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Pese a ser el administrador general de la clínica y jefe de servicio, Karl Fischer tenía un despacho nada pretencioso. Estaba al fondo del pasillo de los médicos y era bastante más pequeño que el de Gisela Obermann. Como no estaba frente al valle, sino que daba a la deprimente montaña Grustag, el arquitecto no había considerado necesario poner una ventana panorámica. Con un escritorio, una librería medio vacía y algunas sillas rústicas como único mobiliario, la habitación casi tenía aspecto ascético. No había cortinas ni nada en las paredes.
-Me alegro de que pudiera recibirme -dijo Daniel-.Y le pido disculpas por venir tan tarde.
Había preguntado por el doctor Fischer varias veces durante el día, pero hasta ese momento, cerca de las ocho de la tarde, no le habían informado de que el doctor estaba en su despacho.
El doctor puso delante de su escritorio una de las duras sillas que había apoyadas en la pared.
-Me alegra tenerte aquí, amigo mío. Siéntate. ¿A qué debo el honor?
-En primer lugar a esto -dijo Daniel dejando el papel sobre el escritorio.
Karl Fischer se bajó las gafas que llevaba en la frente y le echó un vistazo rápido.
-Ya veo -constató-. Es tu historial.
-Es la primera página del historial original de Max cuando se registró aquí en Himmelstal -aclaró Daniel en tono ansioso y jadeante-. ¿Ve usted los datos personales al comienzo? ¿La fecha de nacimiento? Si no es demasiada molestia, me gustaría que la leyera en voz alta.
El doctor le lanzó una mirada interrogante por encima de las gafas. Luego leyó obediente:
−28 de octubre de 1975.
-Gracias. Y un poco más abajo, donde pone situación familiar. Fecha de nacimiento del hermano.
-¿Se trata de algún tipo de juego?
-Tenga la amabilidad de leer, doctor.
−28 de octubre de 1975.
-Exactamente. Max y su hermano nacieron el mismo día. Por lo tanto son gemelos. Y como yo soy el hermano gemelo de Max, puedo confirmar que ese dato es correcto.
-Pero...
-¿No es ese dato el que usted tiene, doctor Fischer? No lo es porque después de que Max se registrara aquí alguien cambió su fecha de nacimiento en el historial.
El doctor Fischer volvió a mirar el papel con renovado interés.
-Todo lo demás está igual -dijo Daniel-. Solo se ha cambiado la fecha de nacimiento.
-¿De dónde has sacado esto?
-Lamentablemente no puedo decírselo.
Daniel se estiró rápidamente por encima del escritorio y le arrebató de las manos al doctor Fischer la copia del historial. Luego dobló el papel y lo guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.
-Max y yo somos hermanos gemelos.
El doctor se quitó las gafas y las limpió con la manga de la camisa. De repente parecía aburrirse, pero Daniel prosiguió:
-Eso era lo primero. Lo segundo que quiero decirle es que voy a ser padre.
-¿De verdad? -dijo el doctor. Levantó las cejas, pero no cesó de limpiar las gafas-. ¿Quién es la afortunada madre?
-Enseguida lo sabrá. ¿No va a felicitarme? ¿No le parece gracioso?
-¿Gracioso? Es un milagro -dijo el doctor Fischer en tono seco.
-Tiene usted razón. El nacimiento de un hijo es un milagro.
Karl Fischer asintió con gesto grave.
-Pero tú estás esterilizado, lo que da aún más importancia al asunto. Aunque el cirujano hubiera tenido un mal día y fueras fértil a pesar de la operación, lo que ocurre en un caso entre mil, no es posible que haya cometido el mismo error con otro residente. Y además -dijo examinando los cristales de sus gafas, echándoles vaho y volviéndolos a limpiar-, aunque así fuera, la probabilidad de que ambos se gustaran es microscópica. Así que prefiero considerarlo un milagro.
Se puso de nuevo las gafas, se volvió hacia el ordenador y tecleó algo. Las líneas empezaron a deslizarse por la pantalla.
-Aquí está -gritó él con alegría, golpeando con la uña sobre un dato que había obtenido-. Max Brant. Claro y conciso.
-Lo que demuestra que yo no puedo ser Max -dijo Daniel con serenidad-. La madre está dispuesta a someterse a la amniocentesis para determinar mi paternidad. Eso era lo segundo. La tercera prueba de que yo no soy Max la puede encontrar fácilmente con una cámara magnética. A Max se le implantó un chip mediante una intervención quirúrgica cuando entró en la Zona 2. En mi cerebro no hay ningún chip. ¿No se dio cuenta cuando fotografió mi cráneo con ese aparato?
En ese momento, Karl Fischer parecía estar realmente sorprendido.
-No era eso lo que buscábamos en ese momento. ¿Con quién has hablado?
-No importa -dijo Daniel satisfecho de ver por fin una muestra de incertidumbre en el doctor-. Pero quiero que me examine el cerebro de nuevo. Si no encuentra el chip, se ha equivocado con la persona que mantiene encerrada aquí y debe dejarme salir.
El doctor Fischer respiró profundamente. Se puso las gafas en la frente, se frotó los ojos e hizo un gesto.
-Has hablado con la doctora Obermann, ¿verdad? ¿Te ha contado lo del proyecto Pinocho? Bueno, no importa. Si quieres saber mi opinión, el proyecto es un fracaso. Pero aquí en Himmelstal hay que estar en lo más alto y se intenta ir un poco más allá de los métodos no convencionales. El proyecto Pinocho es el favorito del doctor Pierce. Lo ha defendido durante años y finalmente le he dado rienda suelta. Te implantaron un chip que no funcionó, es cierto. Tenemos aún las imágenes de tu última resonancia magnética, no tienes que hacértela de nuevo. ¿Quieres que bajemos a mirarlas directamente y así acabamos con esto?
-¿Me creerá si no encuentra ningún chip en mi cerebro? -preguntó Daniel mientras esperaban el ascensor.
El doctor Fischer le lanzó una mirada llena de dignidad herida.
-Yo no me dedico a la verdad, amigo mío, sino a la ciencia. Si no tienes ningún chip no puedes ser la persona a la que hemos operado, ¿verdad?
Entraron en el ascensor. El doctor Fischer pulsó el botón y bajaron en el tubo transparente envueltos en un zumbido. A un lado de la pared de vidrio, las plantas pasaban veloces y al otro, se acercaba el brillante suelo de piedra de la entrada. Daniel pudo ver al vigilante de pie apoyado contra una columna.
Pero en vez de frenar, y para su sorpresa, el ascensor continuó bajando. Por la planta de acceso. Ya no iba a través de un tubo transparente, sino de un pozo oscuro y la cabina del ascensor solo estaba iluminada por una lámpara que no había visto mientras estaban rodeados por la luz de la entrada.
Algo no encajaba. El laboratorio, por lo que Daniel podía recordar, estaba ubicado en la entreplanta. Allí era donde ellos debían haber salido y seguido luego el pasillo que estaba al fondo del edificio.
Miró asombrado al doctor Fischer, pero el ascensor se detuvo antes de que pudiera preguntarle algo.
El doctor Fischer le sostuvo la puerta.