II

Si queremos remontamos más en el tiempo y de esta etapa de propagación del movimiento deportivo fuera de Inglaterra pasar a la etapa anterior de desarrollo del deporte dentro de este país, habremos de pensar primero cuál es el mejor camino. ¿Cómo encontrar pruebas fehacientes sobre los procesos de crecimiento —sobre el desarrollo de los juegos y de otras actividades recreativas hasta convertirse en lo que ahora llamamos deporte? Muchos de estos desarrollos, pensaríamos, han tenido lugar sin dejar huella alguna. ¿Quedan suficientes testimonios para reconstruir los procesos en que los pasatiempos adquirieron las características de deportes y cada deporte, a su vez, sus propias características distintivas?

No son pruebas realmente lo que falta. Es sólo que, al buscarlas, no nos damos cuenta de su existencia debido a las ideas preconcebidas reinantes sobre cómo se escribe la historia en general y la historia de los deportes en particular. Así, al estudiar el desarrollo de un deporte, nos vemos guiados a menudo por el deseo de buscarle un linaje antiguo y respetable y, en ese caso, tendemos a seleccionar como importantes para nuestra historia todos los datos acerca de juegos de antaño que guarden alguna semejanza con la forma actual del deporte cuya historia estamos escribiendo. Si en un crónica del siglo XV, por ejemplo, hallamos que ya entonces los jóvenes de Londres iban determinados días al campo a jugar con un balón, tendemos a deducir que jugaban a lo que, con el nombre de «fútbol», se ha convertido ahora en uno de los principales juegos de Inglaterra y que se ha propagado por todo el mundo[145]. Ahora bien, considerar las actividades recreativas del pasado distante como similares poco más o menos a las de nuestro tiempo —el «fútbol» del siglo XII con el de fines del siglo XIX y el del siglo XX— nos impide colocar en el centro de nuestro estudio las preguntas de cómo y por qué jugar con una pelota grande de cuero llegó a adquirir las características particulares que hoy definen este tipo de juego, cómo y por qué se desarrollaron las normas y convenciones concretas que ahora determinan la conducta de los jugadores en el juego y sin las cuales este no sería «fútbol» en el sentido que para nosotros tiene esta palabra. O cómo y por qué se desarrollaron las particulares formas de organización que conformaron el marco más inmediato para el desarrollo de tales reglas y sin el cual estas no hubieran podido perdurar ni ser controladas.

En todos estos aspectos, la capacitación, el estudio y el punto de vista de los sociólogos dirigen la atención a problemas, y consiguientemente a testimonios, que no siempre son vistos como muy relevantes en la tradición principal seguida por quienes escriben la historia. La historia del sociólogo no es la historia del historiador. La atención a las reglas que gobiernan el comportamiento humano en una época determinada y a las organizaciones que permiten mantener estas reglas y vigilar su cumplimiento, se ha convertido en un tema bastante frecuente de la investigación sociológica.

Lo que por el momento continúa siendo poco habitual es el interés por las reglas o normas en desarrollo. Pocas veces se explora de manera sistemática el problema de cómo y por qué las normas se han convertido en lo que son en un momento determinado. Y, no obstante, sin la exploración de tales procesos toda una dimensión de la realidad social se queda fuera de nuestro alcance. El estudio sociológico de los juegos deportivos, aparte de su interés intrínseco, desempeña también la función de servir como esquema piloto. Aquí, en un campo que es relativamente limitado y accesible, encontramos problemas como los que a menudo se hallan en otras áreas más vastas, más complejas y menos accesibles. Los estudios realizados en el desarrollo de los deportes proporcionan experiencias en muchos sentidos y algunas veces conducen a modelos teóricos que pueden ser de utilidad en la exploración de esos otros campos. El problema de cómo y por qué se desarrollan las reglas es un ejemplo. El estudio inconmovible de las reglas como algo ya dado ha servido con frecuencia, antes y aún hoy, para mostramos un cuadro equívoco y en cierto modo irreal de la sociedad.

