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Desde fuera parecía solo un seto de abetos alto y tupido. Si se miraba entre las ramas, se podía distinguir un techo de acero justo detrás. En el seto había dos entradas: una grande y suficientemente ancha para que pudiera entrar un coche; otra menor, en la parte que estaba frente al edificio de la clínica, de donde Daniel había visto salir a unos médicos por la mañana temprano que iban andando en grupo hacia el edificio de cuidados sanitarios. Entonces fue cuando se dio cuenta de que dentro de aquellos setos estaban las viviendas de los médicos.
Tocó el timbre que había junto a la puerta. La voz de un hombre joven se oyó en el altavoz. Daniel se acercó al interfono y dijo:
-Me llamo Daniel Brant. Quiero ver a la doctora Obermann. Es importante.
-Lo siento -dijo la voz-.Aquí no se reciben visitas. Tendrá que buscarla en su despacho.
-Ya he estado allí. Pero al parecer está en su domicilio particular. Haga el favor de decirle que he estado aquí y que es importante -dijo Daniel con toda la convicción y seguridad que pudo.
-Un momento.
Se hizo un silencio. A lo lejos se oía el ruido de las excavadoras que despejaban la zona para el nuevo edificio que se iba a construir en la ladera. Después de unos minutos sonó un pitido y se abrió la puerta de modo automático y exageradamente lento.
En el interior encontró un mundo muy particular.
Una decena de pequeños bungalós rodeaban una zona de césped con una fuente en el centro. Había arriates con alguna que otra rosa, árboles de hoja caduca con hojas amarillentas y una barbacoa de ladrillo.
Era un lugar tranquilo y aislado. A Daniel le vinieron a la mente los jardines amurallados de los palacios de Oriente que había en las zonas céntricas de las ciudades, protegidos como tesoros de la mirada del mundo.
-Viene enseguida -dijo el joven vigilante que estaba tras un pequeño intercomunicador que había junto a la puerta.
Daniel esperó. La fuente salpicaba y los abetos amortiguaba el ruido de las excavadoras transformándolo en un murmullo lejano.
Entonces se abrió la puerta de uno de los bungalós y Gisela Obermann fue a su encuentro por el camino pavimentado. Llevaba el rostro sin maquillar y vestía unos pantalones de deporte y una camiseta y parecía que no se había lavado el pelo.
-Bienvenido, doctor Brant -dijo ella extendiéndole la mano.
-¿Va todo bien? -preguntó el vigilante.
-Por supuesto -contestó Gisela volviéndose hacia Daniel con una gran sonrisa.
-He leído su informe con interés, doctor -dijo ella-. Vamos adentro.
El vigilante volvió a su cabina y Gisela se llevó a Daniel a su casa.
La sonrisa se desvaneció en cuanto entraron por la puerta.
-Tienes que estar completamente loco para venir aquí -le espetó ella, entrando delante de él en una sala de estar muy bien amueblada, pero increíblemente sucia y que apestaba a humo. Había libros, montones de papeles, botellas vacías y platos sin lavar dispersos por todas partes. Las persianas estaban bajadas y solo una pequeña lámpara de lectura colocada junto a uno de los sillones alumbraba en la oscuridad.
Ella retiró las cosas que había en un sillón para que Daniel pudiera sentarse. Al acercarse percibió que ella olía a alcohol.
-El vigilante es nuevo y no conoce a todos los del valle. Le he hecho creer que eras uno de los investigadores que están de visita y que te habías quedado rezagado. Si hubiera sido cualquier otro vigilante, no te habría dejado entrar. ¿Qué haces aquí? Ya no eres paciente mío y tengo prohibido tener contacto contigo.
-Lo sé. Pero tenemos que hablar. He ido a buscarte a tu despacho y me dijeron que estabas enferma.
Ella emitió un sonido que era una mezcla de risa y resoplido.
-Karl Fischer me ha dado de baja. Considera que soy psíquicamente inestable. Según él, estoy agotada por exceso de trabajo y necesito descansar. Debería hacer un viaje fuera de aquí, pero no tengo dónde ir. Mi apartamento de Berlín ya no existe. Ninguno de mis viejos amigos está. Solo tengo Himmelstal.
Se estiró para coger un vaso de vino que estaba sobre la mesa, entre los montones de papeles, vertió lo poco que quedaba y fue en busca de una botella medio llena que había en la librería. Llenó su vaso con movimientos torpes y rápidos mientras añadía:
-Aparte del vigilante no hay nadie más aquí. A esta hora todos están en el edificio de cuidados sanitarios. Pero algunos vuelven pronto, así que no puedes quedarte mucho tiempo.
