VIII

Y tampoco, por lo que se ve, el nivel normal de pasión y violencia de los héroes y dioses homéricos o, para decirlo de otra manera, su nivel normal interno de desarrollo del autocontrol, su nivel de «conciencia», estaba muy por debajo del alcanzado en Atenas durante el periodo clásico. Los restos arqueológicos que han sobrevivido, los templos y esculturas de los dioses y héroes griegos han contribuido a crear la imagen de los griegos antiguos como la de un pueblo singularmente bien templado, equilibrado y armónico. El propio adjetivo «clásico», empleado en frases como «la Antigüedad clásica», evoca el cuadro de la sociedad griega como un modelo de belleza nivelada y de equilibrio que las generaciones posteriores nunca podrán emular. Esto es una equivocación.

No es posible asentar aquí con la precisión que merece, el lugar de la Grecia clásica en el desarrollo de la «conciencia», de los controles interiorizados en lo referente a la violencia ni a otras esferas de la vida. Bastará con decir que incluso la Grecia clásica representa todavía el «alba de la conciencia», una etapa donde la transformación de una conciencia autorreguladora representada por imágenes comunales de personajes sobrehumanos externos, dioses-demonios exigentes o amenazadores que decían a los seres humanos de manera más o menos arbitraria qué hacer y qué no hacer, en una voz interior relativamente impersonal e individualizada que habla conforme con los principios sociales generales de justicia e injusticia, el bien y el mal, era aún la excepción más que la norma. El daimonion de Sócrates fue quizá lo más aproximado a nuestra formación de conciencia en la sociedad griega clásica, pero esta «voz interior» altamente individualizada tenía aún mucho de genio tutelar. Además, el grado de interiorización e individualización de las normas y controles sociales que hallamos en la representación de Sócrates por Platón fue sin duda alguna un fenómeno excepcional en su tiempo. Resulta muy significativo que no hubiera en griego clásico un equivalente diferenciado y especializado para la palabra «conciencia». Hay varios términos, como synesis, euthymion, eusebia y otros, que ocasionalmente son traducidos como «conciencia» pero, al examinarlos con atención, nos damos cuenta de que todos, por separado, son menos específicos y cubren un área de significado mucho más amplia, como «tener escrúpulos», «piedad» y «reverencia a dios». Sin embargo, un solo concepto tan altamente especializado como el moderno concepto de «conciencia», que denote un agente interior autoritario, ineludible y a menudo tiránico que, como parte del individuo, guía su conducta, que exige obediencia y castiga la desobediencia con remordimientos o «mordiscos» que son los sentimientos de culpabilidad, y que, a diferencia del miedo a los dioses o a la venganza, actúa por sí solo, sin llegar aparentemente de ningún lado ni obtener su poder y autoridad de ningún agente exterior, humano o sobrehumano: este concepto de conciencia no formaba parte del bagaje intelectual de la Grecia antigua. El hecho de que aún no se hubiera desarrollado en la sociedad griega puede considerarse un indicador confiable de que la formación de la conciencia en aquella sociedad no había alcanzado una etapa de interiorización, individualización y relativa autonomía comparable en modo alguno a la nuestra.

Si queremos entender el nivel más alto de violencia incorporado en los juegos griegos y el más bajo rechazo a ella en la sociedad griega en general, esta es una de las pistas que necesitamos conocer, pues es sintomática del hecho de que, en el marco social de una ciudad-Estado griega, los individuos eran mucho más dependientes unos de otros, dependían más que nosotros de agentes y castigos externos que refrenaran sus pasiones, y de que para controlar sus impulsos violentos podían confiar en sí mismos, en las barreras interiorizadas, menos que las personas de las sociedades industrializadas contemporáneas. Hay que añadir que ellos, o al menos sus élites, ya eran mucho más capaces de contenerse individualmente de lo que lo habían sido sus antepasados en la era preclásica. Testigo de este cambio son las nuevas imágenes de los dioses griegos, la crítica de su arbitrariedad y su crueldad. Si conservamos en mente la etapa concreta en el proceso civilizador que la sociedad griega representaba en el tiempo de las ciudades-Estado autónomas, es más fácil comprender que —comparado con el nuestro— el apasionamiento enorme de los griegos antiguos en la acción era perfectamente compatible con el equilibrio corporal entre fuerza y peso, con la gracia aristocrática y el orgullo en el movimiento reflejados en la escultura griega.

Finalmente, consideramos de utilidad señalar brevemente otro eslabón en la cadena de interdependencias que conecta el nivel de violencia en los juegos de competición y en la guerra de la antigua Grecia con otras características estructurales de la sociedad griega. Es enormemente significativo para la etapa en que se encontraba la organización del Estado en aquel periodo el hecho de que la protección de la vida de un ciudadano contra los ataques de otro no fuese vista como es hoy, como un asunto de interés exclusivo para el Estado. Ni siquiera en Atenas se enfocaba así esta cuestión. Si alguien era asesinado o quedaba inválido por el ataque de otro ciudadano, aun en la época clásica correspondía a sus parientes tomarse venganza y liquidar el asunto. En contraste con nuestro tiempo, el grupo familiar aún representaba un papel mucho más importante que ahora en la protección de un individuo contra la violencia. Esto significaba al mismo tiempo que todo varón físicamente apto tenía que estar preparado para defender a sus parientes o, llegado el caso, para atacar él mismo con el fin de ayudar o vengar a algún miembro de su familia. Incluso dentro de una misma ciudad-Estado era comparativamente alto el nivel general de violencia e inseguridad física. También esto contribuye a explicar por qué el nivel de rechazo a la idea de infligir dolor o causar daño a otros, y al hecho mismo de presenciar actos violentos, era más bajo y por qué los sentimientos de culpa ante la comisión de actos de violencia tenían raíces menos profundas en el individuo. Tal como estaba organizada aquella sociedad, hubieran representado obstáculos muy difíciles de salvar.

