31
Daniel abandonó el balcón apoyándose en dos muletas y saltando sobre su pierna ilesa, y luego atravesó las puertas corredizas hasta llegar al espacioso despacho de Gisela Obermann. El almuerzo estaba servido encima de la mesa: dos platos de solomillo de cordero con puré de patatas y una botella de vino tinto. Había un carrito de servicio plateado al lado. Daniel se dio cuenta de que el almuerzo procedía del restaurante, no del comedor de los pacientes.
Gisela le acercó una silla y le ayudó a sentarse.
«¿Será normal que los médicos inviten a almorzar a sus pacientes en su despacho?», se preguntó él cortando un trozo de carne rosada que olía a romero. El cuchillo se hundió sin ninguna dificultad, como si fuera mantequilla.
«No es tan normal.»
-¿Solíais almorzar Max y tú aquí?
Gisela se rio y volvió a dejar sobre la mesa el vaso de vino que acababa de levantar.
-¿Max? No. Él apenas quería venir aquí. Detestaba hablar conmigo. Tú eres totalmente distinto, Daniel. La noche que estuviste aquí me quedé levantada hasta tarde mirando viejas grabaciones de mis conversaciones con Max. Las comparé con la que mantuvimos nosotros. Y vi enseguida que había algo distinto en ti. El cuerpo era el mismo, pero distinto.
-¿No has oído hablar nunca de gemelos, Gisela?
-Según nuestros datos, Max no tiene ningún hermano gemelo. Luego ocurrieron los incidentes con el fuego y con Tom. Tú arriesgaste tu vida para salvar la de otro. Eso no lo habría hecho Max nunca. Reforzó mi convicción. Mis colegas no me creían. Pensaban que me estabas manipulando. Pero cuando entraste en la Zona 2 ya no pudieron negar los hechos. Es la prueba.
Ella sonrió triunfante.
-¿La prueba de qué? -preguntó Daniel.
-De que tu nueva personalidad es real. Abarca todo tu conjunto. Si hubiera habido el menor resto de Max en ti, no habrías sido capaz de entrar en la Zona 2. Pero tú lo has hecho desaparecer por completo. No sé cómo, pero probablemente tenga que ver con tu primera descarga eléctrica...
-¿A qué te refieres?
-El verano pasado.
-Pero entonces fue Max -protestó él.
Gisela asintió rápidamente.
-Exactamente. Fue durante tu época como Max. Perdiste el conocimiento y también la memoria durante unos instantes. Te recuperaste rápidamente, pero algo te ocurrió. Eras más silencioso e introvertido. Cuando tu hermano vino a visitarte adoptaste su personalidad, absorbiendo su lenguaje corporal y su modo de ser amistoso. Y cuando se marchó creíste que eras él. Te convertiste en Daniel. Un hombre agradable, compasivo y desinteresado. Tal vez sea solo temporalmente, pero de todos modos es maravilloso.
Ella sonrió y sus ojos centelleaban.
-Es la primera vez que hemos podido advertir un cambio en alguno de nuestros residentes. Además, un cambio positivo. Es una gran esperanza para la investigación.
Daniel estaba mareado. Dejó su cubierto sobre el mantel.
-¿Eso es lo que crees? -exclamó-. ¿Que tengo varias personalidades?
-No quiero decir que las tengas. En tu situación esto es positivo. Aunque Max volviera, tendrías a Daniel en tu interior y nos centraremos tratando de atraerlo. Puede ser la pista que estábamos esperando.
-¿Entonces no te crees lo que te he contado? ¿No crees que Max ha huido y que yo soy su hermano gemelo?
Daniel estaba tan indignado que intentó levantarse, pero el dolor de la pierna le obligó a sentarse de nuevo.
Gisela Obermann pasó con cuidado la servilleta de hilo por su boca.
-Creo que la historia es real para ti, Daniel -dijo ella con diplomacia-. No recuerdas nada de tu existencia como Max. La pérdida de memoria es más la regla que la excepción en el trastorno disociativo de la personalidad.
Daniel estaba a punto de llorar de desesperación.
-Pero dejarás que me marche de aquí, ¿no?
-¿Que te marches de aquí?
Gisela Obermann lo miró escandalizada.
-No, por favor. Claro que no. Eres nuestro huevo de oro. Nuestro primer progreso. Vamos a vigilarte día y noche y nos aseguraremos de que te sientas como un príncipe. ¿Quieres una taza de café?