Introdujo el corcho en la botella con movimientos torpes, pero se detuvo.
-¿Quieres que te sirva un vaso? Puedo abrir otra botella. Este vino del Mosela es delicioso.
-No, gracias. He venido porque quiero respuesta a una pregunta. ¿Quién es Corinne en realidad? Ella no es una residente común, ¿verdad?
Un movimiento en el fondo de la habitación hizo que Daniel volviera la cabeza y descubriera un gran gato persa blanco tumbado sobre un montón de ropa en una silla junto a la ventana. Se confundía con el color brillante de las telas, por eso no lo había visto antes. El gato se estiró, saltó al suelo y se deslizó en silencio por la habitación. Sin mirarlo, Gisela se agachó, lo atrapó y se lo puso sobre las rodillas. Daniel no recordaba haber visto jamás ese gato en la zona de la clínica o en el pueblo. Supuso que nunca lo dejaban salir del edificios de los médicos.
Gisela pasó la mano por el lomo del gato y dijo:
-Corinne es tu conciencia.
Daniel se preguntó si habría oído bien.
-¿Qué has dicho?
-Que es tu conciencia. No debería decírtelo, pero estoy apartada del caso y no creo que tenga ya ninguna obligación. Ningún derecho y ninguna obligación.
Ella rio con voz ronca.
-¿Mi conciencia? -repitió Daniel con perplejidad-. ¿Qué implica eso?
-¿Has leído Pinocho, de Carlo Collodi? El muñeco de madera que cobra vida y se convierte en persona. Se mueve y habla como cualquier otro niño. Solo le falta una cosa: la conciencia.
-He visto la película de Disney -dijo Daniel.
La mirada de ella le dijo que eso no valía.
-En vez de conciencia, Pinocho tiene un grillo que se sienta sobre su hombro y le susurra lo que es correcto y lo que no lo es. Finalmente, después de muchas experiencias duras y continuos susurros del grillo, Pinocho adquiere una conciencia propia y se convierte en una persona real. En términos técnicos se podría decir que los susurros del grillo se implementan en él. ¿Entiendes?
-Sinceramente, no.
Ella se acercó más a él y le dijo en voz baja y recalcando el movimiento de sus labios:
-Corinne es tu conciencia suplente.
Daniel se echó a reír.
-Ella nunca me ha hecho ninguna sugerencia moral.
-Claro que no. No hubiera sido eficaz. Todo sucede de un modo mucho más sutil. Tú formas parte de un experimento que se está llevando a cabo con un grupo de ocho personas y cada una de ellas tiene su grillo. Se te ha operado e instalado un chip en el cerebro. El grillo puede afectar tu comportamiento con la ayuda de un pequeño dispositivo.
-¿Condicionamiento?
Daniel intentaba parecer indiferente, pero estaba temblando. ¿Un chip en su cerebro? No podía ser posible. ¿Cuándo había ocurrido? Gisela desvariaba. Recordó que estaba de baja por agotamiento. Además estaba borracha.
-Si quieres puedes llamarlo así. Pero no se trata de electrochoque ni nada por el estilo. Es un instrumento extremadamente preciso que emite radiaciones electromagnéticas a baja frecuencia. No pongas esa cara de preocupación. Según el doctor Pierce, es menos peligroso que un teléfono móvil. Si la persona objeto se comporta de modo manipulador o poco colaborador, el grillo puede conseguir mediante una presión que esa persona experimente cierta sensación de desagrado. No dolor, sino malestar y una leve angustia. Cuando la persona es colaboradora, desinteresada y voluntariosa, el grillo puede producirle vagas sensaciones de placer con la ayuda del instrumento.
-¿Y cómo se sabe que la colaboración de la persona con la que se está experimentando no es fingida? ¿No puede ocurrir que mienta y simule? -objetó Daniel con escepticismo.
-Los grillos pueden percibirlo. Están bien preparados para su cometido.
-¿Entonces manipulan a la persona?
Daniel no se creía ni una palabra de lo que ella decía.
-Por supuesto. Puede decirse que utilizan las mismas armas en su contra. En realidad no es nada extraño. De hecho es lo que los humanos nos hacemos unos a otros todos los días. La mayoría de los padres utiliza la manipulación para educar a sus hijos, aunque nunca lo reconocería. Cuando el niño no hace lo correcto, fruncen el ceño. Cuando se comporta bien, le sonríen. De modo totalmente inconsciente, por supuesto. Puedes verlo entre jefes y subordinados, maestros y alumnos, entre cónyuges y también entre compañeros de juegos. Señales pequeñas, mínimas, a través de gestos, el lenguaje corporal y el tono de voz. Y funciona. ¿Sabes por qué?
