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-Si no le importa, preferiría hablar de otra cosa -dijo él, intentando no mirar hacia la puerta-. Usted sabe que no soy Max y que no tiene ningún derecho de retenerme. Yo vine aquí porque mi hermano quería verme...
-No, no, no -interrumpió Karl Fischer con un movimiento de rechazo con la mano-. Totalmente erróneo. Viniste aquí porque yo quería conocerte. Tu hermano no había expresado ningún deseo en ese sentido. Pero cuando vi que Max tenía un hermano decidí traerte a Himmelstal.
-¿Lo decidió usted, doctor Fischer?
-Por supuesto. Es conocido por todos que los factores hereditarios desempeñan un papel en las psicopatías, sin saber aún en qué medida. He dicho anteriormente que solo he conocido dos o tres psicópatas del tipo de los que se controlan a sí mismos. Uno de ellos era mi propio padre. Él lo ocultaba bien y era un reputado oftalmólogo con una carrera profesional intachable. Pero tenía algo con lo que yo me sentía identificado y, conforme iba haciéndome mayor, más seguro estaba de ello. Si padre e hijo pueden ser portadores de la misma herencia genética, ¿no deberían serlo entonces, en un grado más elevado aún, los gemelos monocigóticos?
Hizo una pausa, guiñó un ojo y miró con el otro a Daniel con gesto astuto.
-Ha dicho que usted me trajo aquí -recordó Daniel-. ¿Cómo?
Se inclinó hacia delante como si estuviera interesado en lo que iba a contestar el doctor, pero en realidad observaba la puerta. En la puerta de fuera hubo que introducir una contraseña para entrar. ¿Habría que introducir un código también para salir? Desde luego sería una locura desde el punto de vista de la seguridad en caso de incendio. Pero Daniel ya había comprobado que la seguridad contra incendios no era una prioridad en esa clínica.
-Yo había terminado con Max -dijo Karl Fischer brevemente-. Después de mantener varias conversaciones con él, me di cuenta de que no era demasiado interesante. Su historial antes de llegar aquí y algunos incidentes con los otros residentes indicaban que era un alborotador impulsivo que ejercía la violencia sin pensar en las consecuencias. Aquí abunda la gente así. Quien me interesaba eras tú, pero para mí era imposible traer a Himmelstal a alguien que respetaba la ley, a un ciudadano saludable y cooperador. Cuando vi en internet algunas de tus fotos recientes me asombró vuestro parecido y entonces fue cuando decidí hacer un intercambio. No me resultó difícil convencer a Max, que estaba encantado con mi plan, y te escribió una carta. Cuando la leí, la envié con el personal de correos sin que pasara la censura.
-¿Y entonces fue cuando cambió la fecha de nacimiento en el historial?
-Lo hice poco después de que Max llegara aquí. Pero, según parece, has tenido acceso a un historial muy antiguo. ¿Cómo lo has conseguido?
Daniel guardó silencio.
-Bueno, ya no tiene demasiada importancia. En las fotos de internet, tenías barba y una frondosa cabellera, además de llevar gafas, lo que me agradó porque Max no llevaba barba ni gafas. Lo animé a que siguiera afeitándose y cortándose el pelo muy corto, para que vuestro parecido de gemelos no fuera demasiado llamativo cuando tú llegaras. Y todo funcionó perfectamente, ¿no? Max consiguió su libertad y yo al hermano que quería tener. Oficialmente no había ocurrido, solo había venido un hermano mayor de Max de visita por unos días. El hecho de que después se comportara de modo extraño y argumentara cosas extravagantes es algo con lo que hay que contar en sitios como este, ¿verdad?
Daniel asintió de modo mecánico. Le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el doctor Fischer. Estaba cansado y su mente, de modo descontrolado, había empezado a vagar por caminos extraños, como ocurre poco antes de sumergirnos en el sueño. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo llevaba allí sentado escuchando al doctor Fischer? ¿Dónde estaba? Por un momento había tenido la sensación de que estaba en casa de un colega mayor que él a quien visitó una vez en Bruselas. Para poco después verse a sí mismo mirando fijamente los lomos de los libros que estaban al otro lado de la habitación, completamente convencido de que pertenecían a su abuelo paterno, el profesor de idiomas, y de que si salía de esa habitación estaría en Götavägen, en Uppsala.
