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Por primera vez, Daniel y Corinne estaban juntos en una cama doble en la suite de invitados del antiguo edificio principal.

-¿Estás segura de que mañana podremos irnos de aquí? ¿Los dos? -dijo Daniel.

Corinne tenía la cabeza apoyada en su hombro. En la oscuridad, al otro lado de las altas ventanas con cortinas de terciopelo, caían copos de nieve grandes como plumas.

-Nadie nos retendrá aquí -dijo ella-. No tienen ningún derecho a hacerlo. El doctor Pierce tiene todos tus datos personales de Suecia y te irás de aquí lo antes posible. ¿No te lo dijo ayer cuando hablasteis?

-Dijo que iba a abrir una investigación sobre la actividad de Fischer y que tenían que hablar conmigo más tarde. Pero en tal caso son ellos los que tienen que hablar conmigo -dijo Daniel golpeando el colchón con el puño-. Cuando haya salido de Himmelstal no volveré a poner un pie aquí. Y quiero estar fuera antes de que llegue Max.

-Lo estarás.

Ella le pasó la mano por la mejilla hasta la sien y por el esparadrapo que tapaba los puntos que le habían dado en su cabeza rapada.

-Va a ser muy agradable marcharse de aquí -susurró ella.

-No entiendo cómo pudiste quedarte aquí voluntariamente -dijo Daniel-. ¿Qué te atrajo?

-La emoción, creo. Mi padre era escalador. Lo llevo en la sangre.

-¿Y el poder? ¿Qué sentiste controlando desde lejos la mente de otra persona?

-Fue... fascinante -dijo ella con incertidumbre.

-Puedo imaginármelo. Hacer bueno al malo. Jugar a ser dios.

-Sí, la verdad es que era un poco así.

Ella se acurrucó en su brazo y se quedaron juntos en silencio mientras fuera veían caer los copos de nieve.

-¿Qué tipo de relación tenías con Mattias Block? -preguntó Daniel.

Notó que al pronunciar el nombre el cuerpo de Corinne se estremeció.

-Era uno de mis compañeros de estudios, con el que mejor me sentía. Nos hicimos muy amigos -dijo ella con voz débil, como si el recuerdo le produjera dolor.

-¿Solo amigos?

Ella suspiró.

-¿No estarás celoso de un hombre que ya ha muerto? Estábamos enamorados, pero las relaciones amorosas entre grillos estaban estrictamente prohibidas. Cuando salíamos al valle para llevar a cabo nuestra misión, no podíamos tener ningún tipo de contacto. No podré perdonar al doctor Pierce que le diera un sujeto tan peligroso como Adrian Keller. Él no era la persona adecuada para eso.

-¿Y Max? ¿Trató de seducirte alguna vez?

-Claro que sí.

-¿Pero lo detuviste con la pulsera?

-Sí, cuando se acercaba demasiado.

Ella extendió el brazo y se apretó la muñeca con el dedo índice de la otra mano como si fuera un botón, pero solo era un juego, porque ya no llevaba la pulsera.

-Él creía que eran mis pecas. En cuanto las veía se le quitaban las ganas.

-¿Te resultó divertido jugar con un hombre de ese modo?

Corinne se incorporó sobre el codo y lo besó suavemente.

-Es el sueño de toda mujer -susurró ella mientras jugueteaba pasándole el dedo por la barbilla, el cuello y el tórax-. Ser deseada, pero poder parar cuando quieras. Una cuestión obvia para los hombres, pero no para las mujeres. Si hemos dicho A, tenemos que decir B, ¿no? Todas esas estúpidas alarmas de seguridad y aerosoles que se llevan en el bolsillo cuando volvemos a casa por la noche se sabe que en el fondo no funcionan. Pero esto sí funcionaba.

-Pero no conmigo -dijo Daniel-. No tienes ninguna protección contra mí.

Él la atrajo hacia sí, la besó y le puso la mano sobre el vientre.

-Es demasiado pronto para notar algún movimiento -dijo ella.

Pero él no movió la mano, la mantuvo sobre su vientre como intentando proteger la vida que, contra todo pronóstico, había surgido en ese lugar perverso. Y, tras unos minutos, la calma de la respiración de ella lo acunó hasta llevarlo al sueño más profundo y apacible que había tenido nunca en Himmelstal.