-No.
-El cerebro tiene células nerviosas especiales, las neuronas espejo, cuya función principal es reflejar los sentimientos de los demás seres humanos. Dicho reflejo desarrolla nuestra empatía y nos hace maduros socialmente. En la psicoterapia se ha utilizado deliberadamente el fenómeno del reflejo mucho antes de conocer su existencia biológicamente.
-Pero manipular a alguien por medio de un chip implantado es algo muy distinto a la educación y la psicoterapia -objetó Daniel-. Eso es un abuso.
Gisela asintió pensativa mientras daba la vuelta al gato como a un bebé y le rascaba el vientre.
-Es distinto, es cierto -dijo ella tartamudeando-. He descrito cómo funciona en personas normales con un sistema neurológico normal. Muchos de los que viven en Himmelstal no tienen del todo desarrolladas las neuronas espejo. No sabemos a ciencia cierta el motivo, pero hay una desviación significativa. ¿Recuerdas lo que dije la primera vez que te hablé de Himmelstal? Exigir empatía a un psicópata es como pedirle a un paralítico que se ponga de pie y ande. Simplemente no tiene lo que se necesita para hacerlo. Sus neuronas espejo son tan débiles y poco desarrolladas como los músculos de las piernas de esa persona.
-Recuerdo que lo dijiste. ¿Te importaría que abriera una ventana? Disculpa, pero el ambiente está un poco cargado.
Retiró unos montones de papeles que había sobre el alféizar de la ventana y empujó hacia arriba el cristal.
En la zona común de las casas no había nadie, a excepción del vigilante, que estaba apoyado en la garita fumando. Un par de gorriones picoteaban algunas migajas que quedaban junto a la barbacoa.
Daniel respiró profundamente el aire otoñal, después volvió a su sillón y dijo con cautela:
—Has mencionado algo acerca de un chip.
Gisela Obermann asintió.
-Ya que al psicópata no le afecta el ceño fruncido de sus padres y no responde a la terapia, tenemos que proceder con más energía al respecto -explicó ella, estirándose para alcanzar su vaso.
Cuando se inclinó, el gato se deslizó hacia un lado, pero parecía dormir profundamente y continuó colgando sobre los muslos de ella, que enseguida lo colocó de nuevo en su regazo.
-Vayamos al grano -dijo ella dándose unos leves golpes en la cabeza-. El caso es que ponemos un chip que recibe los pequeños electrochoques del grillo y activan en el cerebro el sistema propio de recompensa y castigo. Nuestra esperanza es que con eso se estimulen las neuronas espejo y que podamos despertarlas a la vida. Pero aún no hemos llegado ahí. Por el momento es solo una especie de... doma sutil, podríamos decir.
Hizo una pausa y vació el vaso.
-Esto, como es natural, es algo que los residentes no debéis saber. El doctor Fischer me expulsaría del valle directamente si supiera que te he contado lo del proyecto Pinocho. Pero me temo que lo hará de todas formas.
-¿Entonces Corinne trabaja para vosotros? ¿Su misión es manipular a otros residentes?
-Su misión es manipularte a ti -dijo Gisela señalándolo con su dedo índice pálido y tembloroso-. A nadie más. Hay otros grillos cuya misión es manipular a otros residentes.
-¿Quiénes son los demás grillos?
Ella sacudió la cabeza y agitó la mano con desdén.
-Ya he hablado demasiado. ¿Abro otra botella de vino? Es tan refrescante. No habría sobrevivido en Himmelstal sin este vino.
Daniel sacudió la cabeza.
-Todavía no entiendo exactamente qué tipo de persona es un grillo. Por lo que sé, Corinne lleva varios años viviendo en el valle.
-Sabes muy bien cuánto tiempo lleva aquí -dijo Gisela irritada, retorciéndose de tal modo que el cuerpo suave del gato se movió inconscientemente en su regazo-. Sí, sí, no empieces con eso de que no eres Max. Lo de tus múltiples personalidades era solo un ardid, ¿verdad? Y yo fui una idiota que me lo creí.
-Fue idea tuya, Gisela. Yo no he dicho ni una palabra acerca de las múltiples personalidades -le recordó Daniel con tranquilidad-. ¿Entonces Corinne es una especie de psicólogo o médico? ¿Por eso tiene acceso a mi historia clínica?
Gisela se echó a reír.
