CONCLUSIÓN
En el presente ensayo, he indicado la posibilidad de rastrear los orígenes de algunos «deportes de combate» modernos en una serie de juegos tradicionales populares cuya violencia trasluce su arraigo en una sociedad que era más violenta y por consiguiente más patriarcal que la nuestra. Remonté luego la incipiente modernización de estos deportes hasta las escuelas privadas, dando a entender que los cambios «civilizadores» ocurridos a este respecto eran sintomáticos de un conjunto más amplio de mutaciones que, entre otros efectos, aumentaron el poder de las mujeres en relación con el de los hombres. Algunos de estos respondieron a la nueva situación de cambio en la balanza de poder haciendo de los clubes de rugby —que no eran naturalmente los únicos enclaves creados para tal propósito— cotos exclusivamente masculinos en los que los varones podían simbólicamente escarnecer, cosificar y vilipendiar a las mujeres, las cuales, ahora más que nunca, representaban una amenaza para su posición y su autoimagen. La progresiva emancipación de las mujeres ha erosionado de manera importante este aspecto de la «subcultura» del rugby. Por último, he examinado la contradicción que para mi tesis supone aparentemente el fenómeno de la violencia desaforada por parte de los aficionados al fútbol, y he apuntado que una de sus características principales es el «estilo masculino violento» producido y reproducido estructuralmente en determinados sectores de la clase obrera baja. En sí misma, no constituye una contradicción a mi tesis pero sí revela tanto la irregularidad con que han ocurrido el proceso «civilizador» y el de formación del Estado como el hecho de que en la Gran Bretaña actual aún existen sectores de la estructura social que continúan generando una agresividad machista más o menos extrema.
Una diferencia capital entre el machismo expresado, por una parte, en la violencia del fútbol y, de forma más general, en el estilo violento de los hombres «rudos» de la clase obrera y, por la otra, el que se muestra en el rugby, consiste en el hecho de que los jugadores de este deporte tienden a canalizar su violencia y su rudeza física en el propio juego, socialmente aprobado, en tanto que para los obreros la violencia tiende a ser una parte más de sus vidas. Merece asimismo señalarse que, mientras los jugadores de rugby —cuando la subcultura de su coto masculino se hallaba en su punto más álgido— tendían a burlarse de las mujeres, a cosificarlas y escarnecerlas simbólicamente por medio de rituales y canciones, las mujeres no figuran en los cantos de los hinchas futboleros en absoluto. Tal vez esto sea una prueba de que en los sectores más bajos de la clase obrera ellas gozan de menos poder y, por tanto, representan una amenaza también menor para los hombres de esas comunidades.
Es probable que la deducción más importante derivada del presente análisis sea el hecho de que, en lo que respecta a la producción y reproducción de la identidad masculina, el deporte sólo tiene una importancia secundaria. Mucho más significativas en este aspecto son, al parecer, las Características estructurales de la sociedad en general que afectan al reparto proporcional de poder entre los sexos y al grado de separación entre ellos existente en la necesaria interdependencia de hombres y mujeres. Todo lo que puede decirse del deporte a este respecto es que desempeña un papel secundario, de refuerzo. Pese a lo cual, contribuye sin embargo decisivamente al sostenimiento de formas más moderadas y controladas de agresividad machista, en una sociedad donde son escasas las ocupaciones laborales que, como en el ejército y la policía, ofrecen con frecuencia oportunidades para pelear, y donde el desarrollo tecnológico se ha orientado por completo durante largo tiempo a reducir la necesidad de la fuerza física. Naturalmente que, en tanto la socialización de las mujeres las haga sentirse atraídas por los hombres machistas, los deportes, los deportes de combate sobre todo, contribuirán de forma relativamente importante a la perpetuación tanto del machismo como de la dependencia de las mujeres derivada de él. Probablemente sea ocioso especular acerca de si los deportes de combate continuarían existiendo en una sociedad más «civilizada» que la nuestra. Una cosa sin embargo es relativamente segura: que aun cuando el avance hacia la igualdad tienda a fomentar los conflictos a corto y medio plazo, dicha sociedad terminaría por fuerza siendo más igualitaria, con un grado de igualdad entre los sexos, las clases y las «razas» muy superior al logrado hasta el momento.