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-Bueno, ¿qué os parece?
Las fotos que se proyectaban sobre la tela blanca se acabaron. La sala de reuniones se quedó un momento a oscuras. Gisela Obermann pulsó un botón y las cortinas se deslizaron hacia un lado con un leve silbido. Los ojos entornados de los asistentes se volvieron en busca de la luz que entraba, como si en los grandes ventanales empezara una nueva película con más tranquilidad, pero con más fuerza.
-El primer vídeo se hizo en mi despacho el pasado día 3 de mayo. El segundo es del 14 de julio -dijo Gisela dando la espalda al paisaje natural. Se veía un cielo muy azul sobre las montañas, de ese modo transparente y fresco que a ella siempre le producía sed.
-Asombroso -exclamó Hedda Heine-. Entiendo lo que quiere decir, doctora Obermann. Es el mismo hombre. Lleva incluso la misma camiseta en las dos ocasiones. Y, sin embargo, es alguien completamente distinto.
-El lenguaje corporal es sustancialmente diferente -murmuró el doctor Pierce mientras hojeaba unos papeles grapados.
Philip Pierce había pasado la mayor parte de su vida en el campo de la investigación y apenas tenía experiencia clínica. Siempre discreto, preciso y cuidadoso en exceso. Gisela no entendía cómo había podido arreglárselas tan bien. Nadie cuestionaba su investigación, pese a ser ridículamente cara y aportar escasos resultados. La única explicación debía de ser que no tenía enemigos naturales. Era demasiado soso para hincarle el diente. Un investigador así podía llegar a pasar muchos años en Himmelstal.
-Como habéis oído, el hombre del último vídeo afirma que es Daniel, el hermano gemelo de Max -indicó Gisela-. Es pertinente aclarar que es cierto que tiene un hermano, aunque no sea hermano gemelo, y que su hermano lo visitó hace tres semanas.
Una mujer de mediana edad, vestida y peinada de modo masculino, levantó un dedo.
-Doctora Linz, tiene la palabra.
-¿Desde cuándo dice que es Daniel?
-El hermano de Max vino a verlo hace cinco semanas. Él asegura que entonces hicieron el intercambio.
-¿Vio usted al hermano, doctora Obermann?
-No, casi nunca vemos a los visitantes. Algunos organizadores sí lo vieron. Solo recuerdan que llevaba una tupida barba oscura, el pelo descuidado y gafas. Tenía un aspecto algo bohemio. Al marcharse llevaba un gorro. Es difícil reparar en los rasgos individuales de una persona con mucho pelo y barba, especialmente desde lejos. Pero nadie dice haber notado un parecido excepcional entre ellos.
-Y Max tampoco tiene ningún hermano gemelo -indicó Karl Fischer, señalando con la cabeza hacia la pantalla de proyección que en ese momento estaba vacía-. Así que esa historia podemos dejarla de lado. Él miente, simplemente. Hace teatro. Con habilidad, lo admito, pero nuestros residentes llevan toda una vida entrenándose en mentiras y manipulaciones. Mentir forma parte de ellos.
-Usted habla de mentir -dijo Gisela Obermann-. Pero tengo la sensación de que esto es otra cosa. Empiezo a creer que el paciente se ve realmente a sí mismo como otra persona.
-¿Trastorno disociativo de la personalidad? ¿Múltiples personalidades? ¿Se refiere usted a eso? -preguntó Hedda Heine con sus ojos entrecerrados fijos en Gisela.
Gisela asintió convencida.
-En este caso no se trata de un intercambio entre distintas personalidades -dijo rápidamente al ver la sonrisa despectiva de Karl Fischer-. Los casos que se me ocurren son esas personas que se encuentran en una situación indisoluble y no ven salidas por ningún sitio. Él no soporta ser quien es. Deja las culpas, los problemas familiares y las desgracias detrás y emerge en algún otro sitio como otra persona completamente distinta, sin recordar nada de su vida anterior. Todos sabemos que Max estaba a disgusto aquí en Himmelstal. Nunca llegó al estadio de aceptación ni emprendió ninguna actividad como suelen hacer la mayoría de los residentes. Ustedes conocen sus constantes intentos de sobornarnos y seducirnos para salir. Una parte de él, su parte racional, se da cuenta al final de que no hay modo de salir. Él ha perdido su libertad por ser quien es. Pero otra parte sigue buscando salidas. Y un día simplemente huye de sí mismo. Entra en una persona que nunca caería en Himmelstal. Una persona amable, desprendida, obediente. El modelo ha estado enfrente de él durante varios días, lo conoce desde la infancia, es su propio hermano. Cuando el hermano se marcha de aquí, él lo recrea y se apodera de él.
Las caras entorno a la mesa eran un repertorio de todas las reacciones para las que ella se había preparado: escepticismo, confusión, interés, desprecio. Solo el doctor Kalpak parecía indiferente y permanecía sentado con los párpados almendrados casi cerrados. Ella se fijó en el más positivo, un joven estudiante invitado a quien no conocía, y añadió:
-Es un proceso inconsciente que se produce cuando convierte a su hermano, dos años mayor que él, en hermano gemelo.
-Es una teoría fascinante, doctora Obermann -dijo Karl Fischer intentando suavizar su tono de voz-. ¿Y qué es lo que hace que usted crea que el proceso es inconsciente?
-El hecho de que el cambio sea tan radical. Abarca a toda la persona. Ustedes lo han visto.
-No sé... -dijo Fischer pensativo.
Esperó a captar por completo la atención de los demás y luego habló lentamente y en tono bajo, pero bien articulado, como una maestra en el primer día del curso.
