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La primera vez que tropezamos con este problema fue cuando estudiábamos el fútbol. En una etapa posterior habremos de considerar las diferencias entre las diversas clases de acontecimientos miméticos a las que atribuimos un lugar más alto o más bajo en el orden jerárquico que les hemos adjudicado. Pero para llegar a una fase de investigación en la que eso sea posible, es necesario en primer lugar determinar con mayor precisión las características que todos los acontecimientos miméticos tienen en común. Quizá pueda verse mejor el problema si a los ejemplos ya presentados añadimos otro más, este relativo al campo del deporte. La gente puede hablar en términos diferentes de la emoción agradable que buscan en todos estos pasatiempos. Los jóvenes, después de asistir a un concierto de los Beatles, quizá digan que «estuvo de puta madre». Las personas de más edad y más formales a las que les ha gustado una obra teatral tal vez digan que «se sintieron muy conmovidas». Los hinchas de un equipo de fútbol pueden decir que el partido «fue una gozada». Sin embargo, pese a las diferencias que quedan por explorar, siempre están presentes un fuerte elemento de placentera emoción y, como ingrediente necesario del placer, una cierta dosis de angustia y miedo, ya se trate de la tensión-emoción derivada de la ida a las carreras, sobre todo cuando se siente un hormigueo en el estómago, o de la excitación mucho más calma pero también más profunda que puede obtenerse oyendo la Novena Sinfonía de Beethoven en el momento en que el coro, a los acordes de An die Freude de Schiller, culmina en un tremendo clímax.

Hay grandes variaciones en el modo en que puede expresarse la tensión placentera, la agradable estimulación de las emociones proporcionada por las actividades recreativas, y, mientras no estudiemos con mayor detalle las relaciones entre la estructura de las actividades recreativas y la de la resonancia emocional que estas encuentran en los actores y espectadores, será prematuro adelantar explicaciones, incluso tentativas, de los distintos tipos de goce que proporcionan.

A lo largo de nuestro estudio descubrimos que, pese a todas sus limitaciones, el fútbol se presta bastante bien, quizá mejor que muchos otros deportes, para clarificar por lo menos algunos de los problemas básicos con que topamos en el campo mimético. Aquí es posible estudiar muy de cerca la difícil correspondencia que existe entre la dinámica del acontecimiento mimético en sí y la dinámica psicológica de los espectadores.

Consideremos el siguiente resumen tomado de uno de nuestros estudios de caso:

Contra lo que se esperaba, el equipo local marcó el primer gol. La compacta multitud, constituida mayoritariamente por los seguidores de este equipo, estaba llena de júbilo. Agitaban las banderas, hacían sonar sus matracas con excitación y cantaban fuerte y triunfalmente en apoyo de sus favoritos. El grupo mucho menor de seguidores que habían viajado con el equipo invitado, ruidosos y emocionados también al principio, cayeron como entontecidos en un silencio absoluto.

El equipo invitado, considerado el mejor en todo el país, no contraatacó inmediatamente. Sus jugadores se concentraron en poner coto al ataque del equipo local, desplazando hacia atrás a su delantero centro y, a veces, incluso a sus extremos, en papeles defensivos. Sus seguidores, unos cuantos primero, luego cada vez más, comenzaron a corear al unísono, «¡atacad!… ¡atacad!, ¡atacad!». Pero evidentemente los jugadores tenían su plan y estaban esperando el momento oportuno. El contra-coro de los seguidores del equipo local aceptó el reto y cantaba «somos los campeones», burlándose de sus rivales y acicateando a los suyos.

Durante un rato, el juego se desarrolló con indecisión por las dos partes. El tono era bajo. Conforme con esto, la tensión entre los espectadores disminuía también. La gente se encogía de hombros. Empezaban a impacientarse. Hablaban del partido de la semana anterior. De pronto, volvió la atención. El centro derecha del equipo invitado chutó el balón hasta el ala, y este fue recogido con la velocidad del rayo por otro jugador de cuya presencia nadie se había percatado. Centró sin perder un momento antes de que el equipo local pudiese alcanzarlo. El delantero centro tenía un gol fácil ante sí. Sin dejarle al guardameta ninguna oportunidad, remató con fuerza y precisión dentro de la red. Pocos lo habían esperado. Gritos de gusto y de sorpresa salieron de los seguidores del equipo invitado, entremezclados con los gritos de rabia del otro lado. Hubo una breve batalla de palabras en los graderíos, amenizada con pitidos y ondear de banderas. Tres niños, emocionados, corrieron para felicitar a sus héroes y fueron sacados por la policía. Podía oírse a algunos de los seguidores mascullar maldiciones entre dientes. Otros, echándose las manos a la cabeza por la desesperación, maldecían en voz alta. ¡Empate a uno y sólo a veinte minutos del final!