La doctora cogió del carrito un termo y dos tazas.
Daniel negó con la cabeza y ella dijo mientras se servía café:
-Mañana voy a tener una reunión con mis colegas y en ella presentaré mi teoría sobre tu caso. Y esta vez me creerán. -Sonrió levemente mientras levantaba la taza de café. Sus mejillas estaban sonrosadas y la voz había subido al tono de falsete.
-Espero no tener que asistir a esa reunión.
-¿Asistir? Daniel, vas a ser el protagonista.
Ella le ofreció un plato de galletas de chocolate. Él no lo vio.
-¿Y cuándo podré marcharme de aquí?
-Cuando hayamos resuelto este enigma -dijo Gisela metiéndose un trozo de galleta en la boca rápidamente antes de volver a dejar el plato en el carrito. Tal vez tú seas nuestro primer caso tratado hasta el final. El primer psicópata curado. Cuando ya no te necesitemos más para nuestras investigaciones, entonces... -Ella se encogió de hombros-. Sí, es muy probable que seas el primero en la historia al que se le dé el alta de esta clínica.
Ella hizo una pausa como si escuchara las palabras que acababa de pronunciar y le parecieran tan notables que apenas pudiera creérselas. Su cara resplandeció.
«¿Darle el alta? Sí. ¿Por qué no? ¿Por qué no?», pensó ella.
-¿Cuándo?
-Bueno -dijo Gisela Obermann cambiando la expresión de su rostro-. No durante los próximos años, claro. Una investigación seria lleva tiempo, como sabes. Pero vamos a tratarte muy bien aquí, de eso puedes estar seguro.
Ella estiró la mano por encima de la mesa y le acarició levemente la mejilla. Daniel volvió la cabeza hacia el otro lado.
«Está loca», pensó. «No tiene que preocuparme lo que diga.» Se había dado cuenta la primera vez que la vio, con esos destellos de algo oscuro y desgarrado en su mirada. Como un rostro que se asoma por una ventana, pero se esconde en cuanto alguien le devuelve la mirada.
Entonces a él le vino otra cosa a la mente.
-Hablas siempre de psicópatas. ¿Consideras un psicópata a Max?
-De lo contrario no habría venido a Himmelstal, ¿no crees?
-Pero ese diagnóstico no tiene apoyo alguno. Él está quemado, es maniaco—depresivo y a veces un poco loco, pero no creo que eso convierta a una persona en un psicópata.
Gisela se echó a reír.
-¿Maniaco—depresivo y un poco loco? Tal vez. Pero no es por lo que estás aquí, mi querido Max—Daniel. Si esperas un momento, te enseñaré algo.
Gisela se levantó y fue hacia una cajonera que estaba detrás del escritorio. Abrió un cajón y volvió con un montón de fotos que dejó encima de la mesa, delante de Daniel.
-¿Te dicen algo estas fotos?
Él miró la foto superior. Un hombre medio desnudo tendido sobre un charco de sangre en el suelo de un cuarto de baño. Y la siguiente: un primer plano de la cara del muerto con la mitad del rostro destrozado. Solo le quedaba un ojo muy abierto que miraba en vano desde los restos de sangre coagulada. Daniel levantó la vista horrorizado y asqueado hacia Gisela, que lo observaba concentrada.
La siguiente foto mostraba una mujer con la parte superior del cuerpo desnudo. No estaba muerta, pero había recibido una fuerte paliza. Estaba sentada de perfil y enseñaba la espalda y el brazo, que estaban cubiertos de heridas y moratones. En la foto se veía una mano que sostenía su pelo largo y oscuro para que pudieran verse las marcas. Había también una foto de cuerpo entero de frente y otra de cerca de su rostro lleno de hematomas. Fotografías policiales.
Daniel levantó la foto y la observó cuidadosamente.
Gisela se inclinó hacia él.
-¿Es alguien que puedas reconocer? -dijo en voz baja.
-No. ¿Quién es?
-Alguien que ha sido víctima de Max. Los dos lo han sido.
-¿Quién es la mujer?
-Una joven italiana con la que Max tenía una relación. Lo dejó y se fue con otro, con este hombre.
Gisela levantó la foto del hombre con la cara destrozada. La sostuvo ante Daniel unos segundos hasta que apartó la mirada.
Ella esparció las fotografías encima del escritorio.
-¿Qué sientes? -preguntó.
-Guárdalas. Es repugnante -dijo Daniel.