-Todo eso que menciona es justamente los recursos que utiliza un actor. Max es un actor asombrosamente hábil. Tiene talento y toda una vida de formación. ¿No lo viste en el teatro el invierno pasado? Tengo que admitir que me quedé impresionado. La persona que vimos era alguien completamente distinto, ¿o no? Los movimientos, la voz, todo era distinto. Ahora está haciendo lo mismo. Y es totalmente consciente de lo que hace. Estúdienlo cuando no sabe que es observado. Probablemente vuelva a su patrón habitual.
-Esa obra de teatro... -interrumpió con cautela el doctor Pierce-. Quiero recordar que trata de alguien que finge ser dos personas, una buena y una mala, y logra engañar a todos. Es posible que Max haya sacado la idea del engaño de allí.
-Lo dicho: te ha embaucado, Gisela -dijo Fischer a modo de resumen.
Gisela Obermann fingió no darse cuenta de que el doctor Fischer no le había hablado de modo solemne con título y apellido que era habitual dentro de la sala de reuniones y la había simplemente tuteado.
-Doctor Fischer -dijo ella con sobria cortesía-, todos podemos ser embaucados. El día que nos consideramos demasiado inteligentes como para ser embaucados entramos en la zona de riesgo. Tenemos que estar siempre alerta y le agradezco que me lo recuerde. Naturalmente, las dotes especiales de Max para la interpretación es algo que debemos tener en cuenta. Pero lo que me ha convencido no es su apariencia física, sino su conducta desinteresada de los últimos días.
-¿Qué quiere decir realmente, Gisela? -preguntó Hedda Heine, mirando con amabilidad por encima de sus gafas.
-Que creo en él. No me ha engañado. Se ha engañado a sí mismo. Muchos de nuestros pacientes han logrado autoconvencerse de que son completamente normales, personas buenas. Max solo ha ido un paso más allá. Su anhelo de salir de aquí es tan fuerte que, con su talento natural para la actuación, ha creado una personalidad nueva.
-El trastorno disociativo de la personalidad es poco frecuente entre nuestros residentes -señaló el doctor Pierce-. No creo que hayamos diagnosticado nunca un caso así. Y en la historia de Max no hay nada que apunte en ese sentido. Siempre ha sido estable en lo referente a su identidad.
Hedda Heine asintió con la cabeza y dijo:
-Las personalidades múltiples son, en principio, muy raras. No he tenido ningún caso durante mis prácticas. Solo he leído sobre eso.
Heine llevaba un chal estampado con grandes rosas por encima de los hombros, sujeto con un broche. Cuando mencionó lo de las personalidades múltiples, Gisela pensó que parecía una de esas muñecas rusas, y que si se la abría por el centro podría sacar una muñeca tras otra, cada vez más pequeñas, hasta que finalmente apareciera la pequeña y maciza Hedda.
-El fenómeno se ha discutido ampliamente -dijo el doctor Linz-. Algunos opinan que las personalidades ajenas no se producen espontáneamente, sino que son inducidas por el terapeuta durante la hipnosis. Que es un resultado no deseado del tratamiento.
Los ojos de Gisela brillaron.
-¡Eso precisamente es lo que he deducido yo! Que es un resultado del tratamiento. Un resultado no deseado del tratamiento.
Los demás la miraban sin entenderla.
-Pienso en el proyecto Pinocho -dijo Gisela en voz baja-. ¿Qué opina usted, doctor Pierce?
Karl Fischer gimió y se retorció como si le doliera algo. Pierce lo miró preocupado y se dirigió a Gisela:
-Lo siento, doctora Obermann. El método al que usted se refiere no funciona de ese modo. El comportamiento se ve afectado durante un breve espacio de tiempo. En el mejor de los casos. Me gustaría realmente... Pero no. No he podido demostrar nada similar a lo que usted menciona.
-Por ahora, claro. Pero tal vez estemos ante algo nuevo. Es posible que tengamos alguna pista -dijo Gisela en tono optimista.
El doctor Pierce sonrió con tristeza.
Gisela Obermann miró a su alrededor buscando apoyo e interés en alguno de los que estaban allí. Pero todos parecían estar un poco aburridos, incluso el joven investigador invitado. Brian Jenkins, impaciente, accionaba el resorte de su bolígrafo mientras observaba el paisaje alpino que había al otro lado de la ventana.
Gisela dejó escapar un leve suspiro de abatimiento.
-Sí, era solo una idea que me daba vueltas. Y se ha producido un cambio. Y que cualquier cambio infunde esperanza.
-No hay cambio alguno, Gisela -dijo el doctor Fischer en tono cansado-. Y lamentablemente tampoco hay ninguna esperanza.
-¿Qué sentido tiene nuestra investigación si no creemos que pueda haber ningún cambio? -exclamó Obermann enfadada-. ¿Acaso no es esa nuestra misión mantener los ojos y oídos abiertos al mínimo cambio para encontrar el germen de una solución? De lo contrario, podemos irnos todos a casa y contratar a vigilantes que se encarguen de la situación.
-Bueno. Tal vez deberíamos hacer eso -dijo el doctor Fischer mirando su reloj-. Después de llevar nueve años en este lugar me inclino cada vez más a ese punto de vista.
-Debería avergonzarse, doctor Fischer -dijo Gisela. Y se dirigió a los demás-: Vamos a hacer una pausa. Volveremos dentro de media hora. Entonces volverán a ver a Daniel.
Se levantó y se quedó mirando a través de la ventana panorámica. Dos grandes aves revoloteaban cerca de la carretera, dando vueltas de un lado a otro delante de los signos negros como si trataran de leerlos. Debían de ser algún tipo de aves de presa.