Mirando las caras de los jugadores locales en el momento en que retomaban sus posiciones podía verse que estaban enojados y decididos a ganar. El juego se volvió rápido y feroz. El delantero centro del equipo invitado, atacando violentamente otra vez, fue derribado de una patada en la espinilla en el área de penalti justamente cuando parecía que iba a anotar otro tanto. Sonó el silbato del árbitro. Allí estaba el centro derecha, con la suerte del juego a sus pies. Se hizo el silencio sobre la multitud. Falló: el balón chocó contra un poste y fue desviado rápidamente por el equipo local. Hubo suspiros de alivio y gritos de burla entre sus seguidores. Luego siguió una larga pelotera ante la portería del equipo local: sus jugadores la rompieron y se llevaron el balón lejos en una inteligente combinación de pases y regateos. Ahora ellos tenían la iniciativa. Las cabezas y los cuerpos de los espectadores se movían adelante y atrás junto con la pelota. Rugían todos, y sus gritos se volvían cada vez más fuertes a medida que aumentaba la tensión del juego. El balón cambió de dueño, pasando con rapidez de un extremo al otro del campo. La tensión aumentó y llegó a hacerse casi insoportable. La gente perdió la noción de dónde estaba. La empujaban y empujaba atrás y adelante, arriba y abajo en las gradas. Hubo un forcejeo en el costado izquierdo de la portería del equipo visitante, un rápido envío al centro, un cabezazo. De pronto, el balón estaba dentro de la red y la alegría, la dicha de los seguidores de la localidad, subió en un rugido ensordecedor que podía oírse en media ciudad, una señal para todos: «¡Hemos ganado!».

Quizá no sea fácil hallar un consenso claro respecto a las características de las obras teatrales o de las sinfonías que proporcionan al público un grado alto o bajo de satisfacción, aunque puede que las dificultades no sean insuperables ni siquiera en el caso de los conciertos, pese a la mayor complejidad de los problemas. En lo que se refiere a los juegos deportivos como el fútbol, la tarea es sencilla. Si se sigue el juego regularmente se puede aprender a ver, al menos en líneas generales, qué clase de figuración del juego es la que proporciona el máximo de gusto: la de una prolongada batalla sobre el campo de fútbol entre equipos bien compaginados en habilidad y en fuerza. Se trata de un juego que una gran multitud de espectadores sigue con creciente emoción, la cual es producida no sólo por la batalla misma sino también por la habilidad que despliegan los jugadores. Es un juego que se inclina sucesivamente hacia un bando u otro, en el cual los equipos están tan igualados entre sí que primero uno, luego el otro, marcan un gol cada uno y entonces la determinación en ambos de apuntarse el gol decisivo crece a medida que el tiempo se va agotando. La tensión del juego se comunica de manera visible a los espectadores. La de estos, su excitación creciente, se comunica a su vez a los jugadores, y así sucesivamente hasta que alcanza un punto difícil de soportar y de ser contenida sin que se desborde. Si, de esta manera, la emoción casi llega al clímax y si luego el equipo favorito marca el gol decisivo, con lo cual la tensión se resuelve en la felicidad del triunfo y del regocijo, ese ha sido un gran juego que uno recordará y del que hablará durante mucho tiempo —un partido placentero.