-Pareces estar cansado -dijo el doctor Fischer-.Yo soy un auténtico búho y a estas horas es cuando estoy más espabilado. Se me olvida que no todos somos iguales.
-Sí, no me importaría volver a mi cabaña. Lo que me ha contado me ha turbado, doctor. Necesito asimilarlo -contestó Daniel.
El doctor asintió.
-Es comprensible. Enseguida vamos a terminar esta conversación que tú has iniciado, yo no -agregó sonriendo y señalando con el dedo índice a Daniel.
Vio que la taza de té de él estaba vacía, se levantó y dijo:
-¿Quieres más?
-No, gracias.
Cuando el doctor Fischer se metió en la pequeña cocina, Daniel fue rápidamente hacia la puerta. Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. El doctor seguía hablando desde la cocina.
-Debido a que Gisela Obermann se encargaba de Max, supuestamente tenía que hacerlo también de ti. Es una mujer notable. Cuando vino con sus chifladuras sobre las personalidades múltiples, llegó el momento para mí de tomar el relevo. Había conectado contigo de algún modo y había perdido su enfoque profesional.
Cuando el doctor Fischer reapareció, Daniel acababa de sentarse en el sillón.
-Gisela es una persona demasiado débil para trabajar en Himmelstal y últimamente estaba agotada y nerviosa. Debería haberla enviado a casa hace tiempo, pero ha tenido problemas en su vida privada y no tiene dónde ir. Espero de verdad que se le arreglen las cosas -dijo el doctor sentándose.
-¿Y Max? -preguntó Daniel-. ¿Dónde está? ¿Está aquí, en el valle?
-¿Aquí?
Karl Fischer se echó a reír.
-¡Oh, no! Puedes estar seguro de que no va a volver por su propia voluntad. No tengo la menor idea de dónde está.
-Pero yo oí su voz en el mensaje telefónico -interrumpió Daniel-. Los teléfonos móviles no reciben llamadas desde fuera. Tiene que haber estado aquí en el valle para poder comunicarse conmigo.
-Yo grabé su mensaje antes de que se marchara de Himmelstal. Tengo otros mensajes que también grabó, pero solo he utilizado los que se ajustaban al momento en que te llamaba. Max me dijo que tenías la costumbre de desconectar el teléfono y utilizarlo solo para ver los mensajes y las llamadas perdidas.
Daniel lo miró asombrado.
-¿Por qué lo hizo?
-Porque eras un objeto de estudio bastante aburrido, disculpa que te lo diga. A excepción de tu intento de huida, con el que como es de suponer contaba, te comportabas de modo ejemplar. Casi no ibas a ninguna parte y con la única persona con la que compartías tiempo era con tu vigilante secreto, o tu «grillo» como prefiere llamarlo el imaginativo doctor Pierce. La única vez que recurriste a la violencia fue para defender a una persona indefensa a la que estaban torturando, lo que te valió el estatus de héroe entre los más crédulos de mis colegas y produjo la movilización de la pobre Gisela y sus ideas demenciales. Te ingresé en la unidad de cuidados y te realicé un par de pruebas que me decepcionaron. La resonancia magnética no mostraba alteración alguna en el patrón de activación cerebral ante estímulos emocionales. Tu cerebro no trabajaba en absoluto como el de un psicópata, es decir, que procesaba las impresiones emocionales como si fueran cognitivas. Y mi prueba práctica con el fuego echó por los suelos mi teoría.
-¿Prueba? ¿Entonces, que Marko fumara en la cama no fue lo que causó el fuego?
Karl Fischer extendió las palmas de sus manos.
-Le ayudé un poco con unas pastillas para dormir más fuertes de lo normal y un cigarrillo encendido colocado en su cama mientras dormía. Una máquina de humo del teatro hizo que todo pareciera peor de lo que era. Tú te comportaste como un auténtico scout. Una gran decepción, como te he dicho. Así que te llevé hasta Keller para ver si ocurría algo allí. Siempre ocurre algo en casa de Adrian Keller.