-Corinne es actriz, ¿no lo sabes? El origen de los grillos difiere uno del otro. Son seleccionados y probados minuciosamente y la clínica les da una formación sólida. Para llegar a ser buen grillo hay que reunir unas condiciones especiales. Capacidad de empatía, sensibilidad, habilidades sociales. Pero a la vez hay que ser duro. Corinne ha venido aquí solamente para ser tu grillo. Ha recibido toda la información acerca de ti y su tarea consiste en vivir como cualquier otro habitante, trabajar en el pueblo y entablar amistad contigo.
Daniel tragó saliva.
-¿El amor y el sexo forman parte de los requisitos para obtener el puesto? -preguntó él.
-Por supuesto que no. El grillo tiene que acercarse a su residente, pero nunca intimar con él o ella. La simple sugerencia de un acercamiento sexual castiga al grillo con sensaciones de malestar.
-¿Y si no funciona?
-Entonces se piden refuerzos. Todos los grillos tienen contacto directo con la central de vigilancia.
Daniel estaba reflexionando sobre ello cuando se oyó el pitido de la puerta del jardín al abrirse y poco después al vigilante hablando con alguien. Al parecer, uno de los médicos volvía del trabajo.
Gisela parecía no haberse dado cuenta de nada. Estaba tumbada atravesada en el sillón y su cuerpo parecía tan suave y ligero como el del gato.
-Ese chip -dijo Daniel-. ¿Cuándo me lo pusisteis en el cerebro?
-Poco después de que entraras en la Zona 2 -contestó Gisela con tranquilidad.
Daniel trató de controlar el pánico. La descarga eléctrica lo dejó inconsciente. ¿Lo habían sedado después? Se acordó de que tenía un fuerte dolor de cabeza al despertar.
Nunca había notado ninguna cicatriz quirúrgica en la cabeza. Pero tal vez un pequeño chip no dejara grandes marcas. Se palpó a conciencia el cuero cabelludo con los dedos. Vio el chip frente a él como una pequeña bandera de metal brillante, afilada como una hoja de afeitar, y le pareció sentir la irritación que producía en su tejido cerebral. Tragó saliva y dijo:
-¿Así que llevo dos meses dando vueltas por ahí con un chip en la cabeza?
-No, no. Lo llevas desde hace... -Gisela cerró un ojo y reflexionó- Un año más o menos. Poco más de un año. Siempre cuesta un poco conseguir que los residentes vayan a la enfermería así que aprovechamos la oportunidad mientras estabas inconsciente. Fue inmediatamente después de que te encontraran en la alcantarilla.
Daniel se echó a reír. El alivio fue tan grande que no podía dejar de reírse. Gisela, borracha, también se reía.
Él se limpió las lágrimas producto de la risa y se puso en pie.
-Gracias por la información, doctora. No te molestaré más. Ha sido muy agradable verla en su oasis.
-¿Oasis? ¿Esto? -dijo Gisela mirándolo con ojos turbios-. ¿Qué dices? Esto es un foso de serpientes. Nos estamos devorando unos a otros. Si tuviera algún sitio donde ir, no me quedaría aquí ni un minuto más. Pero he quemado mis naves. Me lo he jugado todo en este maldito valle.
Ella sollozó. Levantó al gato flácido por sus patas delanteras, frotándose la cabeza del animal contra sus ojos como si fuera un gran pañuelo blanco.
Cuando Daniel atravesó el jardín, miró hacia otro lado para que no lo vieran los dos médicos que estaban sentados bajo el sol de otoño en uno de los patios. Tendría problemas si alguno descubriera que él había entrado en su enclave protegido.
Pero los hombres estaban tan absortos en sí mismos que no se fijaron en él. Alcanzó a oír algunos fragmentos de sus voces airadas mientras se alejaba rápidamente ante los arriates de rosas ya marchitas.
-Hasta la vista, doctor Brant -dijo el vigilante haciendo una reverencia y sonriendo mientras se abría la puerta.
¿Cuánto había de cierto en lo que ha contado Gisela?
Recordó la charla del peluquero acerca de que Mattias Block tenía un «artefacto». ¿Era eso lo que había descrito Gisela?
Daniel trató de recordar todas las ocasiones en que él y Corinne se habían encontrado, pero no podía recordar que en ningún momento ella llevara en la mano ningún objeto parecido a una cajita o a un dispositivo.
¡La pulsera! Esa pulsera de piedras planas y de colores que ella llevaba siempre. Cuando se entrenaba, boxeaba y hacía el amor. Con la que jugueteaba cuando él se acercaba demasiado a ella. «Me recuerda quién soy.»