Si ponemos a prueba las actuales teorías sobre la sociedad, descubrimos una fuerte tendencia a considerar las normas y reglas —según la sucesión de Durkheim— casi como si tuvieran una existencia propia independientemente de las personas. Solemos hablar de ellas como si fuesen hechos consumados que por sí solos explican la integración de los individuos en sociedades y el tipo concreto de integración, el patrón o estructura de las sociedades. En resumen, a menudo da la impresión de que las normas o reglas, como las ideas de Platón, tienen una existencia propia, que existen, por así decirlo, por sí solas y que, por tanto, constituyen el punto de partida para reflexionar sobre el modo en que los seres humanos se agrupan formando sociedades.

Si nos adentramos en el estudio de cómo se desarrollan las normas, es más fácil percibir que el enfoque durkheimiano, que explica la cohesión, la interdependencia y la integración de las personas y los grupos humanos por las reglas o normas que siguen, tiene aún un fuerte halo nominalista a su alrededor. Este enfoque se presta a una concepción errónea sobre la naturaleza de la sociedad bastante difundida hoy en día. Según esta, la nítida distinción valorativa entre las formas de conducta y de agrupación de los seres humanos que concuerdan con las normas establecidas y las que son contrarias a ellas es integrada sin crítica alguna en el aparato conceptual de quienes tienen como objetivo estudiar y, en la medida de lo posible, explicar los problemas de la sociedad. Los estudios sociológicos tendentes a explicar la conexión de acontecimientos en la sociedad no lograrían su objetivo si clasificaran los acontecimientos de esta manera. Porque, en lo que respecta a la explicación, las actividades y agrupaciones que se atienen a las normas establecidas y las que se apartan de ellas —es decir, «integración» y «desintegración», «orden social» y «desorden social»— son interdependientes y constituyen exactamente la misma clase de acontecimientos[146].

Si estudiamos los procesos de desarrollo de las normas y las reglas, queda patentemente clara esta interdependencia de hecho entre «orden» y «desorden», «función» y «disfunción», pues en el curso de tales procesos se ve una y otra vez cómo los seres humanos establecen determinadas reglas para remediar formas concretas de mal funcionamiento y cómo estas a su vez propician otros cambios en las normas, en los códigos de reglas que gobiernan la conducta de las personas en grupos.

También puede verse más claramente lo ilusorio de toda concepción de la sociedad que haga parecer que las normas o reglas tienen un poder propio, como si tuvieran existencia fuera e independientemente de los grupos de personas y así pudieran servir para explicar el modo en que estas se agrupan formando sociedades. El estudio del desarrollo de los juegos deportivos[147] y, como un aspecto de este, del desarrollo de sus reglas, me permitió explorar en un campo comparativamente manejable la técnica de investigación sociológica para la que utilizo, como nombre apropiado, el término análisis y síntesis «figuracional» y mostrar cómo creo que debe utilizarse. Para decirlo con más precisión, este estudio muestra con claridad uno de los hechos básicos acerca de la estructura de las sociedades en general, es decir: que —dadas las condiciones permanentes no humanas— las formas concretas en que la gente se agrupa sólo pueden explicarse por otras formas concretas de agrupaciones de personas. Por el momento, aún suena bastante extraño decir que lo que uno estudia como «pautas sociales», «estructuras sociales» o «figuraciones» son pautas, estructuras o figuraciones formadas por seres humanos. Los usos lingüísticos y los hábitos de pensamiento nos inclinan a hablar y pensar de tales pautas, estructuras o figuraciones casi como si se trataran de algo con existencia aparte e independiente de las personas que las forman entre sí unas con otras.