-¿Estaba usted en casa de Keller?
El doctor asintió con la cabeza.
-Por supuesto. Kowalski y Sørensen me llevaron allí. Mantengo una buena relación con esos hombres, como podrás imaginar. Ellos me ayudan en mi investigación y yo les ayudo con otras cosas. En casa de Keller han ocurrido muchas cosas que son de gran interés para un científico con mi enfoque y a veces, solo cuando él quiere, naturalmente, ya que es un hombre de gran integridad, Keller nos cede su sala de estar como cuarto de estudio. El espejo de la sala es en realidad una ventana. Basándome en mis observaciones, he hecho algunas investigaciones muy singulares acerca de lo que la gente es capaz de hacer con otras personas. Naturalmente, en la situación actual no pueden ser publicadas.
La rabia hizo que se espabilara y tuvo que contener los deseos de abalanzarse sobre Karl Fischer.
-¿Una ventana? ¿Entonces usted me vio?
-Yo estaba sentado en la primera fila, pero por desgracia abandonaste la escena antes de lo esperado. Fuisteis interrumpidos por una libre, ¿no fue así? Y tú creíste que era un niño.
Se rio entre dientes, pero se detuvo de repente.
-¡Un niño, eso es! Vas a ser padre. Pero no has dicho quién es la madre.
Se inclinó hacia delante, entornó los ojos y se quedó expectante.
Daniel esperó a contestar. Sentía instintivamente que no debía revelar su relación con Corinne. Tal vez para protegerla, o simplemente porque eso era lo único que Karl Fischer no sabía de él. Quería guardarse esa carta un poco más tiempo.
-Ya se verá.
-Humm. Sí, suele ser así -dijo Fischer pensativo-. ¿Pero y si ella te ha engañado? Tal vez ni siquiera esté embarazada. ¿Has visto los resultados de alguna prueba de embarazo?
Daniel guardó silencio. ¿Y si el doctor tenía razón?
-Deja que adivine quién es.
Karl Fischer apoyó la cabeza contra el respaldo del sillón, cerró los ojos y fingió pensar.
-¿Samantha? -sugirió.
Daniel siguió en silencio. Fischer lo interpretó como un reconocimiento.
-Me lo imaginaba -contestó riendo satisfecho-.Tal vez debería informarte de que esa Samantha suele quedarse embarazada unas diez veces al año. Ella no es más fértil que un buey, como es de suponer, pero es fertilizada continuamente en su imaginación, y para hacerlo todo más real se encarga de tener una activa vida sexual con distintos hombres. ¿Conoces su historia antes de que llegara al valle?
-No.
-Es bastante trágica. A los dieciséis años de edad se escapó de casa con su novio, que era bastante mayor que ella, violento y drogadicto. Samantha estaba embarazada, pero no quería abortar. En el octavo mes, el novio le dio tantas patadas en el vientre que el feto murió y ella se vio obligada a dar a luz a un niño muerto. Después del parto, entró en una psicosis aguda y hubo que ingresarla en un pabellón psiquiátrico donde se le inyectaron todo tipo de medicamentos, y luego salió sin ningún tipo de tratamiento. Volvió a la casa de sus padres, cortó el contacto con el novio y empezó a trabajar como enfermera en la unidad de maternidad. Parecía estar encantada con los niños, se ocupaba constantemente de ellos y apenas hacía descansos en su trabajo. Se produjeron algunos casos de muerte súbita de bebés. Y luego algunos más. Solo en el departamento de Samantha. El personal empezó a vigilarla en secreto y fue descubierta. A los primeros bebés los había asfixiado con una almohada. Luego había seguido echando un preparado medicinal en los biberones. ¿Nadie te lo había dicho?
-Sí, claro, ahora recuerdo -masculló Daniel-. Pero nunca llegué a entenderlo bien.
