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Chihuahua, 9 de mayo de 1915
—Las balas no llegan y los hombres de Obregón están empezando a cercarnos. Están a punto de tomar el cerro de La Cruz y han recibido refuerzos desde la ciudad de Veracruz —dijo Pancho Villa malhumorado.
—Pero, general, seguro que no intentan acercarse tanto —comentó Valadés.
—Miren nomás, muchachitos, cuánta neblina de carranclanes —dijo Villa irritado.
Con el catalejo podían verse las columnas de Obregón aproximándose. El general Pancho Villa se sentó en su pequeño escritorio portátil y tomó un poco de café para calmar los nervios.
—Tendremos que enviar a la caballería del general José Rodríguez.
—Muy acertado, general —dijo Valadés.
—Hemos de hacernos con municiones. ¿Cómo va el acuerdo con los gringos?
—Mal, general. Pero el gobernador de Durango nos ha enviado treinta mil cartuchos de siete milímetros para Mauser y veinte mil de 30/30 —dijo Valadés.
—Hay que cerrar el contrato con los gringos o estamos perdidos, con eso no tenemos para nada.
—Los de Nueva York nos han dicho que pueden traer cinco millones de balas, pero piden ciento ochenta mil dólares.
—¿Has dicho ciento ochenta mil dólares? Hijos de Satanás.
—Los alemanes se conforman con un adelanto. Sommerfeld nos ha informado que para enviar el cargamento necesita una fianza de treinta y cinco mil dólares —dijo Valadés.
Pancho Villa se secó el sudor con la manga y se recostó en la silla.
—El banco de Saint Louis y el City Bank de Nueva York no quieren adelantar más dinero —dijo Valadés.
—Estamos jodidos —dijo Villa. Después se levantó de la silla, se estiró y con una amplia sonrisa observó el campamento—. Aunque peor hemos estado y de todas hemos salido. La Virgen de Guadalupe o los malditos dioses aztecas nos ayudarán. Ya sabes, Valadés, una vela a Dios y otra al Diablo por si acaso.