Naturalmente, muchos términos sociológicos generalizados han alcanzado un alto grado de adecuación a las estructuras observables. Entre ellos se encuentra el término «estructura». Y sin embargo, tengo algunas reservas respecto a expresiones generalizadas como la que empleamos cuando decimos que una sociedad o grupo tiene una estructura, pues esta manera de hablar puede interpretarse fácilmente como si el grupo existiera independientemente de las personas que lo forman. Lo que llamamos «estructura» no es, de hecho, sino el esquema, o figuración, de los individuos interdependientes que forman el grupo o, en un sentido más amplio, la sociedad. Lo que denominamos «estructuras» cuando vemos a las personas como sociedades son «figuraciones» cuando las vemos como individuos.

Las figuraciones constituyen el núcleo central de la investigación cuando se estudian los deportes. Todo deporte —aparte de lo demás que pueda ser— es una actividad de grupo organizada y centrada en la competición entre al menos dos partes. Exige algún tipo de ejercicio o esfuerzo físico. El enfrentamiento se realiza siguiendo reglas conocidas, incluidas —en los casos en que se permite el uso de la fuerza física— las que definen los límites de violencia permitidos. Las reglas determinan la figuración de partida que forman los jugadores y el esquema cambiante de esta a medida que avanza la competición. Pero todos los de portes realizan funciones específicas para los participantes, los espectadores y hasta para sus países en general. Cuando un determinado deporte no logra cumplir adecuadamente estas funciones, las reglas pueden ser cambiadas.

Los deportes difieren entre sí por sus reglas y, consecuentemente, por el modelo o pauta de la competición; en otras palabras, por las distintas figuraciones de los individuos implicados tal como son determinadas por sus reglas respectivas y por las organizaciones que vigilan su cumplimiento. La pregunta, evidentemente, es qué distinguió al modo inglés de «jugar al juego» —el tipo de competiciones, de reglas y de organización a la que ahora denominamos «deportes»— de otros tipos de competiciones recreativas. ¿Cómo nacieron los juegos de competición?, ¿cómo se desarrolló en el tiempo el carácter distintivo de las reglas, las organizaciones, las relaciones y los grupos de jugadores en acción que son peculiares de los «deportes»? Es obvio que este fue uno de los procesos en que, a lo largo de muchas generaciones, se desarrollaron estructuras concretas de relaciones y actividades grupales gracias al concurso de las acciones y objetivos de numerosas personas, aun cuando ninguno de los participantes, ni como individuo ni como grupo, buscó o planeó el resultado a largo plazo de sus acciones. Así pues, no es sólo una manera de hablar lo que hace que se vea el nacimiento de los deportes como un problema de desarrollo y no simplemente como un problema histórico. En los libros de historia, la historia de los deportes es presentada a menudo como una serie de actividades y decisiones poco menos que accidentales de unas cuantas personas. Lo que parece culminar en la forma «final», «madura», del juego es lo que se coloca en el centro de la atención. Lo diferente u opuesto al esquema «definitivo» queda casi siempre en la sombra, por irrelevante. Como luego veremos, no puede presentarse adecuadamente el desarrollo de un deporte en su «madurez» si es visto principalmente como una fortuita mezcolanza de actividades y decisiones de unos cuantos individuos o grupos conocidos. Y tampoco es acertada la presentación de este proceso hecha como sugieren las teorías sociológicas actuales, como una serie de «cambios sociales». Los cambios que se pueden observar en el desarrollo de deportes tales como el criquet y el fútbol, la caza de zorros y la carreras de caballos, tienen tanto un esquema como una dirección propios. Este es el aspecto de la historia de los deportes a que nos referimos cuando hablamos de ella como de un «desarrollo». Ahora bien, al emplear este término es necesario desligarse de su uso filosófico o metafísico. El significado de las palabras «desarrollo social» sólo puede conocerse con la ayuda de estudios empíricos detallados y, en este contexto específico, sólo preguntando de qué forma se desarrollaron realmente la caza de zorros, el boxeo, el criquet, el fútbol y otros deportes. Yo he utilizado, provisionalmente y entre comillas, la expresión forma «madura» o «definitiva» del juego. Uno de los descubrimientos que hice en el curso de estas investigaciones fue el de que, a lo largo de su desarrollo, los juegos pueden llegar a una peculiar etapa de equilibrio. Y cuando han alcanzado esta etapa, cambia toda la estructura de su desarrollo futuro. Pues alcanzar la madurez, o como quiera que se llame, no significa que todo el desarrollo se detenga; significa simplemente que el juego entra en una nueva fase. Sin embargo, ni la existencia de esta etapa ni sus características ni, para el caso, la importancia que tiene para el concepto de desarrollo social pueden determinarse como no sea mediante el estudio empírico de los testimonios existentes. Por otro lado, está el conocimiento preliminar de que lo que se busca cuando uno estudia la historia de un deporte no es simplemente las actividades aisladas de individuos o grupos ni unos cambios acaecidos sin esquema rector, sino una secuencia estructurada de cambios en la organización, las reglas y la figuración real del juego mismo, que tras un cierto tiempo conduce a una etapa concreta de equilibrio de tensiones, etapa aquí llamada provisionalmente de «madurez» y cuya naturaleza está aún por determinar. Este conocimiento, utilizado con flexibilidad y teniendo siempre en mente la posibilidad de que no sea el acertado, puede guiar al investigador en la selección de los datos históricos y ayudarle a percibir las relaciones.

