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Daniel se preguntó si había oído bien.
-¿Está aquí?
-Sí -dijo la azafata-. Preguntó por ti en la recepción ayer. ¿No te localizó?
El corazón le latía con fuerza, pero su semblante era inexpresivo. Se había convertido en experto en controlar los músculos faciales.
-Debemos habernos desencontrado -dijo él-. Estuve fuera todo el día de ayer y mi móvil estaba apagado. ¿Cuándo llegó?
-Antes de mediodía. No fue durante mi turno. Puedes preguntar en recepción.
La azafata salió para reunirse con su colega. Daniel abrió rápidamente la puerta, sacó la cabeza y preguntó:
-¿Dónde está ahora?
-Supongo que pasaría la noche en alguna de las habitaciones para invitados. Seguramente os encontraréis.
En cuanto la patrulla de la mañana se puso en marcha, él fue a la cabaña de Marko y golpeó su puerta.
-Soy yo, tu vecino -gritó.
Recibió un sonido pastoso como respuesta.
-¿Viste que viniera alguien a buscarme anoche? -preguntó Daniel a través de la puerta cerrada.
La voz pastosa emitió un sonido parecido a «no».
-¿No llamó nadie a mi puerta?
-No -contestó con más claridad y más irritado.
No, estaba claro. Marko era un animal nocturno que dormía hasta el mediodía.
Daniel entró en la cabaña y miró su móvil. Tenía algunas llamadas perdidas y tres mensajes de voz de un número que no conocía. Con dedos sudorosos, marcó el código para escuchar los mensajes, acercó el teléfono al oído y esperó sin respirar.
-Hola, hermano.
Era la voz de Max. La reconoció enseguida.
-¿Dónde estás? Llevo dos horas sentado en la escalera de tu casa y ya me estoy cansando. Siento mucho haber estado fuera tanto tiempo, pero he tenido unos problemas enormes. Estoy contento de haber sobrevivido. Luego te contaré. Nunca más me relacionaré con la mafia. Espero que no lo hayas pasado del todo mal durante este tiempo. Supongo que ya te habrás dado cuenta de lo que es este sitio. Tal vez lo adorné un poco, pero de lo contrario nunca hubieras participado. Y no era mi intención que se alargara tanto. Bueno, me quedaré un poco más aquí, luego me iré.
Sonó un pitido y el mensaje acabó. Daniel apenas se había recuperado cuando entró un mensaje nuevo que indicaba que había llegado media hora después. La voz bien conocida y forzada se volvió a oír:
-¿Sabes una de las cosas que detesto? Que la gente tenga el teléfono desconectado continuamente. Es endiabladamente arrogante. De todos modos ahora estoy en la casa de un tipo que se llama Adrian Keller. ¿Sabes quién es? En realidad es la única persona con la que trato aquí. Es un muchacho de la naturaleza. De halcones y cosas así. Un poco retraído. Odia a la gentuza que hay en el pueblo, igual que yo. Estoy aquí ahora, ¿puedes venir, Daniel? Todo recto cruzando el valle. Donde fuimos en bicicleta, ya sabes, aunque más lejos aún. Puedes llamarme cuando estés de camino, así iré a tu encuentro. El muchacho tiene un montón de trampas y cosas así alrededor de la casa, así que hay que tener cuidado. No te salgas del camino.
El tercer mensaje lo había enviado a las dos y cuarto de la noche y el tono era malhumorado.
-¿Pero dónde diablos estás? Ahora estoy empezando a preocuparme por ti. Ven para que arreglemos esto de una vez.
Daniel miró el número de la llamada entrante. Llamó y no contestó nadie.
No tenía ninguna gana de visitar la casa solitaria de Adrian Keller. ¿Pero y si era allí donde estaba Max? Su hermano era caprichoso. Podía cambiar de opinión rápidamente y volver a marcharse. Si realmente estaba dispuesto a hacer un nuevo reemplazo de gemelo, era mejor darse prisa.