I

LA EMOCIÓN que la gente busca en sus ratos de ocio difiere en ciertos aspectos de otras clases de emoción[73]. Esta es, en todos los sentidos, agradable. Aun cuando comparte algunas características básicas con la excitación que se experimenta en situaciones gravemente críticas, tiene características distintivas que le son propias.

En contraste con lo que ocurre en las sociedades menos desarrolladas, las situaciones críticas graves que generan en las personas la tendencia a actuar emocionalmente se han hecho, por lo que se ve, menos frecuentes en las sociedades industrializadas más avanzadas. El hecho de que en estas se haya restringido más la capacidad de los individuos para actuar de esa manera en público es sólo, simple y llanamente, otro aspecto del mismo desarrollo, en el curso del cual aumentan el control social y el autocontrol sobre las manifestaciones públicas de una emoción fuerte. Dentro de las sociedades industriales más avanzadas, aunque no en las relaciones entre ellas, muchas de las situaciones de crisis más elementales de la humanidad, tales como hambrunas, inundaciones, epidemias o la violencia ejercida por personas socialmente superiores o por extranjeros, están hoy más rígidamente controladas que nunca. Igualmente controladas están las pasiones de los individuos. Hoy, los incontrolados e incontrolables estallidos de fuerte tensión pública son menos frecuentes. Las personas que se dejan llevar abiertamente por una gran excitación, es probable que acaben en un hospital o en la cárcel. La organización tanto social como personal para el control de las emociones, para contener la excitación apasionada en público e incluso en la vida privada, se ha hecho más fuerte y más eficaz. El comparativo es importante. Incluso en las sociedades contemporáneas más altamente desarrolladas, los niveles de control de la emoción, como los de la restricción en sentido general, pueden parecer aún desiguales y bajos si los vemos por sí solos. Únicamente comparándolos con las normas sociales vigentes en una etapa anterior del desarrollo se hace evidente el cambio.

Los estudios comparativos sistemáticos no sólo muestran que ha aumentado el control público y personal de las acciones fuertemente emotivas sino también que, con la diferenciación cada vez mayor de las sociedades, las situaciones críticas públicas y privadas están más sutilmente diferenciadas ahora que en el pasado. Las crisis públicas se han despersonalizado más. En estas sociedades a gran escala, muchas situaciones de crisis general —de hecho, casi todas salvo las guerras y la transformación comparativamente rara de las tensiones y conflictos internos en violencia abierta por parte del grupo— no logran despertar ninguna emoción espontánea, aunque con una organización y una propaganda bien dirigidas podría obtenerse algo parecido. En las sociedades industriales avanzadas, las malas cosechas han dejado de ser la catástrofe que causaba desesperación ante la perspectiva de hambre y muerte. Tampoco las cosechas abundantes producen grandes manifestaciones de regocijo. Los equivalentes de aquellas situaciones críticas en estas sociedades son las fluctuaciones económicas y determinadas crisis que, en las sociedades cada vez más ricas de nuestro tiempo, tienden menos que antes a producir una tensión fuerte y espontánea.

Esta clase de fluctuaciones, en contraposición con las que de manera recurrente se producen en las sociedades predominantemente agrícolas, son más impersonales. Las fluctuaciones del sentimiento y las tristezas y alegrías conectadas con ellas, son de otro tenor. En estas sociedades avanzadas la gente puede no estar protegida contra el desempleo, pero sí lo está, en general, contra el hambre y la inanición. Los altibajos de estas fluctuaciones son como ondas comparativamente largas, lentas y de baja frecuencia, como cambios de un aire relativamente templado de bienestar y prosperidad a otro igualmente templado de desánimo y depresión, en contraste con las ondas cortas, rápidas y de alta frecuencia del júbilo y la melancolía, con transiciones relativamente bruscas de un extremo al otro, que pueden observarse en sociedades menos diferenciadas y predominantemente rurales, ligadas, por ejemplo, a ciclos de saciedad y hambruna.

Incluso cuando se presentan situaciones críticas importantes en la vida de las personas, las erupciones repentinas de sentimientos poderosos —si es que todavía se dan alguna vez— se reservan casi siempre para la intimidad del círculo privado. Los ritos y ceremonias sociales que se celebran en bodas, entierros, con motivo del nacimiento o llegada a la edad adulta de un hijo y en ocasiones similares, a duras penas propician ya —en contraste con los rituales de sociedades más sencillas— claras expresiones públicas de emoción. El miedo y la alegría, el odio y el amor grandes no deben traspasar en modo alguno a la apa-rienda exterior. Sólo los niños brincan en el aire y bailan de emoción; sólo a ellos no se les acusa inmediatamente de incontrolados o anormales si gritan o lloran desgarradoramente en público por alguna aflicción repentina, si se aterran con un miedo desenfrenado, o muerden y golpean con los puños al odiado enemigo cuando se enfurecen. Ver, en cambio, a hombres y mujeres adultos llorar agitadamente y abandonarse a su amarga tristeza en público, o temblar de miedo, o golpearse salvajemente unos a otros a causa de una violenta emoción, ha dejado de verse como algo normal. Es una situación que casi siempre pone en aprietos al observador y causa vergüenza o pesar a quienes se han dejado arrastrar por ella.

Para ser clasificados como normales, los adultos educados en sociedades como la nuestra se supone que deben saber cómo tensar las bridas de sus emociones fuertes. En general, han aprendido a no exponerlas demasiado ante los demás. Con frecuencia sucede que ya no pueden mostrarlas en absoluto. El control que ejercen sobre sí mismos se ha vuelto, en parte, automático. Entonces, ya no controlan —en parte— su control. Se ha fundido con su estructura de personalidad.

Deporte y ocio en el proceso de la civilización
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