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El Paso, 21 de mayo de 1915
Los hombres de Ulises Brul cruzaron la frontera y se dirigieron al galope hacia Chihuahua. Cualquiera los habría confundido con un grupo de cuatreros o de revolucionarios de regreso a su campamento. Sus ropas estaban gastadas y habían evitado cualquier símbolo que los pudiera identificar con el ejército de los Estados Unidos. Tenían prohibido hablar inglés entre ellos, no podían cometer ningún error. Su misión era clara. Llegar a la ciudad, matar a Pancho Villa y regresar a los Estados Unidos. No debían dejarse capturar con vida, en el caso de ser arrestados no podían delatar su condición de soldados ni de norteamericanos.
Ulises cabalgaba delante de sus doce hombres. Apenas los conocía, pero por su aspecto debía tratarse de la peor calaña del ejército. Respiró hondo y el frescor del desierto nocturno inundó sus pulmones. Llevaba mucho tiempo lejos de las tierras áridas de su infancia, pero no podía evitar que aquella llanura interminable le sedujera por completo. Pensó en su esposa Jenny; llevaban apenas tres meses casados y ahora se enfrentaba a la misión más difícil de su vida, para complicar un poco más las cosas. Convertirse en asesino no era su idea de servir a la república.
Había visto a Pancho Villa en los periódicos, aunque creía que no sería muy difícil dar con él. Debían trazar un plan cuidadoso, no tenían que matarle simplemente, debían escapar con vida. Si trascendía la implicación del gobierno norteamericano las consecuencias podían ser terribles.
El sol comenzó a despuntar por el horizonte. Ulises ordenó a sus hombres que se detuvieran un momento. Observó cómo la negrura se convertía en un lienzo de naranjas y rojos, poco a poco la luz de México lo inundó todo. Aquella luz que era capaz de cegarte los ojos, que inundaba el alma rota y la convertía en dichosa con su simple contacto.