Deporte y ocio en el proceso de la civilización
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
agradecimientos.xhtml
prefacio.xhtml
prefacio1.xhtml
prefacio2.xhtml
prefacio3.xhtml
prefacio4.xhtml
prefacio5.xhtml
prefacio6.xhtml
introduccion.xhtml
introduccion1.xhtml
introduccion2.xhtml
introduccion3.xhtml
capitulo1.xhtml
capitulo1_1.xhtml
capitulo1_2.xhtml
capitulo1_3.xhtml
capitulo1_4.xhtml
capitulo1_5.xhtml
capitulo1_6.xhtml
capitulo1_7.xhtml
capitulo1_8.xhtml
capitulo1_9.xhtml
capitulo1_10.xhtml
capitulo1_11.xhtml
capitulo2.xhtml
capitulo2_1.xhtml
capitulo2_2.xhtml
capitulo2_3.xhtml
capitulo2_4.xhtml
capitulo2_5.xhtml
capitulo2_6.xhtml
capitulo2_7.xhtml
capitulo2_8.xhtml
capitulo3.xhtml
capitulo3_1.xhtml
capitulo3_2.xhtml
capitulo3_3.xhtml
capitulo3_4.xhtml
capitulo3_5.xhtml
capitulo3_6.xhtml
capitulo3_7.xhtml
capitulo3_8.xhtml
capitulo4.xhtml
capitulo4_1.xhtml
capitulo4_2.xhtml
capitulo4_3.xhtml
capitulo4_4.xhtml
capitulo5.xhtml
capitulo6.xhtml
capitulo7.xhtml
capitulo7_1.xhtml
capitulo7_2.xhtml
capitulo7_3.xhtml
capitulo7_4.xhtml
capitulo7_5.xhtml
capitulo7_6.xhtml
capitulo8.xhtml
capitulo8_1.xhtml
capitulo8_2.xhtml
capitulo8_3.xhtml
capitulo8_4.xhtml
capitulo8_5.xhtml
capitulo8_6.xhtml
capitulo8_7.xhtml
capitulo9.xhtml
capitulo9_1.xhtml
capitulo9_2.xhtml
capitulo9_3.xhtml
capitulo9_4.xhtml
capitulo9_5.xhtml
capitulo9_6.xhtml
capitulo9_7.xhtml
capitulo9_8.xhtml
capitulo9_9.xhtml
capitulo9_10.xhtml
capitulo9_11.xhtml
capitulo10.xhtml
capitulo10_1.xhtml
capitulo10_2.xhtml
capitulo10_3.xhtml
capitulo10_4.xhtml
capitulo10_5.xhtml
capitulo10_6.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml