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Los miembros del equipo de investigación de Himmelstal fueron entrando uno a uno en la sala de reuniones y se sentaron en los sitios que con el tiempo se habían convertido en suyos. El sol de la mañana entraba a raudales por las ventanas, por lo que se veían obligados a entornar los ojos. Luego abrieron los maletines y sacaron sus cuadernos con anotaciones y sus carpetas transparentes.

Gisela Obermann estaba de pie al final de la mesa y sonreía estresada a los colegas que entraban. Cuando todos estuvieron en su sitio, cerró la puerta.

-Espero que tengas un buen motivo para esta reunión -dijo Karl Fischer mientras abría una botella de agua mineral con movimientos irritados y la vertía en un vaso-. Max otra vez -leyó en el resumen que Gisela había dejado en el sitio de cada uno-. ¿Qué se ha inventado ahora?

-Pido disculpas por haberos convocado con tan poco tiempo de antelación a estas horas de la mañana -dijo Gisela-. Pero la ventaja de que estemos todos en el mismo sitio es que cuando pasa algo podemos reunirnos directamente y discutirlo.

-¿Qué ha pasado? -preguntó Hedda Heine inclinándose sobre la mesa y mirando por encima de sus gafas de lectura como una lechuza.

-¿Ha hecho alguna otra heroicidad? -dijo Karl Fischer malhumorado.

-Enseguida contaré lo que ha ocurrido. Pero antes quiero recordaros la reunión de ayer. ¿Os acordáis lo que reivindicaba Max ayer cuando estábamos aquí escuchándole?

-Que su nombre era otro -dijo Hedda Heine.

-Daniel Brant -leyó Brian Jenkins acalorado, señalando sus anotaciones-. Hermano gemelo de Max. Habían intercambiado su lugar.

-Sí, cielo santo -dijo Fischer bebiendo un gran sorbo de agua mineral.

-Supongo que recordáis también el motivo de la reunión de ayer -siguió diciendo Gisela sin inmutarse por el tono despectivo de Karl Fischer-.Arriesgó su vida para salvar a otra persona. ¿Diríais vosotros, con la experiencia y el conocimiento que tenéis de Max, que ese comportamiento era característico de él?

-No -se oyó murmurar a varios de ellos.

-Quería llamar la atención, y lo consiguió -dijo Karl Fischer-. Además no sabemos cómo ocurrió.

-Ocurrió exactamente como él dijo. Los coordinadores nos lo han confirmado. Y fue un comportamiento que a mí me sorprendió mucho. Fue lo que me hizo reflexionar sobre lo que me había dicho antes. Que era el gemelo de Max, tenía el mismo aspecto físico que él, pero era una persona totalmente distinta.

-Francamente, no entiendo por qué haces tal alboroto de una cosa así -dijo Karl Fischer-. Mentir forma parte de la estructura de personalidad de estas personas. Por lo que entiendo, este hombre miente más a menudo que dice la verdad. Eso no creo que sea nada nuevo.

Gisela asintió.

-Yo también razoné así. Pero esto se ha llevado a cabo de forma consecuente, minuciosa y durante un periodo de tiempo. Los que habéis conocido a Max previamente sabéis que sus mentiras surgen en el momento y las abandona poco después. Las mentiras que ha intentado que me crea nunca se las ha repetido a nadie. Simplemente se cansa de ellas. Es demasiado cambiante e impaciente para mantener una mentira de modo consecuente. Pero, en esta ocasión, lo ha hecho. Durante cuatro días ha contado a distintas personas exactamente la misma historia.

-La fantasía es corta -murmuró Fischer-. Hasta el mejor narrador de historias se repite a veces.

-La pregunta que tenemos que formularnos siempre -dijo Hedda Heine- es: ¿qué gana él o ella con esto? Estas personas no hacen nada que pueda aportarles beneficio alguno.

-Eso lo ha explicado él con claridad. Quiere ser puesto en libertad -objetó Fischer irritado-. Eso es imposible, naturalmente, pero la esperanza es lo último que se pierde. Y tú eres demasiado experta para dejarte manipular, Gisela, así que ¿por qué vamos a perder el tiempo con esto?

Gisela respiró hondo, se tranquilizó y luego dijo:

-Max está en la Unidad de Cuidados Intensivos con quemaduras en la parte derecha del cuerpo. Entró en la Zona 2 la pasada noche.

Se hizo un momento de silencio en la mesa. El doctor Fischer dibujaba figuras geométricas en su bloc.

-¿Está herido de gravedad? -preguntó Hedda Heine.

-Era de noche y el personal de vigilancia no lo encontró enseguida. Estuvo demasiado tiempo en el suelo. Pero se recupera.

Brian Jenkins hojeó su montón de papeles.

-¿No fue él quien...? Sí -dijo señalando con el índice una línea que había encontrado-. El mes de agosto del año pasado, según el sensor de la carretera.

Gisela lo miró con ojos brillantes.

-Exactamente. Max entró en la Zona 2 hace casi un año. ¿Sabéis lo que significa?

Los otros la miraban con incertidumbre.

-Es muy notable. Solemos decir que nadie entra en la Zona 2 más de una vez -recalcó el doctor Pierce.

-¡Exactamente!

Las mejillas de Gisela se enrojecieron. Los demás todavía parecían asombrados.

-Hay algo que no está bien en este hombre -añadió ella-. Lo sé desde que hablé con él el pasado martes. La pasada noche estuve levantada revisando los vídeos de nuestras entrevistas.

Hizo una pausa y lanzó una mirada dudosa a Karl Fischer, que murmuraba algo al doctor Kalpak. Los otros esperaban. Hedda Heine le hizo una señal de ánimo con la cabeza y ella prosiguió:

-Comparé nuestra última conversación con las anteriores. Y lo que vi confirmó mi sensación. Había algo muy distinto. Gestos, posturas, forma de hablar, rasgos del rostro, el modo de girar la cabeza, de levantarse y de sentarse. Todo eso que es tan característico de una persona y que es tan obvio que ni la misma persona ni los demás reparan en ello. «Este no es Max», pensé yo. «Es el cuerpo de Max. Pero dentro hay otra persona.»