-Has preguntado quién era la mujer, pero no has preguntado por el hombre. ¿Estás más interesado en ella?
Él sacudió la cabeza con vehemencia, pero evitó mirar las fotos.
-No era la primera vez que él hacía algo así, ¿verdad? -continuó ella.
Daniel juntó las fotos con manos temblorosas y las puso del revés.
-Max no ha hecho eso -aseguró-. Nunca ha sido violento.
-¿No? ¿Tan bien lo conoces? -preguntó Gisela Obermann mientras volvía a meter las fotos en el cajón.
Él guardó silencio un momento, sacudió la cabeza con decisión y repitió:
-Max no puede haber hecho eso.
Ella lo miró con interés, esperando que añadiera algo más, pero él prefirió no hacer más comentarios acerca de las fotos.
-¿Así que esta es una clínica para psicópatas? -dijo intentando que su tono de voz fuera neutral.
-Sí.
-¿Rodeada de vallas invisibles?
Ella asintió.
-Pero las zonas rodean todo el valle, no solo la clínica. ¿Cómo funciona eso para la gente del pueblo?
La doctora Obermann lo miró sin entender.
-¿O quieres decir que la gente del pueblo... -Daniel tragó saliva-... que ellos también son pacientes?
-No los llamamos pacientes, sino residentes. En Himmelstal todos los habitantes son residentes. Algunos viven en el edificio de la clínica o, como tú, en cabañas cerca de la clínica. Otros viven abajo en el pueblo o en casas propias alrededor del valle. Depende de lo que se prefiera y de lo que la administración considere adecuado.
Daniel reflexionó un instante y luego dijo:
-¿Entonces esa mujer mayor de la Cervecería Hannelore, es... residente?
Gisela asintió.
-¿Qué ha hecho?, quiero decir, ¿por qué ha venido a parar aquí?
Gisela se quedó pensativa y luego dijo:
-Por lo general no hablamos nunca de los antecedentes de nuestros residentes. Pero tú eres un caso especial. Y en lo que respecta a Hannelore y su marido, todo el valle los conoce. Sí, y muchos fuera del valle también. Salían en los periódicos de toda Europa hace una década. Hannelore y Horst Fullhaus, ¿no has oído hablar de ellos?
Daniel sacudió la cabeza.
-Tenían ocho menores acogidos en su casa y asesinaron a seis de ellos. Su hijo también participó, pero no fue juzgado porque era menor de edad.
-¿Mató ella a seis niños? -preguntó Daniel que casi se había quedado sin aliento-. ¿Cómo? No, lo cierto es que no quiero saberlo.
Trató de asimilar lo que Gisela acababa de decir. ¿Podía ser verdad? Lo meditó detenidamente y recordó haber leído algo, hacía bastante tiempo, sobre esa pareja austriaca. Un niño encadenado a una caseta de perro, ¿no era así? Y algo relacionado con una secadora.
-¿Y Corinne? -continuó él-. La muchacha de la Cervecería Hannelore, ¿también es residente?
-Como te he dicho: todos son residentes, excepto el personal de la clínica y el equipo de científicos. Esto no es un hospital en el sentido habitual. Es una comunidad en la que cada uno tiene su tarea. Corinne sirve y entretiene en la cervecería. Una chica inteligente. ¿Te gusta?
-¿Qué ha hecho?
Gisela dudó.
-No creo que Max lo supiera. Y en ese caso tampoco puedo decírtelo a ti.
De repente Daniel sintió unas fuertes náuseas y por un momento creyó que iba a vomitar encima de la mesa, pero todo era causado por los latidos de su corazón.
Ella le pasó el brazo por encima de los hombros.
-Esto es demasiado para ti, ¿verdad? Tienes que descansar. Llamaré a alguien que te acompañe a tu habitación.
-Ibas a decir algo de la mujer -dijo ella, mientras él iba hacia la puerta apoyándose en sus muletas.
-¿Qué mujer?
Se volvió y en ese instante vio el perchero, que probablemente Tom le había regalado a Gisela o ella le había comprado. La cara tallada lo miraba con unos ojos desorbitados y una boca que gritaba en silencio.
-Las fotos que te he enseñado. La has reconocido, ¿no?
-No -dijo él con decisión-. Nunca la había visto antes.
Mintió. Era la misma mujer de la fotografía que Max guardaba bajo el colchón. La misma mujer, las mismas heridas. Probablemente, las fotos se hicieron en el mismo sitio.