Unos proverbios del gran filósofo griego Demócrito pueden servir para entender mejor estas diferencias pues revelan la experiencia social común del pueblo griego en esa situación. Muestran y explican por qué «el bien y el mal» no pueden significar de ninguna manera lo mismo en una sociedad en la que cada individuo tiene que bastarse por sí solo para defender su propia vida y la de su familia. Es correcto, decía Demócrito, según las reglas de la costumbre, matar a todo ser vivo que haya causado algún daño; no matarlo es malo. El filósofo expresaba estas opiniones totalmente en términos sociales y humanos. No se invoca a los dioses, ni a la justicia ni a la santidad, como se verá después en el diálogo de Sócrates con Protágoras —si es que podemos confiar en Platón—. Al igual que tampoco hay, como se puede ver, ninguna solicitud de protección ante los tribunales, las instituciones del Estado, los gobiernos. En lo que respecta puramente a la supervivencia física, las personas dependían entonces mucho más de sí mismas que nosotros hoy. He aquí lo que decía Demócrito:

68(B257)

Como sucede con los animales en determinados casos la regla sobre matar y no matar es la siguiente:

si un animal hace daño

o desea hacer daño

y un hombre lo mata

será considerado exento de castigo.

Obrar así contribuye al bienestar

y no al contrario.

3(B258)

Si una cosa hace daño contrario al bien necesario es matarla.

Esto cubre todos los casos.

Si así hace un hombre

aumentará la parte de bien que le corresponde

y la seguridad

en todo orden [social].

5(B256)

Correcto es hacer lo que sea necesario e incorrecto dejar de hacer lo que es necesario y negarse a hacerlo.

6(B261)

Si a los hombres se les hace una injusticia

hay necesidad de vengarlos en tanto sea factible hacerlo.

No debe pasarse esto por alto.

Hacerlo es justo y también bueno

y lo contrario es injusto y además malo[140].

Deporte y ocio en el proceso de la civilización
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
agradecimientos.xhtml
prefacio.xhtml
prefacio1.xhtml
prefacio2.xhtml
prefacio3.xhtml
prefacio4.xhtml
prefacio5.xhtml
prefacio6.xhtml
introduccion.xhtml
introduccion1.xhtml
introduccion2.xhtml
introduccion3.xhtml
capitulo1.xhtml
capitulo1_1.xhtml
capitulo1_2.xhtml
capitulo1_3.xhtml
capitulo1_4.xhtml
capitulo1_5.xhtml
capitulo1_6.xhtml
capitulo1_7.xhtml
capitulo1_8.xhtml
capitulo1_9.xhtml
capitulo1_10.xhtml
capitulo1_11.xhtml
capitulo2.xhtml
capitulo2_1.xhtml
capitulo2_2.xhtml
capitulo2_3.xhtml
capitulo2_4.xhtml
capitulo2_5.xhtml
capitulo2_6.xhtml
capitulo2_7.xhtml
capitulo2_8.xhtml
capitulo3.xhtml
capitulo3_1.xhtml
capitulo3_2.xhtml
capitulo3_3.xhtml
capitulo3_4.xhtml
capitulo3_5.xhtml
capitulo3_6.xhtml
capitulo3_7.xhtml
capitulo3_8.xhtml
capitulo4.xhtml
capitulo4_1.xhtml
capitulo4_2.xhtml
capitulo4_3.xhtml
capitulo4_4.xhtml
capitulo5.xhtml
capitulo6.xhtml
capitulo7.xhtml
capitulo7_1.xhtml
capitulo7_2.xhtml
capitulo7_3.xhtml
capitulo7_4.xhtml
capitulo7_5.xhtml
capitulo7_6.xhtml
capitulo8.xhtml
capitulo8_1.xhtml
capitulo8_2.xhtml
capitulo8_3.xhtml
capitulo8_4.xhtml
capitulo8_5.xhtml
capitulo8_6.xhtml
capitulo8_7.xhtml
capitulo9.xhtml
capitulo9_1.xhtml
capitulo9_2.xhtml
capitulo9_3.xhtml
capitulo9_4.xhtml
capitulo9_5.xhtml
capitulo9_6.xhtml
capitulo9_7.xhtml
capitulo9_8.xhtml
capitulo9_9.xhtml
capitulo9_10.xhtml
capitulo9_11.xhtml
capitulo10.xhtml
capitulo10_1.xhtml
capitulo10_2.xhtml
capitulo10_3.xhtml
capitulo10_4.xhtml
capitulo10_5.xhtml
capitulo10_6.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml