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Océano Pacífico, 29 de mayo de 1915

El océano estaba en calma. La travesía estaba siendo satisfactoria, pero el general Buendía no podía dejar de pensar en aquellos malditos extranjeros. Estaba seguro de que nada podía impedir que se cumplieran las profecías, no eran los hombres, sino los dioses, los que determinaban el futuro.

Observó la costa desde el puente de mando e imaginó cómo sería Aztlán. Había pensado en la ciudad muchas veces mientras los miembros de los hombres jaguar la describían como el lugar idílico en el que vivir, y ahora estaba a un paso de llegar a ella. Sería la primera persona en entrar en la ciudad desde el siglo XVI, ya que ningún hombre jaguar había regresado nunca allí.

Dejó la cubierta y fue al salón, allí estaba el profesor Gamio leyendo el códice. Cuánto hubiera dado él por conocer sus secretos, pero apenas podía leer aquella letra retorcida.

—Profesor, ¿cómo va la lectura del códice?

—No es fácil, general.

—Usted es un especialista —se quejó el general.

—Soy arqueólogo, mi especialidad no es la paleografía. Muchas de las letras están medio borradas y el lenguaje del siglo XVI es enrevesado, además, el escritor utilizó muchas expresiones en náhuatl.

—Pero ¿de qué habla el códice?

—Habla de la partida de los mexicas de Aztlán, de la muerte blanca y del descubrimiento de Tenochtitlán.

—El viaje de nuestros antepasados —comentó el general emocionado.

—Según cuenta la historia de los mexicas, Tlacaélel reconstruyó el pasado hacia el 1428. Los mexicas creían que habían existido varios soles y que el último estaba a punto de apagarse. Por eso se reunieron los dioses, para ver cuál de ellos tendría el honor de encarnar al nuevo astro, pero este sol también tendría que desaparecer, y para evitarlo debía ser alimentado con agua preciosa o atl-tlachinolli.

—¿Qué es eso?

—Sangre, lo único que podía frenar la desaparición del sol era la sangre.

—Los sacrificios rituales de nuestros antepasados —dijo el general.

—Los investigadores actuales no creen todo lo que los mexicas contaron sobre sí mismos. Al ser el mayor imperio de la región intentaron crear un pasado mítico más acorde con su situación. Los mexicas serían un pueblo nahua más de los muchos que llegaron al Valle de México entre los siglos m al siglo XIII. El primer gran caudillo de los mexicas es Tozcuecuextli, que apoyó la emigración de su pueblo. Junto a él, el pueblo llegó a la sierra de Guadalupe. Cuauhtlequetzqui, un valiente capitán mexica, les ayudó a consolidarse en la región y extender su poder.

El general puso especial atención a las palabras del profesor. Durante siglos no se había enseñado en las escuelas la historia de los mexicas, apenas se hablaba de ellos cuando se impartía la lección sobre la conquista de Cortés, pero su familia, miembros secretos de la orden de los hombres jaguar, sí le había explicado brevemente la historia de su pueblo.

—Entonces los mexicas no eran esos salvajes que nos enseñaron en la escuela —dijo el general.

—Tenían costumbres y rituales que a los españoles les parecieron crueles, pero ellos mismos fueron extremadamente brutales con sus enemigos o no impidieron que sus aliados lo fueran con los mexicas. La matanza del Templo Mayor es un claro ejemplo. Allí los españoles asesinaron a todos los que les salieron al paso, no solamente a los que estaban haciendo los sacrificios humanos. El caso de Cholula fue otra de las ocasiones en la que los españoles no hicieron nada para que sus aliados tlaxcaltecas acuchillaran a miles de cholultecas.

—La crueldad después de la conquista continuó casi hasta la independencia de España.

—Bueno, general, los españoles también hicieron cosas positivas, mantuvieron la cultura, guardaron parte de la sabiduría mexica. Hombres como Bernardino de Sahagún conservaron tradiciones y parte de la historia de los mexicas. Éste códice es un claro ejemplo.

—¿Qué más cuenta el códice?

—Ya le comenté que habla del viaje de uno de los hombres de Cortés a Aztlán justo antes de conquista de Tenochtitlán.

—Pero ¿qué dice de las profecías?

El profesor se quedó en silencio unos instantes y después comenzó a leer:

—«El pueblo elegido por los dioses reinará en la tierra antes de la caída del quinto sol, cuando la plaga vuelva a la tierra para limpiarla. Los hijos de Aztlán regresarán de sus tumbas para cumplir la profecía, los hombres blancos morirán y el imperio mexica ya no tendrá fin». —Es lo mismo que llevamos siglos enseñando en nuestra orden, ¿no le parece increíble?

—Seguramente se mantuvo alguna tradición oral que hablaba de esta profecía y de otras que hay en el libro.

—Mañana estaremos en Aztlán —dijo el general eufórico.

—Si está donde creemos que está —apuntó el profesor.

—No se preocupe por esos detalles. No he llegado hasta aquí para volver atrás. Hace más de setecientos años que las piedras del Templo Mayor de Aztlán no beben la sangre que detiene la destrucción del sol; antes de veinticuatro horas regresarán los sacrificios y las ofrenda a los dioses.

La profecía de Aztlán
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