Son numerosos los matices y grados de placer y de realización que los cognoscenti pueden buscar en tal actividad recreativa. No todos, naturalmente, proporcionan realización plena. Un juego muy emocionante puede echarse a perder por culpa del equipo de uno. En ese caso por regla general, la gente todavía llevará consigo a casa el gustillo de la emoción agradable, pero este placer no será en absoluto tan limpio y sin mezcla como en el primer caso. O puede ocurrir que un partido excelente termine en un empate. Aquí es cuando ya se comienza a entrar en una zona de controversia. El consenso —muy elevado en los casos referidos— tiende a disminuir hasta que uno llega al otro extremo de la balanza, donde de nuevo se encuentra un alto grado de consenso. En el fútbol, como en todos los demás acontecimientos miméticos, hay fracasos indudables. Para investigar las satisfacciones relacionadas con el ocio, no es menos relevante estudiar los hechos miméticos que proporcionan la máxima realización. Los juegos insatisfactorios son, por ejemplo, aquellos en los que un equipo es tan superior al otro que no se produce tensión; de antemano se sabe más o menos quién va a ganar. Casi no hay sorpresa en el ambiente y sin sorpresa no hay emoción. La gente no obtiene mucho placer de un juego así. Podríamos citar otros ejemplos, pero ya se han presentado los esenciales.

No sería difícil, entonces, representar en una escala gráfica los acontecimientos miméticos de una clase en particular. En uno de su extremos podrían ubicarse los que proporcionan el óptimo placer; en el otro, los que, con un elevado índice de consenso, se consideran un fiasco. La mayoría quedaría evidentemente entre los dos extremos, pero si analizamos estos, podremos obtener una buena cantidad de información. Ese análisis podría servir, y nos ha servido de hecho en cierta medida, como estudio piloto para la preparación de estudios de mayor alcance. Investigar la estructura de los acontecimientos que proporcionan el máximo y el mínimo de satisfacción contribuyó por sí solo a entender mucho más la correspondencia entre la dinámica social de un determinado tipo de acontecimiento recreativo como el fútbol y la dinámica personal que conduce a un disfrute mayor o menor de los participantes considerados individualmente. Aunque, por regla general, clasificamos los últimos como psicológicos y los primeros como sociológicos, ambos son de hecho totalmente inseparables dado que el placer mayor o menor de quienes participan en un acontecimiento recreativo, sea como actores o como espectadores, es la raison d’être de tales acontecimientos. La investigación nos facilita el criterio conforme al cual se regula la estructura concreta de los acontecimientos recreativos, para distinguir los que logran su objetivo de los que terminan en fracaso. Una vez más, resulta fácil imaginar el desarrollo de los acontecimientos recreativos que, por su parte, ofrecen y educan a su público para una mayor percepción y enriquecimiento Así pues, las divisiones académicas no tienen por qué impedir el reconocimiento de la estrecha relación que existe entre lo que, de otra manera, se consideraría separado bajo la forma de problemas fisiológicos, psicológicos y sociológicos.

No sería demasiado difícil diseñar para el fútbol y otros deportes unos modelos de investigación que permitieran abordar el mismo problema desde el nivel individual y social al tiempo, siempre que uno esté dispuesto a utilizar un marco teórico unificado. En esa dirección apunta lo expuesto hasta aquí. Por ejemplo, evaluando los cambios producidos en el ritmo del pulso, los latidos cardiacos y la respiración de los espectadores, sería posible, al menos en el nivel fisiológico, determinar los aspectos más elementales del ascenso y descenso que experimentan las ondas de emoción en ellos. Igualmente posible, sobre todo si pudieran tomarse películas, sería determinar las ondas ascendentes y descendentes experimentadas entre tensión y equilibrio durante un juego. Podríamos tratar de descubrir si los aspectos fisiológicos del placer y de la emoción en los espectadores difieren, y de qué manera, dependiendo de que estos se hallen en un juego clasificado en el extremo óptimo de la escala o en el extremo contrario. Tampoco sería difícil diseñar investigaciones de estudio con el fin de comprender mejor estas correspondencias entre la dinámica social de los juegos y la dinámica individual y de grupo de los espectadores.

Estos ejemplos señalan uno de los modos en que las investigaciones empíricas dentro del campo relativamente controlable del deporte podrían servir como modelos para investigar otras actividades recreativas miméticas, desde una carrera de galgos hasta la tragedia, desde un juego de niños hasta la poesía. En general, aún nos encontramos en una etapa en que las ideas sobre lo que la gente debe hacer con su tiempo de ocio suelen anteponerse a los estudios sobre lo que de hecho hace. De aquí que aquellas no siempre estén fundamentadas en un conocimiento sólido de la naturaleza y estructura de las actividades recreativas existentes tal como en realidad son.

Deporte y ocio en el proceso de la civilización
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