendetta, en el sentido de que, con independencia de las acciones no encubiertas que realicen, atacan a cualquier individuo o grupo sólo por mostrar en público la insignia de pertenencia a un grupo rival. Las enemistades que a lo largo del tiempo se desarrollan entre grupos rivales de aficionados, y que perduran pese a los cambios de personas habidos dentro de esos grupos, apuntan en la misma dirección, es decir, traslucen el enorme grado de identificación de los miembros por separado con los grupos a que pertenecen.
- El notable grado de conformidad y uniformidad en la acción que se muestra en las canciones y los lemas de los violentos hinchas del fútbol. Un tema recurrente en estas canciones y lemas es el reforzamiento de la imagen masculina del grupo a que se pertenece aunado a la denigración y los ataques a la falta de virilidad del grupo contrario. En caso de grupos más individualizados, resulta difícil creer que sus miembros desearan o pudieran emprender acciones tan complejas y uniformes y, consiguientemente, es razonable suponer que en la base de estos grupos se hallen los efectos homogeneizadores de los lazos segmentarios.
La investigación sociológica[227] propone que las comunidades «rudas» pertenecientes a la clase trabajadora se caracterizan por todos o casi todos los siguientes atributos sociales: a) pobreza más o menos extrema; b) empleo de sus miembros en trabajos no cualificados y/o ocasionales, junto con una elevada propensión al desempleo; c) niveles bajos de educación formal; d) bajo índice de movilidad geográfica, salvo algunos varones que viajan por razones de trabajo, por ejemplo en el ejército, o en trabajos no cualificados dentro del sector de la construcción; e) familias centradas en la madre y extensas redes de parentesco; f) alto grado de segregación en los papeles conyugales y separación de los sexos en general; g) dominio del varón aunado a la tendencia de los hombres a ser físicamente violentos con las mujeres; h) escasa supervisión de los adultos sobre los niños y recurso frecuente a la violencia en el proceso de socialización; i) capacidad relativamente baja de los miembros de estas comunidades para controlar las emociones y aplazar la gratificación; j) umbral comparativamente bajo de rechazo a la violencia física; k) formación de bandas callejeras encabezadas por los mejores luchadores y frecuencia de los enfrentamientos dentro y entre ellas; l) intenso sentimiento de pertenencia a «nosotros» como grupo definido dentro de unos límites reducidos, y correspondientes sentimientos fuertes de hostilidad al grupo de «ellos», también definido dentro de unos estrechos límites.
Los diferentes aspectos de tales figuraciones se refuerzan a menudo los unos a los otros. Es decir, al igual que sus equivalentes de los años anteriores a la Revolución Industrial, las comunidades obreras constituyen un ciclo de retroalimentación positiva entre cuyas consecuencias principales se halla la masculinidad agresiva. Sin embargo, estas modernas formas de enlace segmentario no son idénticas a las preindustriales por hallarse en una sociedad que posee un Estado relativamente estable y eficaz y en la que existe una complicada red de interdependencias. El resultado es que, hoy, los grupos locales ligados por lazos segmentarios están sometidos a presiones y controles «civilizadores» provenientes de dos fuentes principales: 1) de las agencias del Estado en las esferas de la policía, la educación y el trabajo social y 2) de los grupos ligados por lazos funcionales que existen en la sociedad más amplia. En el último caso, la presión la imponen tales grupos en parte con sus acciones directas y en parte con la influencia que llegan a ejercer sobre los medios de comunicación de masas y las agencias oficiales.
En resumen: los grupos segmentarios en las sociedades modernas están sometidos a restricciones desde afuera pero no, ni muchísimo menos en el mismo grado, desde adentro. Internamente, sus miembros continúan encerrados en figuraciones sociales que evocan en muchos aspectos las formas preindustriales de enlace segmentario y que, consiguientemente, generan sutiles formas de masculinidad agresiva. Los intensos sentimientos de pertenencia al grupo y de hostilidad hacia los demás grupos en los miembros de tales grupos ligados por lazos segmentarios significan que el enfrentamiento es prácticamente inevitable cuando sus miembros se ven frente a frente. Por otra parte, sus normas de masculinidad agresiva y su relativa incapacidad para autocontrolarse significan que el conflicto nacido entre ellos conduce fácilmente a la pelea directa. De hecho, tanto como ocurrió con sus equivalentes preindustriales, la lucha dentro y entre tales grupos es necesaria para el establecimiento y la conservación del prestigio conforme a sus normas de masculinidad agresiva. En consecuencia, los individuos, a nivel personal, obtienen placer realizando lo que para ellos es un papel socialmente necesario.
El fútbol se ha convertido en el escenario donde tales normas cobran expresión debido en parte a que las normas de masculinidad son consustanciales a él. Es decir, también el fútbol es básicamente una lucha fingida en la que la reputación de virilidad se refuerza o se pierde. Su carácter inherentemente opositor significa que se preste sin reparos a la identificación del grupo y al reforzamiento de la solidaridad entre los miembros del grupo en oposición a una serie de grupos externos fácilmente identificables: el equipo contrario y sus aficionados. En la medida en que algunos aficionados proceden de comunidades caracterizadas por variantes de solidaridad segmentaria, la afición violenta y desmesurada al fútbol en forma de lucha entre bandas de hinchas rivales es un resultado altamente probable. De hecho, probablemente sea correcto decir que la violenta afición al fútbol es el equivalente contemporáneo de los antecedentes populares del fútbol moderno, aunque sobrepuesto y entremezclado de modo complejo con el juego más diferenciado y «civilizado» de la Asociación de Fútbol.