17

Londres, 8 de mayo de 1915

Abrió la cortina y observó el puerto, estaba seguro de que alguien les vigilaba.

—Deberíamos irnos —dijo Maldonado.

El general Buendía le lanzó una mirada indiferente desde la mesa mientras tomaba un tequila. Volvió a rellenar el vaso y lo bebió de un trago.

—Cada minuto juega en nuestra contra.

—No podemos dejar cabos sueltos, Maldonado. Primero tenemos que eliminar al compadre que está prisionero. Después nos iremos.

—Pero, general, está detenido en Scotland Yard.

—Tendrá que ir uno de nuestros hombres y asesinarle. Será mejor que enviemos a alguien hoy mismo. Mañana partiremos para México.

—Enviaré a mi mejor hombre. Creo que hay alguien que nos vigila.

—Eso es imposible —dijo el general.

—He visto a unos marineros merodeando por la casa.

—Pero ¿cómo iban a encontrarnos aquí? Son imaginaciones suyas, Maldonado.

Uno de los hombres, que había estado callado hasta ese momento, se acercó hasta ellos y, con los ojos temerosos, dijo:

—Son los espíritus de los tripulantes de ese maldito barco que vienen a vengarse.

—Pendejo supersticioso. ¿No ve, Maldonado? Éstas son la cosas que tienen paralizado a México Nosotros queremos devolver a nuestro país la gloria del pasado, pero solo podemos hacerlo con educación. Una mente débil hace hombres débiles.

El hombre se apartó del general Buendía. Por sus venas corría sangre azteca, pero no quería caer en los errores de sus antepasados.

La profecía de Aztlán
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