-Nos negamos a creerlo, ¿verdad? Samantha es una mujer joven y atractiva. En la cárcel en la que la internaron flirteaba sin cesar con el personal masculino y casi se les subía en las rodillas. Para alguno de ellos la tentación resultó inevitable, ya que se quedó embarazada, a pesar de que solo recibía visitas de su madre. La obligaron a que abortara. Ella opuso una resistencia feroz y hubo que dormirla para llevarla a una clínica abortista. Después de unos meses estaba embarazada de nuevo. En esa ocasión, logró ocultar su embarazo hasta que ya era demasiado tarde para practicarle un aborto. Durante el parto hubo estricta vigilancia e inmediatamente después le quitaron al bebé. Ella iba enloquecida por la clínica. Se apoderó de unas tijeras, se las clavó a una enfermera en la arteria carótida y en el vientre a una mujer que estaba en los últimos meses de embarazo e, inmediatamente después, la trasladaron a Himmelstal. Mis colegas orientados hacia el psicoanálisis consideran que su ninfomanía es un anhelo después de la fecundación. Pero obviamente está esterilizada como todos los demás aquí. Así que si yo fuera tú, esperaría un poco antes de descorchar la botella de champán.
-Qué historia tan triste -exclamó Daniel.
Por dentro sentía un gran alivio. Recordó lo que Samantha había dicho de Corinne y los bebés. Le había contado su propia historia.
-¿Pero se la puede diagnosticar realmente como psicópata? -agregó él, bostezando. Estaba demasiado cansado para mantener una conversación así.
-Por supuesto que no -dijo el doctor emitiendo un resoplido-. Este valle es un vertedero de cualquier basura que no quieren por ahí. Es el problema de nuestra doble función como centro de investigación y de cuidados. Los científicos queremos que esto esté lo más limpio posible, pero para conseguir financiación tenemos que recibir a personas que no tienen por qué estar aquí. No podemos ser exigentes, Daniel.
Soltó una carcajada breve y sonora y luego añadió en tono objetivo:
-Hablando con franqueza, Samantha, como la mayoría de mis compañeros de trabajo, está aquí debido a las cuotas de género y no por mérito propio. En el valle hay demasiados hombres y una mujer atractiva con orientación ninfomaníaca resuelve un problema práctico. ¿No te parece? -agregó con un guiño.
-De todos modos -dijo Daniel, que no quería que le recordaran sus propias experiencias con la parte ninfómana de Samantha-, no entiendo por qué quiere retenerme usted aquí. Obviamente no estoy a la altura de sus expectativas. Usted se preguntaba si yo era un psicópata «oculto» y ya tiene la respuesta: no lo soy. Así que ahora puede dejarme que regrese a casa.
El doctor Fischer se frotó la frente con gesto de preocupación.
-El problema es que no puedo hacerlo sin revelar que, a sabiendas, he mantenido encerrada a una persona inocente durante dos meses. Y comprenderás que no puedo hacerlo. Tendría que abandonar mi cargo como administrador de la clínica y todos mis trabajos de investigación. Tendré que retenerte aquí como si fueras Max mientras pueda.
-¿Mientras pueda?
-Sí, no creo que sea por mucho tiempo. Tu hermano volverá antes o después.
Daniel iba a decir algo, pero Fischer se le adelantó.
-Bueno, no de forma voluntaria, como es de suponer. Pero estoy seguro de que hará alguna tontería por ahí. Odiaba profundamente a esa italiana. Le amargaba enormemente que solo hubiera podido matar al novio y que la mujer sobreviviera. Solo pensaba en matarla, era el motivo principal de que quisiera marcharse de Himmelstal. Y si lo atrapan, volveremos a verlo por aquí. Lo que es sumamente desconcertante. ¡Ya tenemos un Max aquí! Habrá investigaciones y me descubrirán. Así que tenemos un problema, Daniel.
-No tiene por qué ser un problema -objetó Daniel-. Solo tiene que encargarse de que me marche antes de que envíen a Max. Puedo abandonar el valle de modo discreto. Estoy seguro de que usted puede ayudarme a hacerlo. Todos creerán que he tenido un accidente o que me ha asesinado algún residente. Como a Mattias Block o cualquier otro de los que han desaparecido del valle y nunca se encontraron.
A Karl Fischer se le iluminó el rostro.
