EXPLICACIONES ACADÉMICAS SOBRE LA VIOLENCIA EN EL FÚTBOL

En su temprana investigación sobre el tema, Ian Taylor atribuyó la violencia en el fútbol a los efectos que sobre los hinchas más fanáticos tuvo lo que él denominó el «aburguesamiento» y la «internacionalización» del juego[237]. A su juicio, los hinchas pertenecientes a la clase obrera creen que los clubes de liga eran antes, en cierto sentido, «democracias participativas» y, siempre según este autor, los hooligans de ahora constituyen una especie de «movimiento de resistencia» obrero que trata de restablecer el control ante los cambios impuestos por grupos de la clase media con el fin de salvaguardar los intereses de su clase.

El análisis de John Clarke es similar en algunos aspectos al primer trabajo de Taylor[238]. Atribuye el fenómeno del hooliganism a la conjunción durante los años sesenta entre lo que llama la «profesionalización» y «espectacularización» del juego y los cambios habidos en la situación social de los jóvenes pertenecientes a la clase obrera; más concretamente, los cambios que, según sus propias palabras, «se combinaron y quebraron algunos de los lazos de familia y vecindad que ligaban a los jóvenes con los ancianos en una relación especial característica de la vida de la clase trabajadora antes de la guerra[239]». En otras palabras, el fenómeno de la afición violenta y desmedida al fútbol es, según Clarke, una reacción de los jóvenes enajenados pertenecientes a comunidades obreras desintegradas contra la comercialización del fútbol y la concepción en aumento del juego como espectáculo y como entretenimiento. A consecuencia de la desintegración de sus comunidades, plantea el autor, estos jóvenes asisten ahora a los partidos sin el control que sus parientes y vecinos de más edad ejercían antes sobre ellos.

Para terminar, Stuart Hall ha examinado el papel de la prensa al crear un «pánico moral» en tomo a la violencia de los aficionados al fútbol, y ha sugerido que dicho temor ha aumentado como «motivo de preocupación» correlativamente con el deterioro de la economía británica[240]. Esto ha llevado, según Hall, a tomar severas medidas contra el fenómeno de la violencia en el fútbol dentro de lo que él y sus entonces compañeros de la Universidad de Birmingham describen como la actual estrategia de la clase gobernante para «mantener controlada la crisis» con patrullas de policías[241].

Al leer los trabajos de Taylor, Clarke y Hall, nos percatamos naturalmente de que en ellos se ocupan del fenómeno general de la violencia en el fútbol por parte de los aficionados pero no se centran en las «proezas» de los «grupos de choque». Esta es una de las razones por las que no deseamos negar totalmente la validez de sus explicaciones. Sin embargo, sus análisis nos parecen —de manera muy explícita en el caso de Hall— más adecuados como explicaciones del modo en que se ha generado y orquestado la angustia de la opinión pública por este fenómeno del fútbol, que como explicaciones del fenómeno en sí mismo. Esto que decimos se debe en parte a que los tres investigadores parecen creer equivocadamente que la violencia en el fútbol como fenómeno social data exclusivamente de principios del decenio de 1960, y que desde el punto de vista de la teoría marxista, que los tres suscriben, constituye uno de los aspectos más desconcertantes de la violencia de los aficionados al fútbol como fenómeno social: el hecho de que en ella tiene cabida un conflicto bien definido entre grupos pertenecientes a la clase obrera y el hecho de que los participantes más natos se enfrentan con las autoridades y con los miembros de las clases más establecidas en gran medida como parte del intento de pelear entre ellos mismos. Naturalmente, Hall, Taylor y Clarke podrían explicar este aspecto del fenómeno diciendo que tiene su origen en el «desplazamiento de la agresión», pero, que sepamos, con la única excepción de Taylor en su último trabajo, ninguno de ellos lo ha intentado [242]. Es por tanto razonable concluir acerca de sus explicaciones que, en el mejor de los casos, son incompletas y, en el peor, que sólo logran arañar la superficie del problema.

Podría argüirse que una excepción en este aspecto es la que nos ofrecen Marsh, Rosser y Harré. En su libro The Rules of Disorder abordan explícitamente las luchas violentas de los aficionados en el contexto de los partidos de fútbol planteando que la violencia que contienen es exagerada por los medios de comunicación y que, en realidad, no se trata más que de un «ritual agresivo» en el que la gente rara vez sale seriamente dañada[243]. La falta de espacio nos impide presentar aquí una crítica de todos los puntos de su teoría[244]. Baste decir que el trabajo de estos autores está considerablemente influido por la etnología, sobre todo por la obra de Desmond Morris, y que se basa en la idea implícita en esta ciencia según la cual el ritual y la violencia son mutuamente excluyentes como categorías del comportamiento. Por consiguiente, parecen incapaces de ver que los ritos pueden ser violentos hasta un grado serio. Al exponer esta crítica no negamos, naturalmente, la existencia de un componente ritual en el comportamiento de los aficionados al fútbol, el cual se manifiesta, por ejemplo, en la actitud agresiva adoptada por los hinchas rivales y en la secuencia de canciones y contracanciones que tiene lugar en las gradas, pues en estos casos concretos la violencia es, como dicen Marsh et al, «metonímica» y «simbólica». Lo que tratamos de decir, por el contrario, es que Marsh y sus colaboradores no valoran debidamente la tremenda carga de violencia implícita en algunas luchas entre hinchas rivales. Tampoco prestan, además, la debida atención a los combates que tienen lugar fuera y lejos de los estadios, ni a los bombardeos que ocurren en los partidos de fútbol y que regularmente incluyen, como dijimos antes, el lanzamiento de objetos peligrosos. Cuesta trabajo creer que tales objetos sean arrojados simplemente como parte de una exhibición de fuerza de ataque, sin intenciones de causar daño y sin tener conciencia de que pueden causar un daño serio.

Como sugiere el título de su libro, Marsh y sus colaboradores consideran parte primordial de su objetivo demostrar que la violencia en el fútbol, popularmente percibida y retratada por los medios de comunicación como una actividad «impensada» y «anárquica», está gobernada, de hecho, por una serie de reglas. Desde el punto de vista sociológico, poco hay de sorprendente en ello. Más al caso para nuestro objetivo presente, sin embargo, es el hecho de que su explicación de estas reglas queda en el nivel de superficie, es decir, estos autores no ahondaron en sus raíces sociales, en el modo en que tales reglas son generadas socialmente. Acordes con esto, Marsh et al. no hicieron ningún intento sistemático de examinar los orígenes y circunstancias sociales de los hinchas fanáticos del fútbol que eran el tema de su estudio, contribuyendo así a crear la impresión de que, según ellos, tales reglas son creaciones voluntarias de individuos que flotan libremente sin ataduras sociales. De esto pasaremos a ocuparnos enseguida, pues intentaremos explicar cómo se generan socialmente las normas y los valores expresados en la violencia de los espectadores en los partidos de fútbol. Nos acercaremos a la obra de Gerald Suttles[245] en un esfuerzo por delinear una figuración social concreta, de la clase obrera baja, dentro de la cual se generan sin cesar «bandas» de adolescentes y adultos jóvenes entre las cuales son frecuentes las peleas y en las que se han desarrollado normas de masculinidad que resaltan la rudeza y la capacidad para pelear como atributos masculinos fundamentales. Luego, esbozaremos una explicación de por qué el fútbol se ha convertido en escenario favorito para la expresión de este «agresivo estilo masculino» característico de los estratos más bajos de la clase obrera.

Deporte y ocio en el proceso de la civilización
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