-¡Es una idea excelente! Exactamente eso es lo que diré, que has desaparecido sin dejar huella, como el pobre Mattias Block. Una víctima del experimento demencial del doctor Pierce. El muy idiota lo puso de grillo de Adrian Keller. Lo envió directamente a la fosa del león para domesticar a la bestia con una dosis pequeña y ridícula. No es lo mismo que hablar con perros, ¿no crees? Y él no sabía que Keller era mi león. Cuando vi que había elegido a Keller era ya demasiado tarde, el chip ya estaba colocado. No es que yo no creyera demasiado en las artes como adiestrador del doctor, sino que si Mattias Block lograba domar a Keller, yo no podría llevar a cabo las representaciones y experimentos que hacía en el salón de su casa. Se acabarían las muy interesantes escenas de tortura. Yo tendría que sentarme detrás del espejo a bostezar mientras mi objeto de estudio hacía crucigramas y regaba las plantas. Me planteé que operaran a Keller para retirarle el chip, pero la verdad es que era más sencillo deshacerse de Block. Logró escapar de su ejecución en la casa de Keller, pero solo para caer inmediatamente después en una de sus trampas.
Daniel apenas entendía lo que había dicho el doctor. Una niebla densa se había apoderado de su mente. Del mismo modo que la niebla en el valle, se dispersaba de vez en cuando y dejaba que entrara el mundo exterior a través de distintas frases cortas e imágenes.
-¿Entonces me permite abandonar el valle? -preguntó.
-No, sería muy arriesgado. Si salieras podrías causarme graves problemas. Y no he terminado contigo, ni siquiera he empezado. Pero puedes desaparecer del valle, esa sí es una idea excelente. En realidad, creo que puedes desaparecer hoy mismo. El hecho es que -dijo mirando su reloj- tú ya has desaparecido.
-¿Qué quiere decir?
-Son las doce y veinte. ¿No es asombroso lo rápido que pasa el tiempo cuando se está pasando un buen rato? La patrulla nocturna ha visto que tu cabaña estaba vacía y ha sonado la alarma. Los vigilantes tal vez ya estén fuera buscando. Y continuarán mañana. Pero no demasiado tiempo. Como tú mismo has dicho: van a creer que estás muerto.
-Pero -empezó a decir Daniel en un intento de protesta. Buscó el resto de la frase que se había tragado la niebla antes de que pudiera pronunciarla.
-Pero ahora quieres dormir -dijo el doctor Fischer con amabilidad.
No era en absoluto lo que Daniel había pensado decir, estaba seguro de ello. Había pensado decir otra cosa distinta, algo importante que había desaparecido de su mente.
-Estás cansado, ¿verdad? Voy a mirar tus pupilas.
El doctor Fischer le sostuvo la barbilla y observó sus ojos.
-Exactamente -dijo-. Muy cansado.
Cuando iba a negarlo, Daniel sintió que estaba realmente muy cansado. De hecho, estaba más cansado de lo que nunca había estado en su vida. No sabía cómo iba a poder volver por el conducto subterráneo para salir al parque y llegar a su cabaña.
El doctor Fischer se levantó y fue hacia una cortina que había al otro lado de la habitación. La apartó y abrió una puerta de acero que hasta entonces había estado oculta.
-Te mostraré tu habitación. Ven conmigo.
Daniel se levantó lentamente, se acercó paso a paso al doctor y luego se detuvo delante de la puerta abierta.
Al otro lado había otro pasillo subterráneo, pero este se diferenciaba un poco de los anteriores. Era más estrecho y el techo más bajo. Oyó gritos y golpes de metales en algún sitio. Había un vigilante de pie apoyado en la pared que les lanzó una mirada breve e indiferente.
-¿Dónde estamos? -preguntó Daniel con suspicacia.
El corazón le latía con tanta fuerza que se encontraba mal.
-En otro extremo del sistema de conductos subterráneos -dijo Karl Fischer-. Cuando se construyó la clínica, nuestro patrocinador estadounidense y yo nos encargamos de que se completara con algunas instalaciones pequeñas que no figuran en los planos.
Le dio un leve empujón a Daniel en la espalda para que atravesara el umbral y enseguida cerró la puerta con llave tras ellos.
-Seguramente habrás oído hablar de este departamento. Los residentes suelen mencionarlo mucho. Incluso le han puesto un apodo.